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agua / aire / tierra / fuego

el otro mensual, revista de creación literaria y artística - ISSN 1578-7591

La recuperación
de la memoria:
la revisión histórica imprescindible

Mª Paz Sanz Álvarez

La recuperación de la memoria: la revisión histórica imprescindible

Manipulación de la memoria colectiva

 La memoria es una parte de la experiencia que todo ser posee, algunos científicos sostienen que la memoria se da incluso antes de nacer. Es decir, hay partes de la memoria de un individuo (sea humano o animal) que no ha experimentado sino que se ha grabado a través de la memoria de su madre, matriz que lo ha alojado en su vientre y que lo ha engendrado. La génesis de esta memoria la tendríamos que buscar y recuperar desde su origen, es decir, desde los orígenes de la vida, de las células primarias que originaron un ser con vida propia, individual e intransferible.

Esta memoria es inconsciente o subconsciente, memoria primaria que podríamos llamar innata. El ADN es esta memoria primaria, la intuición también es esta memoria, es decir, lo que nos hace que nos pongamos en guardia ante un peligro inexperimentado, lo que nos previene de los peligros a los que nos tenemos que enfrentar. Cada especie tiene su memoria para protegerse de una situación que no ha experimentado anteriormente. Por tanto esa memoria no es el recuerdo de lo vivido sino la protección de lo que hemos de vivir y, por tanto, experimentar. Así un animal se protege ante el peligro de lo no experimentado de forma intuitiva.

El ser humano no sólo se sirve de la memoria innata o heredera de sus antepasados, sino de su propia memoria experimentada, es decir, de sus propios recuerdos. Éstos son fragmentarios y la memoria recurre a ellos de forma selectiva. “Paradójicamente -apunta Todorov- la memoria es el olvido: olvido parcial y orientado, olvido indispensable”(1) porque la memoria es selectiva. Se eligen intencionadamente los recuerdos que se quieren conservar como mecanismo de autodefensa. Si uno mantiene los recuerdos más dañinos permanentemente en su memoria, ésta produce efectos muy perjudiciales para la salud. De tal modo que la mente crea su propia autodefensa creando una pátina de olvido intermitente que, en mayor o menor medida, le llevará a la amnesia selectiva para sobrevivir a la acumulación del sufrimiento. Tanto médicos como pacientes reivindican el derecho a gritar y quejarse del dolor, y aconsejan desviarlo con recuerdos agradables que beneficien su salud. Cada vez es más incuestionable que la memoria es selectiva: un gran trauma se olvida por supervivencia, si no sería imposible la regeneración. Si todas las mujeres recordasen el dolor que padecen al parir, no repetirían. Por tanto, la humanidad llegaría a un momento de extinción si las familias se contentaran con un solo vástago. Si una mujer repite su voluntad de traer al mundo otra vida, pese al dolor experimentado, es porque éste lo ha olvidado su mente ante la satisfacción y alegría que le ha producido arropar en su regazo el milagro de la vida. La Naturaleza es muy sabia, tan sabia que de no serlo dejaría de existir. Por unos minutos de placer nadie hipotecaría su vida a un sacrificio tal como el de parir, criar y mantener al fruto de su propio ser.

Manipular la memoria de un individuo es tarea difícil, pero manipular la memoria de una colectividad es más fácil. Dominar o controlar la memoria de un colectivo fue siempre, y lo será, un objetivo primordial de los poderes totalitarios. Esta ambición inmensurable la llevaron a cabo los regímenes dictatoriales de distintos modos. Unos manipulando la memoria histórica, otros prohibiendo el conocimiento (es decir silenciando la memoria) y otros, los más habilidosos, manipulando el lenguaje dando a entender lo que en realidad no sucedió, por medio de eufemismos, metáforas o barroquismos estilísticos que comunicaban lo contrario de lo que realmente sucedió, para lograr la confusión frente a la confesión . Es decir disimular la realidad y eliminar toda huella de la memoria experimentada, para concebir una realidad ficticia, a imagen y semejanza de lo que se quería perdurar como memoria. Los eufemismos, por ejemplo, son muy utilizados para disimular la realidad o enmascarar los actos reprobables de los que ejercen el mal en un colectivo. Entre los fascistas y los nazis se prodigaban los eufemismos: así durante la guerra civil española se decía “ dar el paseo ” a quien sacaban violentamente de su domicilio, secuestrándolo y matándolo; durante la segunda guerra mundial los nazis denominaban “ tratamiento especial ” o “ solución final ” a los campos de exterminio (que también eufemísticamente los denominaban “ campos de trabajo ” o “ campos de concentración ” ), de la misma manera que “ piadosamente ” informaban a los reclusos enviarlos a las duchas para su higiene, cuando adonde realmente les enviaban era a las cámaras de gas.

