Prólogo
Antes de abrirse el telón salen, por un lado Vicente
Burbano, con su delantal blanco y su gorro de panadero; y,
por el otro, Federico, su ayudante.
Don
Vicente. Respetable público. Damas y caballeros.
Estamos a punto de presentar ante sus ojos la conmovedora
historia de un panadero.
Federico. Y de su noble ayudante.
Don
Vicente. ¡No me interrumpas!
Federico.
Yo jamás podría interrumpir a mi jefe directo.
Solamente le brindo mi apoyo oportuno.
Don
Vicente. ¡Cállate!
Federico.
¡Ya estoy callado!
Federico
no dice una palabra pero gesticula. Hace muecas. Trata de
captar la atención del público.
Don
Vicente. ¿Qué estás haciendo?
Me quieres robar el espectáculo (Señala al
público). ¡A caso que ellos han venido a
conversar contigo! ¿No les ves? ¡Grandes señores
son! ¡Grandes damas de la alta sociedad! Vienen al teatro
para ver obras ejemplares. ¿Crees que pueden darse
el lujo de perder el tiempo con un payaso como tú?
Al pasar por aquí, al ver los afiches se habrán
detenido. Quizá tuvieron curiosidad
Pero eso
no te autoriza a ti, que eres un don nadie, a dirigirles la
palabra
No señor. Podrían molestarse
Esto debe saberlo el señor Director. (Al público).
Un momento. Ya regreso. Debo poner orden. (A Federico).
Hasta me has hecho perder el hilo del discurso. (Sale).
Federico queda solo. Se restriega los ojos y avanza hacia
el público.
Federico.
Lo veo y no lo creo. Se ha ido. Se ha esfumado
Ahora
que don Vicente ha salido, aprovecho la oportunidad para saludar.
(A un hombre de primera fila) ¡Hola Lucho. No
sabía que vendrías esta noche! ¿Y los
otros? ¡No les veo! ¡Chupando se habrán
quedado! ¡Ya nos vemos, loco! (A una chica) ¡Hola
guapa! ¿Vino solita? ¿Y sus patrones? Yo termino
a las tres de la mañana
si quiere nos vemos luego
¡Qué calor! ¿Ustedes no están acalorados?
Bueno, claro, allá afuera debe estar haciendo frío,
con semejante lluvia... Aquí, con el horno, estamos
echando agua. Discúlpenme un momento. Solo me limpio
las manos en este delantal y empiezo a contarles todo lo que
pasa aquí dentro.
Entra don Vicente.
Federico.
¿Y el señor Director?
Vicente.
¿El Director?
Federico.
¡Sí! ¿Qué dijo?
Vicente.
¡Que regreses inmediatamente a tu camerino! Que el prólogo
debo hacerlo solamente yo
Federico.
(Se cuadra). ¡Donde manda capitán! (Se
hace el que se va, pero retorna). ¿Había
camerinos en este teatro?
Don Vicente le muestra un puño cerrado. Federico
abandona el escenario, pero al menor descuido retorna y se
queda detrás del panadero.
Vicente.
(Avanza hacia el centro del escenario, y se dirige muy
ceremoniosamente al público. Federico le sigue, en
puntillas. Va detrás de él. Gesticula. Sigue
con precisión los movimientos y gestos de don Vicente).
¡El pan no baja del cielo! El pan nuestro de cada día
hay que hacerlo
y bien hecho
El éxito de
su fabricación no reside tan solo en saber hacer una
mezclita de harina con agua, o en el número de huevos
que se rompa. Ojo
mucho ojo
señoras y señores.
El diablo sabe más por viejo que por diablo. Fijarse
bien. (Hace pantomima mientras habla). Tomo la harina,
la sal, la manteca
¿Ven? Simple, ¿verdad?
Cualquiera de ustedes lo hace
Ah
pero eso sí,
mucho cuidado. Lo que viene después requiere de temple
¿Cómo diría yo
? Es necesario tener
una especial predisposición espiritual
hay que
ser
(Trata de encontrar la palabra precisa y solamente
consigue aferrar con sus manos el vacío).
Federico.
¡Hay que ser panadero!
Vicente.
(A Federico). ¿Tú nuevamente aquí?
¡Eres un payaso impertinente! (Al público).
¡Phuá! Está visto que yo no sirvo para
dar recetitas. (Avergonzado). Perdone el culto público
la interrupción
a veces a uno
se le suben
los humos a la cabeza
No volverá a suceder. Y
es
que
esto
no puede expresarse
no
puede decirse con palabras. Hay que hacerlo
así
así
(Pantomima de un hombre que amasa pan.
Regresa a ver y comprueba que Federico realiza una pantomima
impactante, convincente). Eso
Así Federico.
Bate que bate. Con los dos brazos metidos en la masa. Bate
que bate, hasta que te duelan las articulaciones. Hasta que
se te cocinen los músculos del antebrazo. Bate que
bate. Hasta que la masa te vaya sorbiendo el tuétano.
(Pausa. Bajan desde lo alto, atadas a sendas cuerdas, dos
canastas de pan).
Federico.
¡Ya tenemos el pan, señores! ¡Tenemos el
pan caliente que mata a la gente!
Vicente.
(Muestra un puño cerrado a Federico). ¡Mata
a la gente! ¡Mata a la gente! (Eufórico).
Federico.
¡Hay que bailar, señoras y señores! A
veinte y a cuarenta centavitos el rico pan de manteca. Solo
a veinte y a cuarenta.
Vicente y Federico bajan del escenario y ofrecen el pan.
Vicente.
(A uno de los espectadores). ¿Pan? ¿Pancito
caliente? (Se desplaza rápidamente entre el público).
Pancito, pancito de manteca, a veinte y a cuarenta el pancito.
Federico. (A uno de los espectadores).
¿Pancito? ¿No tiene sueltos? No importa
tome su ración. Es mío y lo puedo regalar. (Ríe).
Vicente.
Pancito con vendaje
(A otra persona del público).
¿De a veinte o de a cuarenta? (Le obsequia uno de
los panes).
Federico.
(A otro de los espectadores). ¿Usted es
?
¿Sabe? Me parece conocido. Lo estuve reconociendo desde
hace rato. Ud. tiene un perro grande, blanco
¿Verdad?
¡Lleve un pan para el perrito! (Le entrega un pan).
