Protestan
y renquean algunas voces mesnaderas y plumas cruciformes de
la derecha ibérica; aducen cansancio y gritan "falsa
alarma", y destilan simplismo. Me refiero a quienes se
levantan de la silla coral, se descalzan la votiva de Recaredo
del magín decimonónico, y se ponen a despotricar
contra "goytisolos" y almanzores. "¿Para
qué tanta advertencia, tanta defensa a priori, tanto
ataque preventivo contra una potencial crecida de islamofobia
en la Tierra de María Santísima?", se preguntan.
Y
se responden que no es necesario intentar abortar rebrotes
de maurofobia, porque el paisanaje iberogodo no ha abierto
la boca para clamar venganza, ni han salido mudarras de las
peñas culturales almogávares, en busca de sangre
islámica. Supongo que será porque esas plumas
cruzadas están en contra de cualquier tipo de aborto
que se rebelan así ante las medidas preventivas que
algunos españoles consideramos imprescindibles en estos
días.
Lo
curioso es que tengo que darles la razón: la grandísima
mayoría de los españoles no ha salido a la caza
de almorávides ni la ha tomado con el musulmán
avecindado en sus arrabales de extramuros. Pero, si los cristianos
más o menos viejos, más o menos ahidalgados,
del siglo XXI no han predicado a voz en grito la Santa Cruzada
contra el islam, no ha sido gracias a estas plumas preclaras
de hoy, que hablan desde las editoriales de la prensa de derechas
como si estuvieran acaballados entre el púlpito de
Aznar (me refiero al clérigo aragonés que en
1600 afirmaba que los moriscos tenían rabo, por pecadores)
y la cátedra apulgarada de menéndeces y pelayos.
Editoriales
firmadas por historiadores y académicos de la "Memoria
de España", (en los que se afirma que el Corán,
quieras que no, incita a la guerra santa) no hacen mucho por
alentar esa tolerancia hispana que, según los mismos
autores, ha convertido en vanas las advertencias de algunos
intelectuales de izquierdas.
Con
una mano, se critica a los Juan sin Tierra maurófilos
y con la otra se escriben artículos de historia que
condenan el albornoz para reivindicar el sánchez, como
si no fueran compatibles. Palabras como sarraceno, mahometano,
y otras lindezas dignas de una capitulación traicionada
por reyes muy católicos y muy muertos no son dignas
de aparecer en la editorial de un periódico de tirada
nacional, por mucho que el anticastrismo de sus autores incluya
en el saco del coco a don Américo (que nada tuvo que
ver con don Fidel). Así, la reducción simplista
de los últimos mil años proclama con altisonantes
primeras personas del plural occidental que la civilización
europea supo comerle la ventaja inicial al Islam, y hacer
efectiva la separación entre iglesia y estado, mientras
que los "sarracenos" han quedado anclados en la
teocracia, y vistiendo santos con turbante y almalafia.
"No
nos pasemos de tolerantes" vienen a decir estas plumas
preclaras, "porque tiene sentido la simplificación
eurocéntrica de que el islam pide guerra, después
de todo". Ante la maurofilia preventiva de algunos sectores
del rojerío, vienen a resucitarse así las verdades
del barquero, y a los péreces de Hita que hablan ahora
de guerras entre hermanos, los pelayistas con título
y prebendas sacan del bargueño familiar la adarga matamoros,
y de nuevo está de moda simplificar al otro.
Es
curioso que esas mismas voces que tanto presumen de europeas
y occidentales pretendan ahora encaramarse al caballo de la
Europa pretendidamente laica. Ellos no se quieren acordar,
pero las supuestas conquistas del laicismo de estado nunca
han sido ciertas, y mucho menos entre nosotros. A quienes
pretendan subirse al burro del omnímodo laicismo occidental,
y quieran repetir que sí, que el islam tira bombas
como la cabra al monte, habría que recordarles que
para medio mundo, el adjetivo "Spanish" va acompañado
demasiadas veces del sustantivo "Inquisition", y
que todavía media Humanidad nos considera a los hispanos
capaces (por idiosincrasia cultural) de quemar herejes en
cuanto nos den espacio para ello.
Y
si citar el Corán para demostrar el "yihadismo"
que algunos musulmanes muestran es en realidad "producto
natural de una religión equivocada" es válido
hoy por hoy, entonces quizá habría que recordar
que nuestros libros santos también vienen repletos
de consignas incendiarias, de sacrificios rituales de grasa
de buey para limpiar impurezas, y de intentos de degüello
del primogénito, porque seguir al pie de la letra los
caprichos del ser supremo es también para nosotros,
los occidentales, un artículo de fe. Y más para
esos españoles que, ya se sabe, tienen por deporte
nacional encender sus fallas con carne de quien no esté
de acuerdo.
Como
dije el otro día frente a un aula llena de españoles
que no han leído a Menéndez Pidal: ni nosotros
llevamos cirios y macarenas en hombros todo el día,
ni el islam es necesariamente una religión de agresores
y terroristas.
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