Memorias
de Alexander de Brucco
XV Premio Nacional
de Poesía Universidad de Antioquia
Emilio
Ballesteros
Albolote (Granada, España)
Febrero de 2002
Es
difícil definir lo que es ser poeta; pero desde luego,
no basta con escribir versos para serlo. Aunque sólo
fuera por las obligaciones que me contrae el asumir la dirección
de una revista literaria (Alhucema), son cientos los
poemas que leo cada año. Y puedo concluir con cierta
seguridad que ni todo lo que está escrito en verso
es poesía, ni todos los que utilizan esos renglones
incompletos de los versos son poetas. Sólo cuando se
da con un universo particular en el que un paisaje personalísimo
y singular resuma emociones y dispara preguntas sin respuestas
y respuestas sin preguntas, siente uno en lo más hondo
de su corazón que ahí está la sangre
de un verdadero poeta hecha palabra y hecha jirones de misterio.
Y viene todo esto a cuento de que eso es lo que sentí
desde la primera vez que cayeron en mis manos poemas de Winston
Morales. Primero Aniquirona, después
Schuaima y ahora Memorias de Alexander
de Brucco. Y uno sabe, nada más comienza a
leer un poema de Winston, que es suyo; incluso si su nombre
no aparece por ninguna parte. Es extraño y difícil
que ocurra esto con un poeta tan joven y -por ello mismo-
con tan poca obra publicada. Mucho más en un tiempo
en que lo que impera es la imitación; bien hecha, limada
por los cánones académicos de la nueva grey
que sigue la preceptiva de la moda actual, en general, por
otra parte, bastante prosaica, aunque bien construida; pero
imitación al cabo.
No
es éste el caso de Winston. En sus versos corre el
aire del misterio genuino, vuelan pájaros de alas singulares
que dibujan un aire cargado de esencias únicas y cantos
por bosques y ríos de una sensualidad y una exuberancia
tan intensas como humanas. Pero de una humanidad que ya pisa
los umbrales de un tiempo por llegar.
Vuelven
a aparecer en este poemario nombres y lugares tan peculiares
en el mundo poético de Winston: Schuaima, Rogitama,
las anchas hojas del yarumo..., paisaje de nuevo edénico,
como de paraíso perdido y vuelto a rescatar; sólo
que esta vez el tono es completamente bíblico. El poemario
parece seguir un paralelismo con la Biblia. Los títulos
de los poemas y las innumerables referencias entre sus versos
así lo testifican (Eva, Adán, Caín, Abel,
Noé, Abraham, Lot, Jacob, José, Moisés...).
Pero es una Biblia pagana la de Winston. No es una Biblia
escrita desde el ayer y con el sello del patriarcado como
fondo. Es más bien una Biblia de futuro (y en todo
caso de un pasado tan remoto que sabe a mañana), en
donde es la Gran Madre, la Naturaleza libre y desbordante,
la que respira por los poros de sus poemas. Por eso Abel dice
que (Un mar de luces opalinas gravita en los guáimaros
de la ciénaga/ Y se aglutina en mi espejo/ Como un
prisma que nos dice:/ La muerte es una puerta/ Y el tiempo
una ventana/ Por donde nuestros pasos presurosos/ Perciben
otras cosas, otros mundos). Vuelve a hablar de otros mundos
Winston en sus versos, con ese misterioso halo que parece
irracional sin serlo del todo. Como si estuviera en el buen
camino hacia la superación de algunas contradicciones
que nos vienen machacando como especie. Por eso Abel es capaz
de decir (Amado Caín/ Por tu golpe y tu palabra/ he
conocido el paraíso). ¿Ha hecho falta este periplo
de violencia para poder conocer la verdadera paz del espíritu?
(He navegado todos los ríos/ Todas las aguas/ En busca
del puente inteligible/ Que me conduzca a Schuaima/ Y al manantial
sereno de todas las esencias). Eran necesarios esos viajes,
esas experiencias tan contrarias, ¿verdad Alexander?