Se escucha la voz de Carmela.
Voz
de Carmela. ¡Vicente! ¡Vicente! El señor
Director dice que se dejen de payasadas. Que entren ya para
poder subir el telón y empezar la obra.
Federico.
¡Don Vicente! ¡Su mujer le llama!
Don
Vicente. ¡Mi mujer!
Vicente y Federico suben rápidamente al escenario.
Vicente acude presto al llamado de Carmela.
Federico.
(Al público). ¿Vieron a don Vicente?
El que estaba aquí conmigo. Se pasa durante toda la
obra amasa que amasa
El es "panadero de profesión".
Le conozco desde hace cinco meses. Llegó de Alausí,
con doña Carmela. La que anda limpiando las cosas por
allá, cerca del horno. Ya la conocerán
(Se escucha el llanto de un bebé, de aproximadamente
seis meses de edad. El bebé se calma poco a poco).
¿El guambra? Es el Guillermo. Seis meses tiene. Hijo
de ellos es. Raquítico, enfermizo el pobre
siempre
con hambre, siempre con sueños atrasados. Come y no
se sacia. Duerme y no descansa. (Empiezan a levantar el
telón). ¡Uy! ¡El señor Director
debe haber dado la orden de empezar esta obra
Después
les sigo contando la cosa
(Sale corriendo por uno
de los costados).
Acto Único
La panadería ha sido instalada dentro
de una habitación caldeada, semi oscura, donde se amontonan
sacos de harina, canastones de mimbre, cajones de madera rústica,
negras latas para hornear y otros elementos similares.
En el lado derecho, en primer término, se ve la puerta
del local, a la que se accede mediante una grada o tarima
de madera. Sobre el dintel hay un enorme reloj..
Más hacia atrás, también a la derecha,
se encuentra una pared o parapeto diagonal, constituido por
una superficie lisa y sin pintura que choca por su rusticidad
y fealdad.
Casi al centro, al lado derecho, parcialmente cubierta
por el parapeto diagonal, emerge la gran mesa de panadería:
la artesa propiamente dicha. Se trata de un mueble sólido,
simple, pringoso.
Al fondo, un poco hacia la izquierda, pegada contra la pared,
se divisa la estantería, cargada con los elementos
básicos para preparar el pan: sal, azúcar, huevos,
manteca, harina y latas. Sobre la estantería, una ventana
larga deja filtrar una luz difusa. Arriba de la ventana, en
el tumbado falso, hay un boquete con su respectiva portezuela,
por el cual se puede acceder al entre piso superior.
Cerca de la estantería se ve costales de harina, algunas
canastas y pan amontonado.
Delante de la estantería, a la izquierda, está
el horno de ladrillo. Arrimada contra el horno hay una escalera.
En el primer plano, hacia la izquierda, han colocado un cajón
para que duerma el Memo.
Para completar el ambiente puede agregarse otros cajones y
una mesa auxiliar.
La mañana es fría, lluviosa, oscura.
Escena I
Al levantarse el telón, el escenario está
a oscuras. La luz azulada de algunos relámpagos penetra
a intervalos como fugaces raíces por la ventana. Se
escucha el ruido de truenos y de la lluvia torrencial. El
reloj marca las seis en punto de una triste, negra y fría
mañana de invierno. Se abre la puerta y aparece la
cabeza de don Mariano, propietario de la panadería.
Don
Mariano.
¡Federico! ¡Federico!
Don Mariano entra y enciende la luz. Está empapado.
Se saca una capa de caucho y la sacude.
Don
Mariano. ¡Qué lluvia para tenaz! ¡Estoy
hecho sopa! Menos mal que aquí no tenemos goteras.
Habrá que reemplazar esos dos focos quemados: casi
no se puede ver
Algún terrón o alguna piedra se desprende del
tumbado y le cae de pronto a don Mariano.
Don
Mariano. ¡Ay! ¡Ayayay! (Se soba la
espalda). ¿Qué fue eso? ¿Una piedra?
(Mira hacia arriba). ¿Se habrá desprendido
del tumbado? ¡Qué dolor! Si esta tremenda piedra
me llega a golpear en la cabeza o en el pecho, me mata!
Cae otra piedra.
Don
Mariano. ¡Ay! ¡Ayayay! (Se soba la
pierna). ¿Otra piedra? No puede ser. ¿No
será que alguien está lanzando cosas desde esa
maldita ventana?
Voz
del duende. (En tono burlón y un tanto
misterioso) ¿No será el duende, don Mariano?
Don
Mariano. (Intrigado). ¿He? ¿Qué
pasa, carajo? ¿Quién dijo eso?
Don Mariano va. Se sube a uno de los cajones y examina la
ventana. El cajón se mueve y el hombre cae estrepitosamente
al suelo.
Don
Mariano. ¡Ay! ¡Ayayay! ¡Qué
caída me he dado! Traeré los focos.
Don Mariano sale. La panadería queda solitaria. Sin
embargo, parecería que algo se mueve detrás
de los cajones o de los costales de harina. Una pequeña
sombra atraviesa furtivamente el escenario.
Una voz de mujer llama:
Voz
de Rosaura: ¡Federico! ¡Federico! ¡Muévete,
guambra ocioso!
Regresa don Mariano. Se sube a la artesa y cambia uno de los
focos quemados. La luz aumenta.
Don
Mariano. Llego temprano a mí panadería,
en este frío del carajo. Casi ni desayuno y ¿a
quién encuentro? ¡A nadie! ¿Y el Federico?
¡Se ha hecho humo! ¡Se ha desvanecido!
Don Mariano se sube sobre uno de los cajones y cambia otro
de los focos quemados. La luz aumenta.
La voz de la mujer llama, desde afuera:
Voz
de Rosaura: ¡Federico! ¡Federico! ¡Anda
y déjale a la niña en la parada del bus del
colegio!
Don
Mariano. ¡Claro! ¡Era visto! ¡Salgo
yo y se restablece el desorden! ¡Cuántas veces
le he dicho a mi mujer que no le mande al Federico a dejar
a la niña en la parada del colegio! ¡Yo le necesito
aquí al muchacho! Y claro, el guambra que no espera
un segundo para vaguear
qué más me quiero.
¿Es que Rosaura no entiende? ¡De ganita me reviran
el hígado tan temprano!
