El golpe fue sonado. Primero engatusaron a un perturbado para que entrase en el museo y rasgase los lienzos. Luego se sirvieron de una enmarañada red de contactos para asegurarse de que tres de esas obras serían restauradas fuera de la institución, en el taller de un experto a cuyo ayudante untaron con generosidad. Sustraerlas de aquel lugar resultó sorprendentemente fácil. Sacarlas del país, también. Un par de semanas más tarde, los criminales se reunían con un posible comprador. Destaparon los cuadros, y el perito del cliente pasó a examinar las tres hendiduras. La primera seguía el contorno exacto de la herida costal de Cristo. La segunda atravesaba el torso abierto de una lección de anatomía. La tercera se abría paso por el pudoroso bajo pubis de la casta Susana.