La conservación del pasado manipulado o ficticio dándole cariz de realidad verdadera y memoria colectiva, que traspasaría de generación a generación, es beneficiosa para un régimen autoritario, pero también para uno democrático. Pues de la memoria se nutre el presente y el futuro. Despojada la sociedad de una memoria real tiende a generar memorias alternativas o a buscar su propia identidad, su memoria, en el consumo de la información. Y ésta -la información- suele generar adicción desenfrenada que trae como consecuencia el Ruido, es decir, la hiperinformación que desvía los objetivos primarios de investigación para conducirlos a la frustración. Esto es como si alguien interesado en investigar los fenómenos vitales de una determinada planta vegetal termina investigando los fenómenos de la planta de los pies o de la octava planta de un edificio. Si bien el lenguaje tiene la propiedad de comunicar, transmitir pensamientos, experiencias y emociones; si no sabemos concretar el concepto que queremos transmitir, dentro de la multiplicidad de las acepciones de una misma palabra, no encontraremos la respuesta adecuada a nuestra incógnita o exigencia. Por ello tendremos que ser específicos sin ser exagerados, moderados sin ser condescendientes, ecuánimes sin ser injustos o insolidarios, intuitivos sin ser viscerales. Caritativos o piadosos sin ser patéticos o hipócritas(2).

Dice un refrán español que al pan, pan, y al vino, vino. Es decir que hay que llamar a las cosas por su nombre. Pero cuando una misma cosa se denomina por distintos nombres, hay que saber nombrarla en cada momento el que le corresponde. Y eso es tan difícil como la justicia o como la verdad sin daño. Cuando me veo en la disyuntiva de elegir entre una mentira piadosa y una verdad dañina, siempre elijo la segunda frente a la primera. Quizá sea por esa memoria innata, originada de la inexperiencia, la memoria intacta impregnada desde los albores de la memoria prehistórica, es decir, no escrita ni constatada textualmente. La memoria de los fósiles impresos en la tierra, que habla sin palabras pero con hechos incuestionables. Porque las palabras tienden a disfrazar la verdad o a metaforizar la realidad de los sucesos. Las mentiras piadosas si bien se basan en el principio del mal menor “acaban siempre derrumbándose y comprometiendo las posiciones que querían defender” (como apunta Todorov: p.240).

La Historia está llena de acontecimientos que nunca debieron haber sucedido, porque fueron males para la humanidad de proporciones desmesuradas. Sin embargo olvidar lo que aconteció como defensa del dolor, es decir, cubrir de una pátina de olvido los recuerdos dolorosos del pasado para afrontar el presente si bien es lícito como elección individual (la memoria individual siempre es selectiva) no lo es como elección colectiva, porque ese olvido nos condenaría a cometer los mismos errores y horrores en el futuro. Como dice Todorov: “Por mucho que los hombres sean semejantes, los acontecimientos son únicos, ahora bien, la Historia está hecha de acontecimientos y sobre ellos debemos meditar y juzgar“ (Todorov: p.151).

