El
nuevo orden económico
y las soberanías nacionales
Observando
la complejidad de las interrela-ciones e interdependencias existentes
entre los pueblos del planeta en vísperas del siglo XXI,
todo parece indicar que la futura sociedad mundial se organizará
en macroespacios multinacionales que superarán el actual
concepto de Estado-nación. Tal perspectiva no resultaría
alarmante en la medida que el impulso de dicho proceso respondiera
a un crecimiento armónico de todos los elementos, materiales
y espirituales, que concurren en el desarrollo humano. Sin embargo,
no es esto lo que viene sucediendo y la amenaza de una dictadura
de características más sutilmente perversas que
las conocidas hasta ahora se cierne sobre el futuro del mundo.
La
historia de la economía del siglo XX revela que cuando
los capitales han salido de sus feudos occidentales no lo han
hecho para promover el bienestar de la población de los
países elegidos para su radicación, sino exclusivamente
para obtener unos altos beneficios que, en bastantes ocasiones,
representan casi la totalidad de las ganancias generadas por el
aumento de la producción posibilitado por sus inversiones.
De este modo se observa que las inversiones extranjeras en un
país "en vías de desarrollo" o "de
economía emergente" no siempre han producido un incremento
del producto nacional bruto y si se ha dado un crecimiento relativo,
éste no ha repercutido en una mejora de las condiciones
generales de vida de sus habitantes. De acuerdo con un informe
del departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la
ONU publicado en 1973 "...para muchos países hospedantes,
en particular los países en vías de desarrollo,
la ubicación de centros decisorios fuera de sus fronteras
es un signo de que las empresas multinacionales pueden fomentar
una estructura de división internacional del trabajo que
perpetúa la dependencia económica (...). En este
sentido, hay que considerar que las múltiples operaciones
de las empresas multinacionales con base en el exterior y su influencia
difundida sobre el país huésped constituyen un desafío
a la soberanía nacional" de dimensiones económicas,
políticas y culturales.
La
guerra del Yom Kippur y la crisis petrolera de 1973 provocaron
una profunda recesión en la economía de los países
desarrollados, que desde el final de la Segunda Guerra Mundial
habían mantenido el más importante crecimiento generalizado
de la historia. Para hacer frente al grave desequilibrio que se
produjo entonces en el pago del crédito mundial como consecuencia
del proceso inflacionario, los países industrializados
recurrieron a la doctrina monetarista, cuyo principal mentor ha
sido Milton Friedman. De acuerdo con John K. Galbraith[1],
Friedman veía la solución del problema en el libre
juego de las fuerzas del mercado dentro del cual la intervención
del Estado no sólo no era necesaria sino que constituía
un obstáculo, ya que pretendía la supresión
del "manejo directo de los gastos y los impuestos, por no
hablar del gran presupuesto, implícito en el sistema keynesiano.
Era una fórmula para reducir al mínimo el papel
del Gobierno...", el cual pasaba a convertirse en mero gestor
de los intereses del capital en detrimento de la gestión
pública y la defensa del bienestar y felicidad de sus gobernados.
Los
efectos de la política monetarista, uno de cuyos primeros
ensayos se efectuó en Chile tras el golpe militar dado
por el general Pinochet en 1973, fueron la recesión de
las ventas, la quiebra de miles de pequeñas y medianas
empresas, el incremento del desempleo y el empobrecimiento de
la clase trabajadora, que se vio obligada a aceptar reducciones
salariales y de prestaciones sociales y regulaciones de empleo
para evitar el colapso total de la economía. Al mismo tiempo,
la necesidad de los gobiernos de ingresar grandes sumas de dinero
para aliviar el déficit público abrió la
puerta a las privatizaciones y la subida de los tipos de interés
supuso el retroceso de la producción y el consumo en beneficio
de la concentración de los capitales financieros o "flotantes",
cuya acción ha hecho más vulnerable las economías
nacionales. De aquí que la mínima incidencia social
o política desencadene una crisis económica, como
las llamadas "tequila" o "tango", de alcances
casi siempre perniciosos para los sectores menos favorecidos de
la sociedad.
Por
otro lado, el fracaso de la economía planificada, que se
concretó con la desaparición de la URSS en 1991,
facilitó el triunfo de las tesis monetaristas que sancionaron
el "nuevo orden internacional económico", de
modo que al final del siglo XX la soberanía de los estados,
y con ella la felicidad y bienestar de sus pueblos, aparece seriamente
amenazada no tanto por la difuminación de sus fronteras,
tan convencionales como las nuevas, sino por el sometimiento del
quehacer cotidiano de las personas a patrones económicos
diseñados desde organismos tan poco democráticos
como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco
Interamericano de Desarrollo, etc., cuyos miembros no son precisamente
elegidos por votación popular. Un poder bajo cuya tutela
se fraguan regímenes autoritarios que bajo una fachada
pseudo-democrática vacían de contenido las instituciones
y mantienen a los pueblos en permanente zozobra.
Publicado
en Argentina Cultural, número 21 - Octubre,
1997
Nota:
1.
El dinero, John K. Galbraith, Edit. Orbis.
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