Don Mariano, se pasea a grandes zancadas de un lado al otro.
Está furioso y bufa como toro. Saca de uno de sus bolsillos
el látigo y lo va extendiendo poco a poco, luego lo
golpea rítmicamente contra su pierna... Es un látigo
de cuero, parecido al que se utiliza para amansar las fieras
en los circos.
Don Mariano es un hombre robusto, fortachón, de fiero
aspecto. A pesar de que no monta a caballo, usa botas, grandes
hebillas y espuelas, que retumban con metálico zumbido.
Don
Mariano. ¡Quererme ve la cara de pendejo!
¡A mí! A Mariano Arboleda. A más de lento
ladrón. Una ficha me salió el Federico. ¡Pero
no lo voy a permitir! Apenas entre por esa puerta le voy a
caer a fuetazos, para que deje de ser mañoso. (Pausa.
Mira el reloj). ¡Las seis de la mañana y
el niño bonito no llega! Sabe muy bien que estoy solo,
que tengo que entregar todas esas canastas de pan a primera
hora y no se asoma por aquí
La puerta se abre. Federico mete con temor la cabeza despeinada.
Se horroriza al ver a don Mariano con el látigo.
Federico.
¡Buenos días, don Mariano!
Don
Mariano. ¡Qué pasa! ¡Llegas tarde!
¿Y todavía vas a quedarte allí, en la
mitad de la puerta, como tranca? ¡Muévete! ¿Qué
esperas? ¿No te dije que vengas a las cinco y media?
¡Fíjate! ¡Ya son más de las seis!
Federico entra cabizbajo, con miedo. Al pasar cerca de don
Mariano recibe unos cuantos latigazos que le botan al suelo.
Allí se queda, en silencio, sobándose los adoloridos
brazos, las piernas y la espalda.
Don
Mariano. ¿Así que pensaste que no
me daría cuenta? ¡Ladrón. ¿No te
doy de comer? ¿Por qué te tragas las rosquillas?
¡A trompón limpio hay que tratar a esta gente!
(Le pega dos trompadas).
Federico.
Eran solamente sobras, don Mariano. Eran rosquillas quemadas,
de rechazo
Don
Mariano. ¡Aquí no tiene por qué
perderse un pan, una empanada, una rosquilla! ¿Entendiste?
Para eso llevamos la contabilidad al día. ¿Y
por qué no viniste a las cinco y media, como te ordené?
¿Qué crees que mi casa es hotel para levantarse
cuando a uno le viene en gana? Te doy posada, te visto, te
alimento, te educo
y ¿ves el pago que me das?
Federico.
La señorita Rosaura dijo que vaya con la niña
y espere hasta que llegue el bus del colegio
Don
Mariano. ¡Claro! ¡Ya me imaginaba! ¿Y
no pudo ir ella? ¡Más tarde hablaré con
la Rosaura y arreglaré este asunto! Ahora levántate.
¡Apura! ¡Ya estamos atrasados al reparto!
Federico se levanta y toma el canastón de pan. Se dirige
hacia la puerta.
Don
Mariano. ¿Y? ¿Así vas a salir?
¿No te das cuenta que llueve y se puede mojar el pan?
Allí tienes un plástico. (Federico se tapa
la cabeza y la espalda con el plástico. Don Mariano
le quita con visible furia la improvisada manta y protege
el canastón). ¡El pan te digo! ¡El
pan hay que cubrir! Si vos te mojas nada te va a pasar. ¿Acaso
eres de azúcar para que te deslías?
Federico sale cargado con el pan.
Detrás de él, se apresta a salir don Mariano.
Hace zumbar en el aire su látigo de cuero.
Voz
del duende. ¡Don Mariano! No lo olvide
Esta noche está invitado a cenar conmigo
Don
Mariano. (Va hacia la ventana y amenaza).
¡Maldición! ¡Para broma ya está
bien! Espera que te atrape desgraciado, para ver si te quedan
ganas de seguir jodiendo
(Hace chasquear el látigo
en el aire).
Caen piedras desde el tumbado. Don Mariano las esquiva. De
pronto, se lleva la mano al pecho. Un agudo, un insoportable
dolor le paraliza. No puede avanzar. Ni siquiera tiene ánimo
para pedir auxilio. Solamente gruñe como un cerdo al
que le hunden un cuchillo en el corazón. Dobla sus
rodillas y cae al suelo.
Federico abre nuevamente la puerta. Ve a su amo tendido y
grita.
Federico.
¡Socorro! ¡Auxilio! A don Mariano parece que le
ha dado otro ataque al corazón! ¡Señorita
Rosaura! ¡Señorita Rosaura, venga pronto!
Oscuridad total en el escenario.
Escena II
Federico y Carmela baten las claras de los huevos en sendos
tazones de hierro enlozado. No tienen batidora eléctrica.
Todo lo hacen a pulso. Utilizan para el efecto grandes espumaderas
o tenedores metálicos. Ambos preparan el merengue para
hacer los suspiros.
El reloj marca las cuatro en punto de la tarde.
Continúa la lluvia. Se escucha el sonido isócrono
del agua, especialmente cuando se abre la puerta.
Carmela.
Dime
Federico
¿Conoces Alausí? ¿Nunca
has ido por el sur? ¿Por Cuenca, por ejemplo? (Pausa).
En el sur
los paisajes parecen más limpios. Cuando
piso la alfalfa sé que estoy pisando los alfalfares
y no me engaño, porque conozco el aroma que trae el
viento y él me guía de la mano donde yo quiero
ir. (Pausa). ¡Qué emoción! ¡Mañana
a esta hora estaré en mi tierra. ¡Alausí!
¡Alausí! (Brinca de contento). Ya nadie
nos tratará como basura
No tendremos que humillarnos
no tendremos que soportarlo todo
No seguirán
explotándonos más
Federico.
¿Cómo dice, doña Carmela? ¿Quién
le explota?
Carmela.
Digo que don Mariano nos explota. Digo que se está
aprovechando de nosotros. (Pausa). Antes de que te
manden a la panadería, mi marido amasaba tres quintales
por noche. A puro brazo. Tú sabes que aquí no
tenemos mezcladora, ni batidora, ni cosa que se le parezca.
Puro brazo
nada más. Eso sí que es matador.