Un análisis del dolor sería un manual para todos como una vía de esperanza y de curación. Las religiones intentan cauterizar la condena del dolor que todos sentimos. No hay nadie sano en este mundo, pues a él llegamos con dolor no solo el de las madres que nos parieron, sino el de ser obligados a salir de su vientre placentero para existir. Esa es la verdadera condena, tener que alejarnos del paraíso maternal para nacer a un mundo desconocido, indefensos. Para encontrarnos con pronombres personales plurales que muchas veces resultan antagonistas de nuestro pronombre personal singular, el yo individuo, confrontado con el él y ella que nos engendraron, y que nos dan unas características genéticas emparejadas a nuestro yo singular. El dolor también es un mecanismo de autodefensa, una reacción ante males mayores. Quien no sufre dolor, quien es insensible, tiene más riesgo de morir. Si tocamos el fuego sentimos dolor y apartamos instintivamente la mano de él, si no sintiéramos dolor nos quemaríamos.

Siempre el demonio, el mal, se cubre de un halo de lucecitas de colores que nos deslumbran y nos maravillan cuando existe un cielo plomizo cargado de nubes que distorsionan la vista. El demonio se muestra seductor, maravilloso, atractivo y bondadoso, si se mostrase tal como es todo el mundo lo rechazaría porque mostraría su verdad repulsiva; por eso se disfraza para encandilar la inocencia, que siempre está expuesta a la maldad, en su candidez confunde la belleza con la bondad. El diablo es generoso en disfraces, se muestra con piel de cordero para atraer a sus presas, y cuando éstas se sienten protegidas y encandiladas, el demonio las atrapa, las engulle, las aniquila sin piedad, para saciar su narcisismo ilimitado, y para seguir viviendo perennemente. La maldad siempre se alimenta de la inocencia y de la bondad.

 

La recuperación de la memoria: la revisión histórica imprescindible

La reconstrucción de la memoria colectiva

Para poder rescatar la memoria del olvido hay que analizar los hechos pasados con una perspectiva objetiva, ésta se consigue a través de la distancia temporal. Debemos por tanto explicar lo que ocurrió y comprender por qué sucedió en un momento y en un lugar concreto, eso es contextualizar. Comprender no es lo mismo que justificar. Si bien es cierto que la moderna concepción de la justicia criminal descansa sobre el postulado de intentar explicar lo que llevó al criminal cometer el crimen, el “para qué” es tan importante que el “por qué” sino más, porque el “para qué“ se fundamenta en el presente y da lugar a un futuro, mientras que el “por qué“ descansa para siempre en el pasado, en el acto que ocasionó el maleficio. “ El asesino, el torturador, el violador debe pagar por su crimen. Sin embargo, la sociedad no se limita a castigarle, procura también descubrir sus motivaciones para llevar acabo su crimen, y actuar sobre sus causas para prevenir otros crímenes semejantes. Si la pobreza contribuyó a llevar al individuo al crimen, intenta combatir la pobreza. Si fue la angustia afectiva durante la infancia, intenta ocuparse mejor de los niños abandonados o maltratados. ( … .) En sí misma, una causa no lleva nunca automáticamente a una consecuencia, por ello comprender el mal no significa justificarlo sino, más bien, darle los medios para impedir su regreso ( … ) Juzgar es trazar una separación entre el sujeto que juzga y el objeto juzgado, mientras que comprender es reconocer nuestra común pertenencia a la misma humanidad. Ambos actos no se sitúan en el mismo plano: se intenta comprender a los seres humanos, susceptibles de una multitud de acciones, mientras que se juzgan las acciones efectivamente cometidas, en cierto momento y en un medio dado. ( … ) Todos los hombres son potencialmente capaces del mismo mal, pero no lo son efectivamente pues no han tenido las mismas experiencias: su capacidad de amor, de compasión, de juicio moral ha sido cultivada y ha florecido o, por el contrario, ha sido ahogada y ha desaparecido ” (Todorov: p.150-151).

He ahí la clave: hay que educar para el bien, enseñar la distinción entre el bien y el mal, algo ciertamente difícil, pues los criterios de educación y distinción entre lo bueno de lo malo son peculiarmente complicados de consensuar. Tanto como diferenciar la verdad de la mentira, porque esas distinciones subyacen en la memoria de la experiencia individual de cada ser, y se sustentan en la pluralidad de colectivos, de culturas, de tribus, de entornos y tiempos distintos.

