Winston Morales Chavarro        
    Aproximaciones a la obra de
Winston Morales Chavarro
   
   
     

Temps era temps
o las infinitas formulaciones
de una misma pregunta
sin respuesta

Rodolfo Lara Mendoza

 

La búsqueda de alguna verdad o cualquier dicha (la torre que en las palabras del poeta nos pertenece, pero que ahora se encuentra derruida), la búsqueda de respuesta a una siquiera de nuestras incontables preguntas: ¿Quién trazó el mapa de esta geografía? ¿Qué extraño daimón interpuso la violencia entre sus ruinas? , así como la búsqueda de un culpable ante esta solapada guerra, tienen en común una dificultad que se deriva de la inmediatez, de lo cotidianas que nos resultan ser estas cosas, de esa cercanía que nos mantiene cegados, y el temor de reconocer el mundo (lo que ha sido, lo que es y lo que será) como el más fiel reflejo nuestro, la consecuencia más terrible de nuestro accionar.

Quizá por eso, en el poema de Winston Morales Chavarro, ese mundo se nos revela como una eternidad de fiesta, de crimen y escarnio, reflejada sobre el espejo cambiante de un río, "Un río universal que Viene -como nos lo enseña el poeta- por debajo de los pisos, Y nos recuerda que estamos hechos Sino de las mismas cosas Sí del mismo elemento". Y es ese elemento que fluye -muy a pesar de nuestro desconocimiento de su origen y su desembocadura- el mismo que a ratos finge también quedarse detenido; pero que incluso así, como en Temps era temps que descansa en tres grandes lagos, sus aguas en apariencia tranquilas mantienen bajo su superficie un desatado furor.

Un furor de mundo que el poema nos descubre hecho de herrumbre.

Un furor de hombres que el poema nos enseña hecho de sombra.

Y otro de destino que, hecho de herrumbre y de sombra, nos recuerda aquel tropiezo primero, aquella primera caída donde todo se quiebra y tras la cual el cielo se oscurece y sangra, y donde la Erinia nos reclama por aquella palabra o gesto, esbozados en qué lejana mañanía: la inocencia de haber perdido la inocencia, de haberle disputado algo a la divinidad.

Divinidad que en el poema es fiesta "algarabía de un río profundo que."

Divinidad que en el poema es eco "historia de un olvido que." y emperatriz-demiurgo que teniendo en sus manos la cara del cosmos, baraja infinitas formulaciones para una misma pregunta sin respuesta, para cada "qué" y su terrible consecuencia.

Pero esta fiesta, este eco y este ensimismamiento de la sacerdotisa ante el altar, este todo que el poeta nos descubre presente en una siquiera de sus partes, ya en el número limitado de la baraja, o circulando por los trazos invisibles de una mano enferma (acaso la propia mano del poeta); todo esto nos lo enseña además, contagiosamente infectado de divinidad, y pronuncia las palabras "carne", "aurora", a sabiendas de que a espaldas de ellas pervive, agazapada, una misma realidad. El gesto de un hombre que son todos los hombres, la caída de uno -diría Borges- padecida por toda la humanidad.

Porque en Temps era temps, se mira reflejado un mundo, que extasiado en esa contemplación, resbala hacia a un abismo donde el tiempo, las edades, se funden y confunden en un inabarcable presente en el que flotan por igual lo antiguo y lo moderno y lo clásico, en conjunción con este miedo padecido al descubrir -gracias al poema o por su culpa- que el río de Heráclito el oscuro, aun cuando en apariencia no fluya, aun cuando alguna vez se revele detenido, refleja siempre los contornos de su cauce, la maravilla que resbala sangrante desde sus riberas: espejo para impedirnos ver el fondo, el mito entre los mitos, el delirio de no saber qué es el tiempo, desde qué colina lejana se desprenden sus aguas, qué extensiones salobres alimenta, así como alimentamos nosotros nuestra angustia al sospechar, que somos tan sólo una ficha más del juego que el demiurgo se disputa en solitario, y pierde.

 

Rodolfo Lara Mendoza

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