Ahora que tú le ayudas, quiere que amase cuatro. ¡Cuatro
quintales! ¿Quién va a poder amasar cuatro quintales
de harina en una noche? Como si vos, Federico, le sirvieras
de gran ayuda
¿Sabes que le dijo la otra noche
a mi Vicente? (Imita la voz de cerdo del patrón).
"Ahora tienes que amasar cuatro quintales cholito
para eso te he puesto ayudante
¿No? Tres quintales
es muy poco
Las tiendas quieren más
je,
je. Tu pan es una delicia
"
Federico.
¿Ya estará bien batido este merengue?
Carmela comprueba la consistencia de la mezcla y dice que
no, que todavía falta. Federico sigue batiendo.
Federico.
¿Nos explotan? Tiene razón, doña Carmela.
No me había dado cuenta de eso. Claro que nos explotan.
Carmela.
¿Y
tú
por qué no te has largado
de aquí?
Federico.
¿A dónde iría?
Carmela.
Ven con nosotros. Te haremos nuestro socio.
Federico.
¿Yo
panadero? Ni muerto. Cuando me largue de aquí
iré a Guayaquil. Me meteré de marino. Viajaré
viajaré
Escucharé el canto de los grillos.
Dicen que los grillos cantan preciosas melodías
A veces llegan grillos en la harina
pero esos no cantan
parecen pequeños fantasmas desorientados
Carmela.
Hoy dijo que nos iba a devolver todo el dinero. Cinco mil
dólares, Federico. Imagínate. Regresaremos a
la tierra. Montaremos una panadería de lujo en Alausí.
Federico.
¿Don Mariano dijo que les devolvería el dinero?
Carmela.
Nos dijo, sí. Lo del ahorro fue idea de él mismo.
Don Mariano nos metió en esto de ir acumulando el dinerito
poquito a poco
(Imita la voz de cerdo del patrón).
"Al principio no se necesita gran cosa
Así
le dijo a mi marido. Eres hábil para el oficio.
Es cuestión de conseguir el local y el resto se te
viene como por añadidura
Por eso te retengo el
salario, para que ahorres
No creas que yo voy a perjudicar
a nadie
y menos a vos
Yo no me ensucio en porquerías.
¿Quieres ver plata? (Saca una billetera imaginaria).
Mira, mira: has visto una billetera más gorda que ésta?
Solo quiero que formes tu capital
Por eso te doy, te
cedo el cuartito del zaguán, para que duermas calientito
con la Carmela
El cuartito del zaguán no te cobro
no te cobro
je
je". Don Mariano sabe cuáles
son nuestros planes
y está de acuerdo.
Federico.
¿Y si les hace lo que al difuntito Baltasar
?
Carmela.
No. No. A nosotros tiene que pagarnos
A nosotros
¿Qué le hizo al Baltasar? ¿Quién
era el Baltasar?
Federico.
El anterior panadero. Le retuvo la paga durante seis meses,
con el mismo cuento de la tiendita para vender el pan
Cuando le reclamó le metió preso. Dijo que le
había robado la harina. El juez le creyó nomás.
Como Don Baltasar era pequeño, pequeñito
¿Quién le iba a hacer caso? (Pausa) ¡Qué
nomás le harían en la cárcel! Imagínese
que el pobre se mató. Con su propio cinturón
se había colgado.
Federico se queda estático, pensativo, ensimismado.
A tal punto está concentrado en sus propios pensamientos
que no escucha lo que le pregunta Carmela.
Carmela.
¿Y a vos te pagó? ¿Te ha pagado? ¡Federico!
¡Te estoy preguntando! (Le sacude del brazo a Federico
para que reaccione).
Federico.
¿He?
Carmela.
¿Qué has creído
? ¿Que estaba
hablando con las paredes
? ¿No quieres contestar?
Bueno
Yo no sé
Con vos tal vez es distinto
te quedas todavía
puedes seguir reuniendo
reuniendo
Pero si es de que le pidas para un parcito
de zapatos
Federico.
¿Cree que me dará para eso?
Carmela.
¡Claro! ¡Tiene que darte, pues! ¡No faltaba
más! Es tu derecho. Para eso se trabaja. ¿No?.
Federico.
¿Y si ustedes se van, quién va a preparar el
pan? (Pausa. Angustia en el rostro de Carmela). De
ley que no les va a devolver ese dinero
(Pausa).
Carmela.
Si no nos quiere devolver lo que es nuestro
le mato
Federico.
¿Dónde andará don Vicente? (Pausa).
Me hubiera gustado que él nos ayude a batir el merengue.
Él sí que es un maestro. En dos "chinchos"
endura veinte claras de huevo.
Carmela.
No importa que él no esté. Todavía hay
tiempo
Apenas son las cuatro de la tarde. Siempre hay
tiempo para batir el merengue de azúcar y de huevo.
Federico.
Merengue blanco
para los niños blancos y moreno
para los niños mestizos
Carmela.
A mi hijo le gusta el merengue blanco aunque es mestizo
Federico.
¿Y cómo preparan el merengue de color?
Carmela.
Con raspadura molida. Pero hay que ir poniendo poquito a poco
la raspadura, porque sino se hace agua la clara del huevo
y se jode todo
Federico.
¿No sabe donde se fue don Vicente?
Carmela.
Don Mariano le mandó al centro. Le dio para el bus
y dijo que vaya él mismo a comprar la levadura. Le
dijo que solamente en él confía
Federico.
¿En esta lluvia? Leeeejos le ha mandado
Mínimo
tres horas se ha de tardar en regresar
A eso de las
siete de la noche ha de estar por aquí don Vicente.
Ya cuando oscurezca.
Carmela.
Y el pobre que sufre de tos.
Federico.
(En tono de misterio, mientras señala en dirección
al horno). Doña Carmela... El que sabemos debe
andar rondando por aquí
Carmela.
Ya vas a empezar con tus cosas
¡Tú si que
eres miedoso!
Federico.
Siempre lanza piedras cuando llueve
Se abre la puerta y entra don Mariano. Carmela y Federico
se quedan estáticos.
Carmela.
Buenas tardes, don Mariano.
Federico.
Buenas tardes, don Mariano.
Don
Mariano. (Se quita la capa de caucho y golpea
el suelo, para desprender las gotas de agua pegadas al cuero).