Los políticos si bien se valen del trabajo de los historiadores para utilizarlo para sus fines (el de reconstruir una memoria colectiva manipulándola), también de las investigaciones de los científicos, pues la ciencia puede tener una finalidad política que valga para proporcionar el bien de la humanidad o su mal. Ejemplo de ello es la evolución de la medicina para el bien de la humanidad, y su contraste: el progreso de la ciencia para crear armas nucleares que extienden el mal en la colectividad.

Como lúcidamente sostiene Todorov a menudo se empieza por la búsqueda interesada del pasado por el proyecto de un uso, “ puesto que se propone actuar en el presente, el individuo busca en el pasado ejemplos susceptibles de legitimarlo. Puesto que la memoria es selección, fue necesario encontrar criterios para elegir entre todas las informaciones recibidas; y esos criterios, fueran o no conscientes, servirán también, verosímilmente, para orientar la utilización que haremos del pasado. ” (Todorov: p.155).

Quizá, entonces, el campo que más consiga reflejar emociones, consensuar criterios distintos, reproducir testimonios (es decir los recuerdos de cada testigo distinto que tuvo que experimentar una misma realidad en un tiempo concreto), educar los gustos y establecer las diferencias entre el bien y el mal, sea el arte.

 

La recuperación de la memoria: la revisión histórica imprescindible

Finalidad del arte

Durante mucho tiempo se ha cuestionado la finalidad del arte como elemento útil o inútil para el desarrollo de la humanidad, en resumen ¿para qué sirve?. Si bien es cierto que no alimenta el estómago hambriento, que no ha impedido las guerras, que no ha evitado las catástrofes naturales ni las provocadas por los hombres, que no ha enriquecido económicamente ni a un colectivo ni siquiera al artista (salvo excepciones), también es cierto que no ha generado hambre, guerra, catástrofe ni pobreza (al menos en su génesis, pues también ha sido objeto de manipulación para intereses extrínsecos a su creación). “Yo estoy seguro de que cultivando mi poesía ayudo al hombre a ser delicado, que es ser fuerte, más que haciendo balas” afirmaba Juan Ramón Jiménez en 1937, en plena guerra civil.

Pienso que cuestionar el arte como un servicio a la humanidad no es más que una demagogia o una manipulación marxista, en consecuencia, una manipulación política de algo que está por encima de las manipulaciones. Precisamente porque resulta “inútil” , con la misma inutilidad que tiene vestirse de un color o de otro. La utilidad de vestirse es protegerse de las inclemencias del tiempo, la moda (el gusto por determinados colores, tejidos, cortes o diseños) es esencialmente inútil, y esa inutilidad es la esencia de la estética y del placer. Como apuntaba recientemente Paul Auster en su discurso al recibir el Premio Príncipe de Asturias: “ el valor del arte reside en su misma inutilidad ” . Pero es también placer, es el placer de crear, de asemejarse al dios creador, de jugar a ser dioses. Decía Unamuno que tal vez sólo seamos un sueño de Dios, criaturas creadas por él, dejadas ante unas circunstancias y un medio (podríamos llamarlo escenario) por el que han de desenvolverse. La paciente observación de cómo se desenvuelven es el divertido juego de investigación que su creador contempla, como un científico observa cómo se desenvuelven los sujetos que actuarán para construir un predicado (es decir, el sentido que dan a sus actuaciones). Por eso Dios es Verbo, mientras que los hombres Sujeto, y el objeto que alcancen será su propio Predicado.

