P O R T A D A     CRÓNICAS DE VIDA A PARTIR DEL 11-M
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      Ángel González García   punto de encuentro
  28 fuego - miscelánea    

¿Noche de reflexión?

14-03-04

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Estoy en la cocina de un piso interior de la calle San Simón, en el madrileño barrio de Lavapiés. La ventana de la cocina donde fumo sin cesar da a un patio interior, desde el que hace mucho tiempo se viene oyendo el ruido ensordecedor y enervante de los helicópteros. La sensación es ominosa. Al recuerdo llega una melodía wagneriana e infernal. Son las dos de la mañana, y no puedo dormir. Llevo tres noches pegado a la radio, saltando al televisor, llorando y bajando a la calle para buscar gente. Nada más fácil. Adónde quiera que voy, la gente se agrupa más que nunca, llora, grita, habla, discute, se asusta y se consuela.

Me duele el cuerpo. Desde el jueves por la mañana estoy en continuo estado de agitación física e intelectual, y el jodido helicóptero sigue rajando la noche con la metralla de sus decibelios, cantando la música que rebate en mi interior. Han sido muchas horas y muy poco sueño, muchas horas de pie, en la Plaza de Colón, rodeado por dos millones de compañeros, calándonos hasta la ropa interior y aguantando el viento helado de un invierno insolidario. Hoy medio Madrid está acatarrado, y el otro medio quiere salir a la calle. Las sirenas se unen ahora al helicóptero, y convierten Lavapiés en un distrito en estado de excepción.

Hace pocos minutos, en la radio he oído las declaraciones del Gobierno, confirmando la existencia de un vídeo de Al Qaeda en el que la organización terrorista se declara responsable de los atentados de anteayer.

Hace algunas horas, aunque parezcan minutos, he bajado a la calle para conectarme a Internet en un locutorio público. Nada más salir a la calle, he podido oír el ruido de chapa y lata, desde casi todos los balcones de la calle.

Al bajar a la del Ave María, pude ver cómo se congregaban grupos, que se iban vertiendo en dirección a la Plaza de Lavapiés. En todos los balcones se veía a alguien, la gran mayoría gritando y batiendo cacerolas. Abajo, otros hacían ruido dejando caer con fuerza las tapas de los contenedores. Entré al cyber con el corazón en la boca, para intentar enterarme de lo que pudiera. Afuera, el ruido aumentaba, y yo leía las últimas declaraciones de Rajoy, e intentaba luego hacer lo posible por denunciar el despreciable manejo de la vida humana que hemos podido ver en España los tres últimos días.

Me siento burlado, despreciado, estúpido. Siento que, a pesar de millones como yo, a pesar de sus gritos, a pesar de su juicio y opinión, los líderes de este país enviaron tropas a luchar en una guerra injusta. La opinión pública española se volcó para decir no a la guerra. La población española, emisora de esa opinión, ha sido injustamente masacrada. La población española ha expresado su dolor, pero el Gobierno de la nación ha utilizado ese sentimiento, para canalizarlo en su beneficio -acusando sin pruebas y condenando a quienes siguen siendo unos asesinos a pesar de todo- sólo para ganar unas elecciones, sirviéndose de las técnicas de crispación que han caracterizado su política en los últimos años.

Acabo de bajar de nuevo a la calle. En un momento dado, mientras redactaba el párrafo anterior, el ruido de los helicópteros ha sido superado por el de gritos y voces. El patio interior no es de fiar como barómetro de ágoras y tumultos, así que he bajado. En el portal ya se escuchaba el griterío. He subido calle y media, hasta llegar a Antón Martín. Las aledañas estaban llenas de un gentío anormal hasta para una noche de sábado, y más uno tan luctuoso. La de Atocha estaba completamente llena de manifestantes, en su mayoría gente joven, que gritaban consignas contra Aznar, Rajoy y el Gobierno.

Me he parado junto al río de gente, del que no pude ver principio ni fin, a pesar de la ayuda prestada por el desnivel de la propia calle. Iban deprisa y hacían ruido. Muchos de los gritos eran vocativos tabernarios contra los líderes del Gobierno, pero no he visto violencia ni actitudes vandálicas. He visto a los mismos chicos y chicas que salieron ayer tarde, cientos de miles de ellos, a expresar su luto por la masacre y su rechazo de la violencia. Ayer daban saltos, gritaban "puta ETA y puta Batasuna", lloraban y recordaban que "no estamos todos, faltan los del tren". Era verdad, o casi, a juzgar por la afluencia de manifestantes. Los más mayores permanecíamos en silencio, muchos pensando que aún no se sabía si había sido ETA, y otros sintiendo que no habíamos venido allí para eso, sino para dolernos por la muerte de nuestros herman@s. Hoy, y a pesar de la condena y la amenaza de nuevo chulesca del Gobierno del Partido Popular, los chavales que cualquier otro sábado estarían de copas por Madrid han salido a protestar, y a decir que no quieren que les mientan, que no quieren que usen a sus muertos para ganar votos.

He vuelto a subir a casa, y ahora escribo esto en la cocina, mientras los manifestantes seguro que se dirigen a la glorieta, a velar la memoria aún sangrante y retorcida de dolor de sus muertos más calientes. Madrid, en losúltimos días, se parece mucho al de los cuadros que todos tenemos en la mente.

Hoy más que nunca es posible sentir por las calles de la ciudad el espíritu que en la Puerta del Sol dijo no a las libertades impuestas a costa de otras, hace casi doscientos años. Desde Atocha llegan esta noche ecos que recuerdan y traen al presente más cercano ése Madrid que dijo un no unánime a los golpistas, a los asesinos, a los que mienten, a los que oprimen y a los que quieren mercadear libertades a cambio de derechos.

 

   
             
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