Pulsar la tercera cuerda de la noche, tremolo que obtura las arterias y derrumba la muralla cerrada del horror, ahí mismo, donde confluyen canción y luna nueva y la boca se ciega a causa del miedo y del uranio, ahí, donde la sombra se vuelve golondrina y se oyen -lejanos, galope intermitente- los latidos sin paz de un viejo corazón.
Pulsar la cuerda primera de la noche, grito invisible que atraviesa los tímpanos, quejido imposible de vino y seguiriya, dolor y desamparo, miedo y catenaria, ay, sí, pulsar la primera cuerda del olvido para cerrar la puerta del recuerdo, aldaba y ronda, obturar el vuelo de todas las memorias, en este instante, cuando supuran hiel y cal y canto las palabras que fueron esperanza, consuelo y luz, amparo bajo la lluvia terrible de tu boca.
Pulsar el bordón que suena entre las sombras, fuente y mandrágora, sendero y huella, en esta noche en que escribo sin pluma y sin estribos, pan candeal para saciar el hambre, hambre de ti, color y tiempo, pulsar el bordón y desenterrar el miedo, yo ya no soy más que temblor y espiga, cuánto silencio en la grupa de un verso... pulsar el imposible cartílago del tiempo.
Estoy en esta hora contemplando mi muerte, la eternidad sin límites que quiebra los cristales nublados del modo indicativo, la cuchilla que saja los tendones del tren y de la espera, contemplando mi muerte, velando mi soledad entre dos cirios, un pañuelo sobre mi rostro yerto,
sí, murió mi muerte y es este su responso, murió mi soledad y escribo un epitafio, esquela que pregone la sosa y el carburo,
sí, estoy ya muerto y escribo este poema para dejar aquí, sobre tus manos, mi sangre y mi dolor, la tristeza infinita del perro perseguido, el cansancio del humo, la sal y la antracita, mi testamento grabado en piedra y en arcilla, para ti, mis últimas palabras, mi último aliento, un beso adormecido en perfume de absenta, un beso y mil cadáveres, un beso, sólo un beso...
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