De las artes la literatura es la que ejerce mayor contacto con la memoria porque se expresa mediante el lenguaje, y éste es recreación de lo vivido y la expresión mayoritaria del ser humano. Si bien es cierto que la música es un lenguaje universal (como lo es la matemática o cualquier arte plástica), no todo el mundo interpreta de la misma manera esos lenguajes plásticos, es decir, no siempre se capta lo que el artista ha querido decir. Mientras que el lenguaje oral (y su representación escrita) es más factible de interpretar, y por tanto más reconocible, aun cuando tampoco se salve de mal interpretaciones o manipulaciones. Pero por eso mismo es inherente de la memoria. Muchos escritores dicen que escriben porque carecen de memoria, en parte es cierto. Tal vez por eso hay mucha gente que escribe su diario, como antídoto contra el olvido, a la vez que reivindicación del Yo. Pero también muchas veces es necesario olvidar, desconectar nuestra mente. Quizás por ello el escritor es un superviviente, evoca en la ficción de su escritura los recuerdos que quiere despejar de su mente sin eliminarlos totalmente. La escritura viene a ser una purga de su existencia, para acceder a un nuevo capítulo de su vida sin elementos nocivos para su pervivencia, a la vez que dejar sus sedimentos, las raíces que le sostienen con la realidad. La escritura como arte, es decir la obra literaria, responde no sólo a una necesidad vital para el escritor, sino a la voluntad de querer cambiar lo que no le satisface de la realidad. Transformar la realidad en una realidad mágica, en la que el escritor se aproxima a Dios como creador de un mundo y de unos personajes.

Si bien la recuperación de la memoria es importante, la búsqueda de la verdad es fundamental. Sin embargo no deja de ser curioso que la humanidad desde hace siglos lleva buscando la verdad por el camino de la mentira. Las religiones no son más que una ficción en el mejor de los casos, cuando no una farsa o una falacia, una gran metáfora. Pero es que si la verdad se presenta desnuda, sin cubrirse de ficción, nadie la cree.

 

La recuperación de la memoria: la revisión histórica imprescindible

En busca de la verdad

Ya hemos dicho que la memoria es selectiva, pero también es la perpetuación de los recuerdos y éstos son como ladrillos que construyen nuestra vida. Los seres queridos una vez desaparecidos reviven en la memoria a través de los recuerdos. No hay mayor desdicha que negar la existencia de quienes vivieron. Una de las mayores felonías de los regímenes totalitarios y tiránicos es la dictadura del silencio. Y su máxima ejecución es eliminar los recuerdos de la memoria de las víctimas, negar su muerte es lo mismo que negar su existencia. Por eso cuando el poder totalitario (y no hablo sólo de regímenes dictatoriales legitimados, sino también terroristas ilegales aun cuando los unos sean similares a los otros) niega el dolor de los vencidos, comete la mayor crueldad: la de negar la existencia del pasado con el fin de negar las nefastas consecuencias que generaron sus actuaciones. Es como si a una viuda se le niega que lo sea, que su marido no esté muerto o, peor, que nunca se hubiera casado, y por tanto su viudedad es una mentira o una imaginación suya. Esto es lo que pretenden grupos radicales fascistas (denominados neo-nazis) que niegan que el holocausto judío existió, y que sólo se trata de una falacia política. Aun cuando esto no se sostenga en la actualidad, por la gran información de testimonios del pasado, y la certeza de las pruebas, además de que insulta a la inteligencia de cualquiera que tenga un mínimo de sentido común. Lo peor de las posguerras para los vencidos no es lo que han perdido, sino la ignorancia por parte de los vencedores de constatar sus pérdidas y la crueldad de negar su dolor ante ellas.

La cruel desmemoria es la de negar los recuerdos de las víctimas, de no permitir que duelan a sus seres queridos. Después de una guerra vencedores y vencidos tienen grandes heridas, no permitir a unos llorarlas, mientras otros ostentan su sufrimiento. No poder condolerlas ante ojos extraños que se compadezcan es impedir exorcizarlas, por tanto las heridas quedarán siempre enquistadas.