¡La lluvia no para! Afuera hace un frío criminal.
¿Ya terminaron de batir ese merengue?
Carmela.
Ya casi está listo, don Mariano
¿Y su
corazón? ¿Cómo sigue? Supe que hoy en
la mañana tuvo una recaída
Dijeron que
se había puesto mal, mal, mal
Don
Mariano.
(Se
para frente a ella y se golpea el pecho con uno de sus puños).
¿No me ves? ¡Fuerte como un toro! ¡Mala
hierba nunca muere!
Carmela.
No hay que abusar de la salud, don Mariano
Don
Mariano. A ver
¿Qué tal está
eso?
Don Mariano mete el dedo en el tazón que tiene Carmela.
Lo saca embadurnado de merengue y se lo lleva a la boca. Disfruta
con deleite de la blanca espumilla.
Don
Mariano. ¡Qué bueno que está
este merengue! (Mete la mano al bolsillo y entrega dinero
a Federico). ¿Conoces la Botica Alemana?
Federico.
¿La del centro?
Don
Mariano. Sí. La del centro.
Federico.
Conozco dónde esa botica.
Don
Mariano. Le mandé al panadero a comprar levadura
pero me olvidé del amarillo para el pan de huevo.
Federico.
¿Cuánto quiere que traiga?
Don
Mariano. Cinco libras, dos litros
¡Qué
se yo! Ni siquiera conozco cómo venden ese menjurje.
Pregunta allá mismo. Yo no soy el técnico
Soy el socio capitalista. (Saca afuera su abultado vientre).
Federico sale. Don Mariano le quita el tazón de merengue
a Carmela y lo deja sobre la mesa. Luego la abraza, la besa.
La arrincona. Carmela evita el contacto, al comienzo, después
deja que el hombre haga lo que le venga en gana.
Carmela.
¡No! ¡No! ¡Don Mariano! Su mujer podría
bajar
Don
Mariano. ¿Rosaura? ¿Bajar acá?
Ni cuando inauguramos la panadería bajó. Peor
ahora
Carmela.
¿Entonces
por eso les mandó al centro
al Vicente y al Federico?
Don
Mariano. ¿Y? ¿No era eso mismo lo
que estabas pidiéndome? Déjate de remordimientos,
amorcito. Ven acá
ricura. No podemos perder el
tiempo
(Reinicia sus caricias).
Una piedra cae desde el tumbado y golpea a don Mariano.
Don
Mariano. ¡Ay! ¡Ayayay! ¡Maldición!
¿Qué es lo que pasa? ¡Nuevamente están
cayendo piedras desde ese tumbado!
Carmela.
¿No será el duende, don Mariano? Así
mismo dizque lanza las piedras
Don
Mariano. (Burlándose). ¿Y tú
Carmela crees en los duendes?
Carmela.
El Federico dice que lo ha visto. Dizque le gusta la oscuridad.
Un hombre pequeñito, con un sombrero enorme. Viejo
y feo, dijo que era. Oculto dentro del horno había
estado. Imagínese que hasta ha hablado con el Federico
Bueno. Eso es lo que él dice
Don Mariano va y abre la puerta del horno. La cierra con violencia.
Luego, regresa donde Carmela y continúa con sus caricias.
Don
Mariano. Ven acá, Carmela
y déjate
de cuentos
Poco a poco va oscureciendo el escenario hasta quedar en
tinieblas.
Escena III
Vicente y Federico amasan a buen ritmo. Solo se escucha el
ruido sordo y monótono producido por el choque de brazos
desnudos contra la masa de harina de trigo. Es un ruido lento
y pesado que se va durmiendo, apagando poco a poco, hasta
cesar por completo.
Federico se encuentra detrás del parapeto, batiendo
y golpeando la masa.
Carmela trata de limpiar, de poner orden en la panadería.
Mueve los sacos de harina, acomoda los canastones, arregla
las latas. La mujer va de un lado al otro, con el Memo a la
espalda. Ella lo sujeta con una vieja chalina de lana. La
mujer del panadero va hacia el horno y abre la tapa de hierro.
Observa la consistencia del fuego.
El reloj marca las once.
Carmela.
¡Vicente! ¡Vicente! Ya está bien encendido
el horno, pero faltará leña. Solo quedan estos
cuatro palos. (Levanta la cabeza y mira el reloj).
Las once de la noche y ustedes no han terminado de amasar.
¿A qué hora quieren que leude esa masa?
Vicente tose, se limpia las manos en un mantel y sale.
Carmela acomoda al Memo en el cajón, para que duerma.
Lo tapa amorosamente con una manta. Se sienta un rato a su
lado.
Federico.
(Con picardía). ¿No le va a dar el seno?
Carmela.
¡Guambra malcriado! Ahora si que le aviso al Vicente
Federico.
(A Carmela, con picardía). Si el guagua no quiere
aquí tengo un pancito
para acompañar
Carmela le amenaza con un palo.
Federico retorna a la artesa y bate nuevamente la masa.
Vicente entra con una carga de leña y un balde de agua.
Se acerca hacia Carmela y le entrega el balde. Va al horno.
Abre la boca de hierro y la alimenta con unos cuantos palos
de leña. Se restriega las manos.
Vicente.
¡Qué frío! ¡Por Dios santito que
afuera hace un frío de los mil demonios! ¡Y el
agua que no cesa! (Tose. Mira al Memo, acostado dentro
del cajón). ¿Estás cómodo
allí? Duerme, duerme, hijito. Es bastante tarde.
Carmela mete un limpión en el balde y friega el piso.
Carmela.
Deberían tener un poco más de cuidado. El piso
está hecho una mugre y hasta resbaloso. Casi me caigo
con el guagua.
Vicente se acerca hasta la mesa. Observa a Federico que bate
la masa con desgano. Hace gestos con las manos y mueve la
cabeza. Da un golpe en la tabla, tratando de asustar al muchacho,
al mismo tiempo que grita.
Vicente.
¿Qué has avanzado en mi ausencia? ¡Nada!
Esta masa está todavía tierna. ¡Guambra
ocioso! ¡Ahora sí te pones a trabajar! Apura,
apura
Vivito tienes que ponerte. (Grita). ¡Presta
acá el mantel!
Federico no dice una palabra. Corre a buscar el mantel y lo
entrega a Vicente, después continúa agitando
y golpeando la masa. Casi se le cierran los ojos del sueño.
