MEMORIAS DE ALEXANDER DE BRUCCO
La
mejor poesía abunda en desencuentros; nace en medio de contradicciones
y, en no pocas ocasiones, las hace más hondas, produciendo
estupor y consuelo a la vez: venir a este mundo valía la
pena, después de todo, si puede embellecerse tanto!. La obra
de Winston Morales no huye de tal designio paradójico, pues
quiere reflejar, pase lo que pase, una dulzura extrema, en medio
de la implacable dureza de la vida. Sus poemas poseen un tono delicadamente
sereno, pleno de luz, rarísimo en nuestros días, tan
pródigos en el derroche de un escepticismo vulgar. Abordan
con valentía la lucidez de entender lo vano y cándido
del esfuerzo humano, pero no claudican ante la esperanzadora tozudez
de un universo que sigue dándonos las mismas satisfacciones
originarias, eternas, perfectas.
Este
solo hecho ya es extraordinario, porque nos trae a este mismo mundo,
que creíamos tan lúgubre, sorprendidos de verlo tan
distinto, tan plácido, tan digno de ser gozado: un paraíso
presuntamente invisible localizado aquí, en la tierra de
nuestros padres, en la misma que dejaremos a los que nos sucedan.
El tono festivo de Winston es suave, acompasado, colorido, como
lo son los objetos que lo inspiran, incluso en medio de la desazón
y de la incertidumbre. No niega la horrible mezquindad de las cosas,
pero afirma su hermosura escamoteada, y se deleita en exhibirla,
en destacarla, en recomponerla.
El
bello relato de Alexander de Brucco irrumpe en el marco de nuestra
poesía nacional con un acento tan íntimo, una dulce
cantinela de buenos tiempos, y la certidumbre de que el poeta recorre
confiado los laberintos de lo universal y vuelve a pisar en el terreno
firme de la esperanza, aun a pesar de haber enfrentado mares de
tormentas y desalientos. La incursión en el mundo sagrado
de las formas elementales y los personajes arquetípicos,
profetas y jefes de pueblos, patriarcas de vieja estirpe, hace que
el lector oiga acompasadamente los ecos de la historia sagrada que
oyó en la infancia y que los tiempos que corren no le habían
permitido volver a oír.
Hay
aquí muchas tenues y profundas metáforas de antaño
que humanizan a Moisés y a Abraham a nuestro ojos y le dan
a Ruth y a Job las condiciones palpables que se requieren para comprenderlos
y acercarlos a nuestras rutinarias vidas. La experiencias de lo
sublime no es ajena a este conjunto de poemas luminosos y precisos,
en los que cantan también los ecos de Schuaima y Aniquirona,
sin dejar de vibrar emocionadamente también con algunos de
los elementos esenciales de la poesía más clásica
y cantarina del Siglo de oro.
También
estos poemas se apropian de una personalidad poética avasallante
que, como en los demás libros del autor, crea un mundo y
defiende los rasgos de ese mundo, pasando por todos los matices
del negro y del gris, hasta lograr la textura blanquísima,
los giros sublimes, religiosos, místicos, que distinguen
a los grandes poetas. En Colombia, un país sin duda difícil,
hay poesía de gran altura, y esta es la prueba.
Poemas
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