Hay un viejo video-cassette en el volvemos a encontrarnos por unos minutos. Por accidente.
Juntos, vadeamos la reserva de osos.
El café está puesto desde hace un rato. La nuca de los secuestradores en el hueco de la almohada es el ritual siniestro de todos los días. No es cierto que me levante más alto. O más listo. Sin embargo, sales o entras y los invitados te dirigen una mirada mucho más opaca. Otros, después de todo, buscan su salvación enrollándose en las cortinas de viejas casas familiares, hasta marearse y empezar a recordar.
Aquí la cadencia de las imágenes se entrecorta.
Las crominancias se cuartean.
Un cinturón de residuos magnéticos cruza la pantalla y nos convierte en parches de luz parpadeantes.
Juntos, vadeamos la reserva de osos. Todo bien. Aunque ahora más pálidos e indecisos.
De camino, os detenéis junto al polvorín abandonado. Al parecer, lo que os importa es ir hacia delante. De acuerdo. Acumular borradores, anotar, pespuntar aquí y allá. Pero que, por encima de todo, avancemos. Eso es una buena idea.
Pero justo aquí los residuos magnéticos son fallas que se abren en la imagen que tengo de vosotros, de nosotros.
Un magnífico sol plateado se abre en una esquina de la pantalla. Retrocedéis porque el suelo se abre. Porque el paisaje se os cae encima. Porque lo que vendrá después es lo que estuvo debajo durante algún tiempo.
El sol de descompone en un arrozal de reflejos plateados. El arrozal se precipita hacia vuestro cielo, convertido en una lluvia centelleante que al final nos engulle. Así es.
Lo que estaba debajo reaparece tras el cataclismo. No sé si estamos todos. Pero sí: estamos todos. ¿Y quién sabe?
Sepultados ahora bajo lo que reaparece: aquella película grabada hace años, ya empezada.
Una caseta de madera destartalada y solitaria.
Algo así como un bar abandonado en medio de una frondosa campiña. Los niños abandonan sus bicicletas sobre la hierba húmeda, junto al bar. La vieja placa con el logo de Pepsi-cola se mece con el viento.
Merodean alrededor y luego entran.
Antes o después, uno los Goonies dirá aquella frase que sabemos de memoria:
¿Qué casa?
Dentro de unas cuantas horas
ya no tendremos casa.