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Poemas

Poema incluido en "Nuevos cantares en el continente latinoamericano", introducción y selección de Maurizio Medo.

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Plato vacío (algo está obligándonos a recomenzar)

 

                                Para Rodrigo Quijano


¿Cuántas veces deberé contemplar aquel plato vacío

para que suceda, exactamente, un atardecer frente a mis ojos

y éste sea el legítimo crepúsculo, entre afranelados ocres y amarillos,

que se desenrolla sobre un mito personal, como su relativo apocalipsis?

 

No, nadie dijo que el poema sería la respuesta, pero no me importa.

Nada cambia si me quedo a mirar el horizonte, la sombra del pelícano en

           la arena,

las desfallecientes oleadas de un Pacífico sur -pero no tanto-

y luego escribo, parado en el mismísimo ecuador de toda una experiencia

cuidadosas elegías, ordenados cuartetos sin fustán, desnudos versos

ferozmente sonoros y expresivos.

Y sin embargo miro el horizonte como quien mira un espejo

y hago de las olas elevándose una simbólica ecuación, un estallido

y del pelícano una imagen en el lugar exacto, y éste es un poema

mas no un atardecer de dudosa geometría o un crepúsculo coloreado

como una hoguera de delgadísimas flamas arañando mi corazón.

No, nada ha sucedido excepto las palabras, pero no me importa.

Contemplo otra vez aquel plato vacío, fracasando,

y bailo sobre un pie, clavándome en un suelo sin virtudes, mientras a mis

           espaldas

cuarenta catedráticos se ríen sin emoción:

elaborados ayes, castísimos lamentos salen de mi laringe sin convencer a

           nadie

y permanezco en vilo sobre mi propia sombra puntual, cubierto de

           tensiones y ternuras

tratando de caer sin conseguirlo.

De alguna forma oscuro, herido por la miopía, aún estoy mirando el

           horizonte

como un molusco rudamente separado de las rocas.

Suma de minerales y líquidos amnióticos, bajo una piel que se calcina pero

           insiste,

esto soy, y un pedazo de sombra me define ante tus ojos,

mientras algo está obligándome a recomenzar.

Porque algo está obligándome a recomenzar:

bailo sobre un pie

como sobre los arcos de un sentido preciso pero incomunicable,

incomunicado yo mismo entre paredes de palabras, y el poema

es lo que he venido a recitar en un punto cualquiera del ajeno litoral que

           se despuebla

de todos sus animalillos murmurantes, como tú, que ahora caen

           graciosamente hacia el falsete.

A mis espaldas cuarenta catedráticos susurran, pero no los oigo.

Sus voces aflautadas pueden ser, ahora, un melodramático bolero tropical

mientras de mí se desbanda un tropel de pasitos, y jergas, y compases

melancólicamente disueltos en el absurdo de su perfección.

Guardo, como una paradoja, emotivos silencios mientras la música vuelve,

pero la música no vuelve, y tú me estás mirando detenerme

en el instante previo a la caída que es, fingidamente, mi destino.

No, éste no es un atardecer, pero tampoco un mediodía,

y sigo contemplando aquel plato vacío como quien espera, mientras un

           lapso de tiempo indefinible

hace con delicadeza un delta para rodearme, y no me toca.

Es el permanente lapsus del poema lo que oigo, aunque me cantes

y una hoguera de flamas delgadísimas nos una:

aún estoy mirando el horizonte, y el horizonte se mueve y reverbera como

           un verso

sin retóricos meandros, acerado, o más bien acelerado

que se encamina sin lástima a su consumación.

Y nada cambia, incluso si me desapruebas

pues yo sigo bailando mi bolero y tú sigues allí, sutil como un hermano de

           otros padres

entre gritos inaudibles y concéntricos

que se piensan a sí mismos como una razón, y son un hueco

en el paradisíaco paisaje inexistente que contemplas, como yo mismo

           contemplo todavía

la sombra del pelícano flotar sobre mi propia sombra: el poema

se parece demasiado a esta equivocación

que dejo deslizar sobre las removidas aguas de mi memoria, con la

           estructura de un trino

y la fugacidad del sol opaco que nos hace, tercamente, un hermoso eclipse

           frente al mar.

A mis espaldas, cuarenta catedráticos se marchan sonriendo

y éste es el momento de saber que el crepúsculo no llega aunque la

           música vuelva

y yo siga bailando mi bolero mientras tú me cantas,

bajo los afranelados ocres y amarillos de una historia personal

tendida ciegamente en esta playa sin apocalipsis.

Y yo sigo bailando con los ojos puestos en el horizonte,

aunque un helado viento me cale el metatarso, y el poema

no tenga más respuesta, ni más intensidad, que ese plato vacío que nos

           diferencia:

no, nada ha sucedido excepto las palabras,

como una hoguera de flamas delgadísimas arañando mi corazón

y también tu corazón, en el mismísimo ecuador de este poema

mientras algo, eternamente, está obligándonos a recomenzar.

 

(De Estudios sobre un cuerpo)

 

 

 

(Identidad)

 

quién es qué, y cuándo, y en qué sitio

sino este opaco cuero que se desvanece

al mero tacto de las horas solo

acá en su oficina

 

(esto mismo, ya, serenamente

aunque duélanos decirlo)

 

(estas propias palabras, este oficio

que pregunta sin pausa quién qué cuándo

y cómo y por qué cosa el cuero al tacto

y ya desvanecido)

 

(De Desequilibrios)

 

 

 

 

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