Si los historiadores se sitúan en un plano objetivo es precisamente por la búsqueda de la verdad. Como precisa Todorov (p. 154): “ El trabajo del historiador, como cualquier trabajo sobre el pasado, nunca consiste exclusivamente en establecer ciertos hechos, sino también en elegir algunos de ellos como más sobresalientes y más significativos que otros y relacionarlos entre sí; ahora bien, ese trabajo de selección y combinación está necesariamente orientado a la búsqueda no sólo de la verdad sino también del bien. ” La tarea profesional del historiador es imprescindible para alcanzar la verdad o descubrir los hechos tal y cómo fueron, sin distorsiones producidas por la lejanía del tiempo o por una única perspectiva. Si bien es cierto que los testimonios de los que vivieron los hechos son fuente importante para el historiador, no es menos cierto que estos testimonios están impregnados de emociones y sentimientos subjetivos, por tanto sólo reflejan parte de la verdad. La totalidad de la verdad ha de encontrarse en la investigación cotejando los hechos con los testimonios; y un buen método sería por un lado a través del perspectivismo (de la multiplicidad de testigos o perspectivas diferentes y semejantes) y, por otro, a través de la distancia que pone el tiempo. Tanto historiador como testigo necesitan de esa distancia que enfríe y ponga las cosas en su sitio, pero también el testimonio del testigo complementa las investigaciones del historiador. Los relatos testimoniales son los que humanizan la Historia, sino sería una lista cronológica de sucesos a través de los personajes principales (Reyes, generales, políticos) olvidándose del pueblo llano, de las víctimas; una historia política. Esos testimonios son lo que Unamuno denominaba intrahistoria.

Retomando las palabras de Todorov, la búsqueda de la verdad es necesaria si está enfocada hacia el bien. No obtendríamos el bien si la recuperación de la memoria histórica se basase sólo en homenajes y conmemoraciones, pues los fines más frecuentes que persiguen las conmemoraciones son procurar ídolos o héroes que venerar y enemigos para odiar. Todorov distingue la rememoración de la conmemoración: la primera es el intento de aprehender el pasado en su verdad -y yo añadiría en su totalidad, y en su perspectiva múltiple- , mientras que la segunda, es la adaptación del pasado a las necesidades del presente. Por tanto, la conmemoración es una manipulación del pasado.

La verdad siempre se sitúa en el pasado pero el esfuerzo por reconstruirla, por rememorar ese pasado, se ve inevitablemente dificultado por los recuerdos parciales, las inexactitudes, los prejuicios, las pruebas perdidas, y todo lo que oscurece un evento. Podemos, por tanto, distinguir las verdades fácticas, de las emocionales; las primeras serían los sucesos, lo que aconteció en un determinado lugar y en un tiempo concreto, tendrían validez de pruebas; las segundas, serían los recuerdos, los sentimientos individuales de los testimonios.

Aun cuando los hechos fueran idénticos para distintos individuos, no tienen la misma importancia para unos como para otros, no existe un punto de vista esencial desde el que organizar las verdades fácticas, sino multitud de puntos de vista posibles, es decir, multitud de verdades emocionales. De ahí que cada una de las partes escogerá verdades diferentes y tenderá a ignorar o despreciar la verdad de la parte contraria. Por consiguiente cada individuo tendrá una imagen muy diferente de los hechos.

Por otra parte, tratar los hechos (las verdades fácticas) como relación entre causa y efecto tampoco es justo ni imparcial, principalmente porque con excesiva frecuencia las relaciones entre causa y efecto no son tan simples ni tan lineales, puesto que un efecto no sólo se deriva de una causa sino de varias, o una causa puede producir distintos efectos.

Organizar, cotejar y mediar entre las verdades fácticas y las verdades emocionales es tarea de los historiadores, no de los políticos. Sin embargo es tarea de los políticos, como espejos de la inquietud social y cultural, proporcionar la posibilidad de recuperar la memoria histórica colectiva. O, cuando menos, posibilitar el acceso de resolver las innumerables preguntas frente a los silencios y lagunas del pasado que se ha ocultado.

 

La recuperación de la memoria: la revisión histórica imprescindible

¿Reivindicación de la memoria o resarcimiento de las víctimas?

Los seres humanos siempre se han sentido atraídos por el conocimiento de sus antepasados. La paleontología (ciencia que trata de los seres orgánicos desaparecidos, a través de sus fósiles) y la antropología (estudio de la realidad humana, sus costumbres, sus tradiciones, etc.) se basan en el interés de conocer los primeros antepasados del ser humano, ambas son materias de la prehistoria, es decir, de los documentos no escritos, por tanto tienen que valerse de pruebas, de verdades fácticas. La etnología, es decir, la ciencia que estudia las causas y razones de las tradiciones de los pueblos, es la que más se acerca a la memoria de la escritura.