Poco a poco va ocultándose detrás del parapeto.
Así podrá dormir por lo menos un momento.
Vicente retorna donde Carmela. El Memo duerme plácidamente
en su cajón. Vicente contempla un momento a sus seres
queridos con ternura.
Vicente.
(A Carmela). ¿No te digo? Imposible dejarle
un rato solo al Federico
Casi dormido sobre la masa
le encuentro
¡Pobre guambra! Don Mariano sí
que le saca el jugo. Aquí trabaja hasta las tres de
la mañana. Trabajo duro es. Sin embargo, a las cinco
y media ya le está llamando. Ayer hasta le hizo barrer
el patio después del reparto. ¿Vos crees que
don Mariano va a ir cargando la canasta del pan? ¡Que
va! A mi me da pena, mujer, pero
¿Qué
puedo hacer yo? (Mueve compasivo su cabeza). Toda la
noche se pasa conmigo, amasando, haciendo las empanadas, empacando
los suspiros, contando y recontando los biscochos, en fin
El trabajo es agotador. ¿No te has dado cuenta? Cuando
uno entra aquí parece que lo absorbe el trabajo. Se
trabaja todo el tiempo, siempre, sin descanso
Por eso
es que el guambra se cae del sueño. Don Mariano no
le deja en paz. Yo no sé cómo el Federico no
se larga
Se escuchan ruidos en el cajón donde duerme el Memo
.
Carmela.
(A su hijo). ¡Cierra los ojos! ¡Duerme!
¡No es con vos! ¡A mí me está conversando
tu papá!
Vicente.
(Extiende su mano y acaricia la cara del hijo. Pregunta
tiernamente). ¿Y vos
? ¿Cómo
estás? ¿Bien
? No tienes sueño todavía
?
¿Le ayudaste ahora a tu mamita? ¿Y
en
qué le ayudas? (Silencio corto). Está
bien
pero no te acerques jamás, jamás
al horno, hijo, aunque tengas frío
(Silencio
corto). Tienes la cara sucia
¿Dónde
te has metido? (Sonríe). ¡Ese es mi hijo!
(A Carmela). ¿Está portándose
bien
? No debiste haberle traído
Carmela refunfuña.
Vicente.
Sí, ya sé, ya sé
pero los niños
necesitan dormir en paz, en silencio
(Vicente se
separa de Carmela y de su hijo. Retorna a la mesa. Medita
solo). Todos los niños deberían tener una
cama suave y limpia por las noches
y durante el día
sol, un enorme campo para correr
Carmela.
(A Vicente). Voy un rato al cuarto. Si me necesitas
para alguna cosa, me llamas.
Vicente.
¿Por qué no le llevas al guagua?
Carmela sale, pero no lleva a su hijo.
Vicente va hacia la estantería y toma un bolillo grande,
de madera y amenaza a Federico.
Vicente.
Si otra vez te encuentro durmiendo
ya sabes
te
armas una buena garrotiza
Conmigo tienes que andar derechito.
Federico.
Ya casi está la masa. ¿Hay que dejarla reposar
para que leude?
Vicente.
No es necesario dejar que leude mucho esta masa. Vamos primero
a preparar las empanadas.
Vicente va hasta la estantería y trae un nuevo bolillo.
Federico.
¿Está limpio ese bolillo? ¿Por qué
no trae otro, para mí? No creo que sea difícil
hacer esas empanadas.
Vicente va a la estantería y trae otro bolillo. Le
entrega a Federico. Después mira el reloj y va hacia
la puerta. La abre. Saca afuera su cabeza. Retorna.
Federico y Vicente empiezan a preparar las empanadas.
Vicente.
¿Por qué no vendrá don Mariano? (Vicente
va hacia la puerta. Levanta la vista y mira atentamente al
reloj). Son ya las once y media de la noche. (En efecto,
el reloj señala las once y media). Casi siempre
llega a esta hora. ¿A qué hora pensará
venir hoy?
Federico.
¡Lo que quiere es sorprendernos!
Vicente.
¡Sí!. Juega con nosotros al ratón y al
gato. Cuando menos uno lo piensa, abre la puerta y grita.
Federico.
(Imita la voz de cerdo del patrón). "¡Qué
bonito! ¿Es esto un parque público? ¿No
hay alguna cosa que hacer? Yo no pago el dinero para que la
gente se quede sentada sobre los cajones
"
Vicente.
Estoy seguro que don Mariano quisiera vernos de día
y de noche amasando, amasando
Federico.
Don Vicente, ¿podría pasarme una lata para colocar
estas empanadas? Ya no tenemos espacio en la artesa.
Vicente le entrega la lata a Federico y este coloca las empanadas.
Luego, el muchacho va hacia la puerta y mira atentamente hacia
el reloj, cuyo minutero avanza más rápido de
lo normal y se coloca en las once y cuarenta y cinco.
Federico.
Don Vicente. Algo raro pasa aquí. Mire. El reloj marca
ahora las once y cuarenta y cinco.
Vicente va hasta la estantería y trae un par de latas.
Intrigado por las palabras de Federico regresa y mira nuevamente
al reloj.
Vicente.
Ese reloj debe estar loco. Ahora marca las doce. (En efecto,
el reloj señala las doce en punto).
Federico.
Solamente en los sueños ocurren este tipo de cosas.
A mí me pasa siempre lo mismo. Don Vicente. (Pausa.
Con los ojos entrecerrados) ¿Estamos despiertos
o dormidos?
Vicente.
Despiertos, Federico. Lo más probable es que ese reloj
se haya descompuesto.
Federico.
Pero si en realidad son las doce, deberíamos apresurarnos
¿Verdad?
Vicente.
A ver, a ver guambrita
rápido
despierta
(Se restriega las manos en el delantal). ¿Te
lavaste las manos? (Pausa). Entonces coge desde la
esquina
(Con impaciencia). La masa, muchacho.
Tenemos que levantarla y ponerla más allá
.
Con fuerza, con fuerza
Eso si no puedes
¿No?
Federico.
¿Ya no queremos más empanadas?
Vicente.
¡Ya no! Ahora tenemos que hacer bolitas, para el pan
especial. (Hace una bola y la muestra a Federico).
