Los primeros pobladores barajaron algún nombre al principio.
Luego, más adelante, barajaron también otros nombres con fechas.
Esos primeros pobladores fueron los que, mucho después, tomaron nuestra azotea y daban un aire distinto a las mañanas.
Quisieron agradar.
Se les veía en las manos un reflujo de centellas subiéndoles hacia el cuello como tensores de muerte.
De hecho, la merienda era para alguno de ellos el recuento de algunos niños ahogado en el hemisferio opuesto,
en algún patio abierto al cielo azul sin artimañas.
Querrán o no sumarse a ese inflacionismo que nos sale por las orejas. ¿Las hijas de quién no fueron desposadas a tiempo?
Por riesgo de inundación, el palco presidencial queda precintado por el cuerpo de protección civil y las bailarinas han dejado de estar de puntillas aconsejadas por el club de veteranos de guerra.
Si una vez han conseguido atravesar la espesura, ¿por qué no habrán de conseguirlo cuando todo sea mucho más urgente, y triste?
Han oído que habrá cambios en las condiciones iniciales.
Caminos y glorietas bajo tierra con citas fallidas que son insectos encerrados en ámbar bajo el nivel de este suelo siempre nuevo.
Y eso les hará quebrantar alguna que otra promesa escamoteada durante alguna partida sangrienta.
Han oído que los primeros pobladores fueron reducidos a una minoría brillante. De obligada presencia en recepciones oficiales.
Eso es lo que queremos.
Ahí las cosas flotan ante la mirada del niño que se asoma sobre el brocal del pozo:
los peces tropicales que algún acuarista desahuciado arrojó, aún vivos, y el pequinés putrefacto a flor de agua; todo como una inmundicia contenida que se interpone en el recado de la sobremesa.
También yo he necesitado bajarme de ahí alguna vez. Y alguien me ha encontrado de paso, un poco cansado pero por lo demás lo suficientemente cordial, merodeando en alguna zona común, en alguna encrucijada a la vista de los demás.
La parte sitiada antaño es hoy un gran cementerio de aviones que reúne a grandes rasgos las condiciones iniciales.
No ha de ser entonces una situación extraordinaria encontrarse allí.
En el último tramo para todos.
Entre cientos de gatos despeluchados y salvajes crecidos entre la maleza y la chatarra.
No estará mal pertenecer a todo eso alguna vez. Será lo que al final nos llevemos de este cielo simple y plomizo.
Bajo este sol alveolado que ahora podemos mirar.