En el Renacimiento la memoria se representaba como una mujer de dos caras, una miraba al pasado y otra al presente; en una mano llevaba un libro y en la otra una pluma para escribir nuevos libros.

Pero si bien hemos visto que la memoria colectiva puede ser manipulada, para liberarla de la manipulación hay que rescatar la verdad de los hechos acontecidos. Y eso no es tarea de los políticos sino de los historiadores, pues los políticos tienden a adecuar la memoria a sus propios intereses o convertirse en totalitarios para combatir el totalitarismo, con lo cual éste habrá vencido de todos modos (como alerta Todorov: p.168). “Hay que separar los papeles del político y del historiador. El primero tiene como objetivo actuar sobre el espíritu de sus conciudadanos; sin estar obligado a mentir, puede elegir decirlos esto en lugar de aquello, con vistas a obtener el resultado deseado. El objetivo del historiador es acercarse a la verdad.” (Todorov: p.240)

Recuperar el pasado es un derecho legítimo en los estados democráticos, pero no un deber. Durante la Transición política española a partir de la muerte del dictador Francisco Franco, los políticos acordaron tácticamente pasar página para enfrentarse al futuro sin escarbar en las heridas del pasado reciente, es decir sin procurar el resarcimiento de los vencidos, en aras de construir un futuro conciliador donde no cupiese el odio y la venganza.

Después de treinta años que España se democratizó es legítimo recuperar la memoria de los vencidos, siempre y cuando éstos no deseen olvidar y, sobre todo, siempre y cuando no se abran mayores heridas. Como señala Todorov la memoria en sí no es buena ni mala, los beneficios que se espera obtener de ella pueden ser neutralizados e incluso derivados, sacralizando los recuerdos o banalizándolos. En definitiva: los recuerdos sirven para superarlos, no para estancarse en un pasado que sólo avive emociones negativas que impidan seguir adelante. El tiempo, como decía Quevedo en un hermoso soneto, ni vuelve ni tropieza. Eso es lo beneficioso del pasado: que es inalterable (sino se manipula) y no tiene retorno, de ahí la importancia de buscar la verdad, y la necesidad de no utilizar el pasado como venganza en el presente. Un pueblo tiene que tener presente los errores del pasado para no volverlos a cometer en el futuro. Para acceder a la verdad el camino no tiene porque ser el sendero de la violencia, como afirmaba Antonio Machado: “Nuestro pueblo ha necesitado siempre de la violencia, del frenesí entusiasta para unirse con la verdad, con su propia verdad (…) la verdad española está en el corazón del pueblo como un arco tendido hacia el mañana, y es hoy una consciente voluntad de vivir en el sentido esencial de la historia”(3).

Los hechos relatados por los vencedores son relatos épicos que ensalzan los valores del héroe. Mientras que los hechos relatados por los vencidos se basan en sentimientos como el dolor, la ira, la frustración, la queja, por tanto, podríamos llamarlos relatos emocionales. Como señala Todorov “es más ventajoso permanecer en el papel de víctima que recibir una reparación por la ofensa sufrida: en vez de una satisfacción puntual, se conserva un privilegio permanente, la atención y, por lo tanto, el reconocimiento de los demás están garantizados”.

Si es plausible la reivindicación de la memoria y la recuperación de la verdad, el resarcimiento de las víctimas sería solamente admisible cuando se tratase de una compensación puntual y no un anhelo de venganza o un desquite. Pues entonces la víctima se pondría a la misma altura que el culpable, y los vencedores vencerían de nuevo al contaminar a los vencidos su ánimo de revancha. Sería legítimo compensar a las víctimas pero ¿tienen derecho a esa compensación sus descendientes? Otros sufrieron pero son sus descendientes los que reciben los privilegios, con lo cual el mal sufrido legitimaría el mal infligido. Frente a la venganza está la imparcialidad y la legitimidad de la justicia, “tiene el inconveniente de la abstracción y de la despersonalización pero es la única oportunidad que tenemos para hacer disminuir la violencia” (Todorov: 206) “El pasado podrá contribuir tanto a la constitución de la identidad, individual o colectiva, como a la formación de nuestros valores, ideales, principios, siempre que aceptemos que éstos estén sometidos al examen de la razón y a la prueba del debate, en lugar de desear imponerlos sencillamente porque son los nuestros”.