Así
redonditas
(Va colocando bolas sobre
la mesa, mientras cuenta en tono cansado y amargo). Una
bolita
dos bolitas
tres bolitas
Así
se hace, así, con las dos manos
Aprenderás
ya me he de morir
¿Después quién
va a enseñarte el oficio?
Federico ve unos grillos en uno de los sacos de harina y toma
algunos entre sus manos.
Federico.
¡Mire estos grillos! Seguro que llegaron desde Guayaquil
¿Por qué no cantan estos grillos?
Vicente.
¡Vaya pregunta! Porque aquí, en la sierra, no
cantan, muchacho! Si tú estuvieras triste, muriéndote
de frío, arriba en el cerro
¿cantaras?
Los grillos viven lejos, cerca del mar
Federico.
¿Ha tenido alguna vez un grillo en sus manos? Hacen
cosquillas
Vicente.
¡Qué asco! Ahora déjate de grillos y prepara
las bolas.
Federico deja con cuidado los grillos en el saco de harina;
después retorna a la mesa para hacer las bolitas de
masa.
Federico.
¿Así, maestro? Es usted un panadero de los buenos.
¿Me permite? (Toma una bolita de masa y se acerca
al público. Hace saltar la bolita en sus manos, como
si fuera un malabarista). Una bolita
Si supieran
cuánto cuesta una bolita
Panaderito
Panaderón
Ya mismo llega nuestro patrón.
Se escuchan golpes en alguna puerta interna. Caen piedras
desde el tumbado. Los focos titilan, disminuyen visiblemente
la intensidad de su luz.
Federico y Vicente se sorprenden. Miran hacia el tumbado,
tratando de adivinar qué es lo que pasa.
Federico corre despavorido hacia la puerta.
Federico.
¡Es el duende, don Vicente! ¡Justo a media noche
se aparece! ¡Cuando llueve se pone furioso y le salen
chispas por los ojos! ¡Salgamos de aquí! ¡Es
el duende! ¡Está lanzando piedras! ¿No
las ve usted?
Se escucha la voz de Carmela que grita:
Voz
de Carmela. ¡No le voy a dejar entrar! ¡Páguenos!
¡Páguenos!
Voz
de Rosaura. ¿Qué es ese escándalo
allá abajo? ¡Mariano! ¡Mariano! ¿Dónde
se habrá metido este hombre? ¡Qué bochorno
y yo en camisón de dormir
Ni como bajar a ver
qué pasa
y con la lluvia que no cesa un segundo.
La luz de los focos se estabiliza.
Vicente.
Espera, muchacho. Cálmate. Ayúdame a poner esta
escalera acá, justo debajo de ese hueco. ¿Ves
esa portezuela? Subiré al tumbado y veré por
mí mismo qué historia es esta
Federico.
¡No, don Vicente! ¡No Suba! ¡Se caerá!
¡Allí debe estar el duende..!
Vicente.
¡Ayúdame!
Federico ayuda a Vicente a colocar la escalera. Vicente sube.
Entra por la portezuela. Los focos se apagan. Reina la oscuridad.
Escena IV
El reloj marca las doce y media.
Afuera hay una tormenta de rayos.
Federico mira el reloj.
Federico.
Esta debe ser obra del diablo. Las doce y media de la noche.
¿Y qué pasó con don Vicente? (Sube
a la escalera y mete la cabeza por la portezuela del tumbado.
Grita). ¡Don Vicente! ¡Don Vicente! (Baja
de la escalera) ¿Habrá comunicación
entre la panadería y el zaguán? ¡Que ni
se le ocurra a don Vicente ir hasta allá! Allí
sí que se arma la grande. (Al público).
¿Por qué creen ustedes que doña Carmela
le trajo al guagua? Para quedarse solita en el cuarto. Don
Mariano debe estar dándose gusto a esta hora. Todas
las noches es igual
pero don Vicente
no cuenta
se da
o se hace el pendejo
El con tal de estar
aquí, en el horno, metiendo y sacando
el pan
Vicente.
(Asoma la cabeza, desde el boquete del tumbado). ¡Federico!
Federico.
¿Dónde andaba usted, don Vicente?
Vicente.
¡Ven! ¡Sostén la escalera para poderme
bajar. (Federico sostiene la escalera. Don Vicente baja).
Federico.
¿Y?
Vicente.
Tal y como lo supuse
Federico.
¿Y?
Vicente.
¡Nada de nada!
Federico.
¿Cómo? (Imitando la voz de Vicente) ¡Nada
de nada!
Vicente.
Que no existen los duendes
(Va hasta el horno y abre
la puertita de metal). El pan está doradito, Federico.
Mejor que nunca
Ahora ya puede llegar don Mariano.
Federico.
Panaderito
Panaderón
¿Quién
sabe qué hace nuestro patrón?
Vicente.
¡Cuida que no se queme ese pan, Federico.
Federico va al horno y mira si el pan está listo.
Federico.
El pan está bueno. Huele bien.
Vicente
va hacia la puerta. La abre. Saca su cabeza y espía.
Mira el reloj. Son las doce.
Vicente.
¿Qué será de don Mariano
? Nunca
se ha demorado tanto. (Incrédulo, vuelve a mirar
el reloj). ¡No es posible! ¿Nuevamente las
doce de la noche?
Federico.
Olvídese del reloj, don Vicente. (Pausa). ¿No
le habrán asaltado?
Vicente.
No. No, qué va. A don Mariano nada le pasa. Recuerdo
perfectamente la otra vez que salí con él por
la Colmena. Yo iba con la canasta de pan sobre la cabeza.
Don Mariano, adelante. Sacaba chispas al pisar sobre el empedrado:
uno, dos, uno, dos. El sonido de sus botas de cuero retumbaba
en el silencio de la madrugada
De pronto, al cruzar
por una de esas calles estrechas, cinco soldados nos impiden
el paso. Don Mariano sigue adelante, como si nada. Como si
fueran soldados de viento, uno, dos, uno, dos. El sonido marcial
de sus botas de cuero les impresionó. ¡Don Mariano
es bien comido
! A don Mariano ni un regimiento entero
lo podría asaltar
Vicente va donde Federico.
Vicente.
Lo que ocurre es
que a lo mejor
(Pausa).
¡No
! ¿Lo habré
? (Está
visiblemente inquieto, casi asustado).
