A
quienes creen en la belleza, este atentado telúrico
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Si
escribo esto es por venganza.
Pero más, es por vergüenza a mi desaliño.
Lo que sea, es para ti que bajas la mirada cuando hablo.
Para
que no griten las sordas.
Para que no repetir mil veces los deberes de mi generación,
mientras el gris de la ciudad gira incontinente. Para nada.
Mientras
haya agua existirán lágrimas de cocodrilo. Sin
el perdón de estos rencores, he de ser un mortal más
entre ustedes.
No quisiera expandir las arrugas de la tercera edad sin que
nos terminemos comiendo las uñas de la desesperación.
No llegues tarde a ningún lado. Mejor no salgas de
casa. No te ensucies con nadie. No seas vago ni te juntes
con los del otro lado del mundo. No seas un glotón
de amores sin haberte medido la presión. Mejor no ames.
No te pinches en público. No vayas a misa sin haber
pecado. No seas peruano. Peor, ayacuchano. No hagas meta-textos
en miraflorino. Mejor no pienses.
No grites felicidad sin haber cenado un poco de vida injusta.
No digas malas palabras. Mejor no hables para siempre.
No ayudes al prójimo sin un puñal en los bolsillos.
No seas soberbio porque la poesía te hará bajar
de las nubes. No escribas literatura porque sólo te
darán el camino más corto a la jubilación.
Corolario:
En la noche patearé el vientre de mi madre para sentirme
vivo, sólo si es que los ángeles se pudren bajo
tierra.
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