La clave está en el valor moral, en el perdón. Perdonar no es lo mismo que olvidar, el perdón es necesario para la recuperación de la memoria sin estancarse en la violencia de ese pasado que sólo fermenta más violencia. El perdón posibilita el progreso de la colectividad y es radicalmente opuesto a la venganza.

Dice Jorge Luís Borges, en un extraordinario relato de 1941 titulado “Pierre Menard: autor del Quijote” , que es la historia, madre de la verdad; y añade irónicamente que su autor apócrifo Menard “no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió“. Con motivo de la onomástica de los 70 años que se produjo en España el estrago violento de la IIª República, por fin se intenta una recuperación de la memoria histórica de nuestro país. Si el dolor y el sufrimiento es un derecho indiscutible que todo ser debe expresar, también es un derecho el honor y la intimidad de las personas de guardarlo o hacerlo ostentoso. La recuperación de la memoria histórica no es sólo un derecho sino un deber para un Estado de Derecho democrático como el que vive nuestro país desde 1978. Pero también la memoria es selectiva y vulnerable con el tiempo, por ello no se debe confundir recuperación de la memoria con venganza o subjetividad, esto conllevaría a un ajuste de cuentas en el presente, que poco favorece al pasado y menos al futuro. Memoria y olvido son dos derechos humanos que no deben ser vulnerados. La verdad siempre se ha de abordar desde la objetividad, y si la Verdad es hija de la Historia, ambas siempre se mantendrán a flote, para el común bien del Tiempo Futuro. Resarcir el pasado sólo es lícito y decente cuando va impregnado de honestidad y beneficia a todos. Si la democracia tiene como principio preservar los derechos del individuo, los actos que refuerzan la identidad tanto del individuo como la del grupo sólo tienen valor moral cuando benefician a todos. La venganza sólo es un anclaje en un pasado que no se quiere olvidar, y que conlleva a la muerte y al olvido (la desmemoria). No debe confundirse la recuperación de la memoria histórica, es decir, la constatación de la verdad y la recuperación del derecho a expresar el dolor acallado en el pasado, con la venganza y el desquite presente, porque eso no nos conducirá a un futuro sano, sino una vuelta al pasado más deleznable y negativo que desgraciadamente tuvo que vivir nuestro país. Por bien del Futuro no juzguemos lo que sucedió sino lo que realmente sucedió, esto es, no olvidemos el Pasado, pero no nos convirtamos en verdugos ni en víctimas de él, porque eso nos llevaría a un enquiste de las heridas imposibilitándonos curarlas.

 

NOTAS:
(1) Todorov, Tzvetan Memoria del mal, tentación del bien , Barcelona, Península, 2002, p. 153 (a partir de ahora toda referencia que haga a este imprescindible ensayo de Todorov la indicaré en el mismo texto con el número de la página de donde he sacado la cita).
(2) El estatuto de la memoria en las sociedades democráticas no parece, no obstante, definitivamente asegurado. (…) Lanzados a un consumo de información cada vez más desenfrenado, estaríamos condenados a su eliminación igualmente acelerada; separados de nuestras tradiciones y embrutecimientos por las exigencias de una sociedad del ocio, desprovistos tanto de curiosidad espiritual como de familiaridad con las grandes obras del pasado, estaríamos condenados a la vanidad del instante y al crimen del olvido” Todorov, op. Cit. , p.145.
(3) Antonio Machado “Voces de calidad. Juan Ramón Jiménez” artículo escrito en 1937, recuperado como prólogo a Guerra de España de Juan Ramón Jiménez en la edición llevada a cargo por Ángel Crespo, Barcelona, Seix-Barral, 1985.

 

© Mª Paz Sanz Álvarez

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