Don
Vicente corre hacia la puerta. Sube la gradita. Abre la puerta
y grita desde allí al Federico.
Vicente.
¡Regreso en un minuto! ¡Pon manteca en unas doce
latas!
Vicente abandona la escena. Federico empieza a enmantecar
las latas.
Se abre violentamente la puerta e ingresa Carmela. Su cara
está demudada. El terror se refleja en su rostro. Ella
está casi desnuda. Apenas si ha logrado ponerse una
combinación, pero ésta resulta transparente,
a causa de la humedad. Afuera arrecia la lluvia.
Carmela.
¡Vicente! ¡Vicente! (A Federico). ¿Dónde
está mi marido? ¡Oh Dios! ¿Por qué
me tiene que ocurrir a mí? ¿Por qué a
mí?
Federico.
Don Vicente salió. A mi me dijo que ponga manteca en
estas latas. "¡Regreso en un minuto!", dijo.
Carmela.
¿Y ahora qué hago?
Federico.
¿Qué pasa?
Carmela.
¡Don Mariano está muerto!
Federico.
¿Muerto?
Carmela.
¡Si, muerto!
Federico.
¿Dónde? ¿Cómo?
Carmela.
En el cuartito del zaguán.
Federico.
¿En el cuarto que ocupan ustedes?
Carmela.
Si. Allí está tendido en la cama. Cayeron piedras
desde el tumbado. Creo que le dio algún ataque al corazón.
El pecho se agarraba con fuerza y se golpeaba con los puños
cerrados. Quiso levantarse, pero no pudo. Allí está
con los ojos abiertos y los labios morados
Federico.
¿Pero cómo fue eso?
Carmela.
Yo no sé cómo ocurrió la desgracia
A lo mejor cuando venía para la panadería ya
se sintió mal. Y como le dolía el pecho
abrió la puerta del cuartito
para pedir ayuda
¡Y
cayó!
Federico.
(Haciéndose el ingenuo). ¡Claro! Así
mismito
como usted está diciendo debe haber sido
la cosa
¿Pero
y las piedras? ¿No
las habrá lanzado el duende? Todo esto es tan confuso
Carmela.
Yo tampoco me puedo dar cuenta cómo mismo pasaron las
cosas. Yo estaba sola, en el cuarto. Sola, solita estaba y
empezaron a caer piedras en la cama. En la mitad de la cama,
unas piedras grandes. Por bruta he dejado la puerta sin la
tranca
Don Mariano llega y abre, sin decir una palabra.
Se agarra el pecho y cae muerto. Te juro, Federico que así
como te cuento ocurrieron las cosas.
Federico.
Entonces
Don Mariano debe estar bien vestido
Digo,
con ropa. Con sus botas de cuero y todo
Carmela.
No, fíjate. Ese detalle no me había dado cuenta.
(Con fingida inocencia) ¿A qué hora se habrá
quitado la ropa? ¡Qué vergüenza!
Federico.
¿Entonces don Mariano está desnudo y tieso en
la mitad de su cama?
Carmela.
(Baja la cabeza) ¡Sí!
Federico.
Bueno. No se preocupe. ¿Para qué estamos los
amigos? En seguida arreglamos ese
pequeño detalle
¿Y se fijó usted si llevaba la billetera?
Carmela.
La billetera tenía en sus manos cuando se golpeaba
el pecho. Creo que trataba de sacar algo
algún
remedio
¿Qué sé yo? ¡Todo
ha sido tan inesperado! (Pausa). Sin embargo, tú
tienes razón, Federico. ¡Eres tan suspicaz! ¿Por
qué no me ayudas a vestir a don Mariano?
Federico.
¡Claro! Vamos, antes de que don Vicente regrese. ¿Para
qué darle al pobre tanta preocupación?
Federico y Carmela abandonan la escena.
Don Vicente entra. Bosteza. Toma una canasta y empieza a guardar
el pan.
Entra don Mariano. Camina como si fuera un borracho. Su figura
es iluminada por una luz verdosa. Su voz, sus movimientos,
son mecánicos. Ha perdido toda su vitalidad.
Don
Mariano. Vicente. Te andaba buscando. (Saca su
billetera del bolsillo y la entrega a don Vicente). Aquí
están tus cinco mil dólares. El resto, dále
al Federico. Antes de partir
debo saldar todas mis deudas.
Vicente.
¿Y su billetera?
Don
Mariano. Ya es muy vieja. Si quieres te la regalo.
Voz
del duende. Don Mariano
la cena está
servida.
Vicente.
(Va hacia la ventana y espía). ¿Quién
dijo eso?
Don
Mariano. (Se dirige hacia la escalera como un
autómata y empieza a subir). ¿Quién
quiere cenar a esta hora? ¡Yo solamente quiero dormir!
¡Dormir! ¡Dormir! ¿Puedes sostenerme la
escalera, por favor?
Don Vicente sostiene la escalera y don Mariano desaparece
por el boquete del tumbado.
Entran Carmela y Federico. Están asustados. No saben
qué hacer ni qué decir.
Vicente.
¿Qué les pasa? ¿Por qué se quedan
allí parados? ¿No ven que tenemos que guardar
este pan?
Carmela.
¡Vicente! ¡Vicente! (Se arroja a los brazos
de don Vicente). No fue mi culpa
Yo
Don Mariano
Yo
Escúchame. Tengo que contarte algo terrible.
Don Mariano está muerto. Allí le dejamos con
el Federico, en el cuartito del zaguán
Federico.
Creo que le dio uno de sus ataques al corazón y esta
vez
palmó.
Carmela.
(Desesperada). ¿Qué hacemos, Vicente?
Vicente.
¡Cálmate, mujer! Los dos están imaginando
cosas. La lluvia les ha trastornado el cerebro. ¿Muerto?
¡Imposible! Está medio borracho, creo, pero vivo.
Acabo de hablar con él. Nos pagó todo lo que
estaba debiéndonos. (A Federico). Mira. También
me dejó este dinero para ti. (Entrega el dinero
a Federico).
Carmela.
¿Y esa billetera?
Vicente.
Dijo que ya estaba muy vieja, que me la regalaba
Se escucha el llanto de un bebé. Carmela va hasta el
cajón donde duerme el Memo. Lo toma entre sus brazos
y lo colma de besos. El bebé deja de llorar.
Telón
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