ocaso
de sirenas, esplendor de manatíes
José Durand
|
No
sirenas, sino horrendos manatíes
mamíferos obesos que la ansiedad y la distancia
volvían provocativos cuerpos de mujer
Y
sin embargo, cuando de tarde en tarde,
alguna noche o al amanecer de mis desveladas jornadas
oigo que atraviesa la ventana un canto agudo
y dulce que pronuncia nombres al azar
y siempre son
el
mío el
mío el
mío
¿No eres tú, sirena prodigiosa?
¿No es tu voz la que me llama en cada palabra que pronuncias?
¿No es tu mágico chillido el que se escucha?
Entonces
yo, ¿qué espero para dejarlo todo y
seguir tus huellas en el mar?
¿Será
una duda razonable que me impide dar crédito total
a mis oídos?
¿Un resto de cordura?
¿Un frío impulso que me advierte de un futuro
irreversible y desquiciado?
¿O
tan solo estas amarras que me detienen en mi lecho,
estas gruesas sogas con que he pedido que me aten
tarde a tarde,
alguna noche o al amanecer de mis desveladas jornadas
cuando la fiebre invade mis sentidos
y presiento el engaño de tu canto?
¿Estos lazos, digo, que me sujetan en la cama,
a otra sirena,
o más bien, a otro obeso manatí
igual que tú?
(Inédito)
volver
a la relación de poetas
|