Sólo así podemos entender que Abraham, en lugar
de pensar en pasar a sangre y fuego pueblos inocentes por
el bien del pueblo elegido, nos diga que (Mi nación
es infinita y libre/ No colinda con nada/ No está demarcada
por idiomas o banderas./ Ni siquiera por el lenguaje de las
hojas./ Desde el lugar de donde esté/ Toda la tierra
me pertenece) y por eso el libro de José es capaz de
entender la angustia en que se encuentra una muchacha loca
como el aire contada por El centeno ondulado por las alegres
ruecas. ¿Nos ha de extrañar entonces que David
nos cante (Quiero homenajear tus labios/ Tus rodillas de sinagoga/
Tus pechos balsámicos/ En donde convergen/ Los vivos
y los muertos/ Para levantar en medio de tantas religiones/
Las teorías sobre los orígenes de la tierra.)?
No debería. Como no debe extrañarnos empezar
a comprender que (En dirección ascendente hacia el
abismo/ -de donde proviene-/ El hombre desaparece como una
ola,/ Se doblega como una rama sobre la última esquina)
porque Elías irrumpe con su música secreta Donde
mora un ser nebuloso llamado Dios. Es el hombre creando a
Dios, no al contrario, porque Elías -el hombre- (Posee
el poder de llegar a los lejanos velos/ Y sacar del flujo
magnético del cosmos/ El oro, el cinabrio, la sangre,
las palabras) (Así Elías emprenderá su
viaje/ (...)/ Hacia un paradigma eterno/ -Sin duración
o calidad-/ para despertar a través de la sustancia/
en los recovecos de otra blanquísima colina). Ecos
arcanos y alquímicos, que también parecen llevar
pinceladas del Superhombre nietzscheano, pero que no han de
servir de excusa a ningún psicópata de bigote
recortado para sus sueños megalómanos porque
(Vio Ezequiel a través de las órbitas del cielo/
Las huestes de los pueblos levantándose,/ Desmoronándose
como castillos de naipes,/ Como una soldadesca de plomo/ En
la orilla de las llamas) y porque Ezequiel en sus viajes sintió
(Otro sol, otra sombra/ Otro Ezequiel observándose
a sí mismo) y porque no hay un anticristo. Los propios
fariseos escriben a Jesús: (Sólo una nada absoluta/
Que sólo conocen los hombres de las estrellas/ Y que
tú,/ Niño de las premoniciones más remotas/
De las verdades inverosímiles más lejanas/ Has
escrito con tu sangre de ciprés) y al propio Galileo
nada le consuele tanto (Que la absoluta belleza; / el ronroneo
de la noche, /el canto de los ríos,/ La polifonía
de la lluvia/ Bajo el rumor soterrado de las piedras./ Yo
no escribo para complacer a los hombres de la tierra,/ -Y
no creo que todo esté perdido-:/ Aún escucho
la oración de las cebollas/ Y sé que el universo
es joven todavía;). Es hermoso que nos digan eso desde
un país como Colombia, desde una sociedad como la sudamericana
que, aunque aplastada por el peso asfixiante del cercano Moloch,
aún tiene tantas posibilidades de futuro pues no está
contaminada del todo por el tufo decadente y estúpidamente
soberbio de sociedades ancianas que empiezan a oler a cadáver
y se piensan dueñas del mundo. Sólo desde un
lugar y una posición como la de Winston, que sueña
y ve posible la existencia de Schuaima, un papiro escrito
a orillas del mar de Galilea puede decir que (Haré
de este lugar/ Un paraíso para todos) y Lázaro
complete un poco más adelante (En donde todas las voces
clamen,/ Todos los músicos canten,/ Todas las lluvias
digan:/ "Lázaro, levántate!"), en
el que hasta Judas pueda decir: (Lejos estoy de ser la traición,/
(...)/ ¿Quién hubiese hecho lo que yo llevé
a cabo?/ (...)/ Los ecos de las antigüedades/ Saben una
historia que las piedras desconocen;/ (...)/ Historia que
comparto con los desdichados,/ Con los desposeídos,
con los señalados). Pues si pasó lo que tenía
que pasar, alguien tenía que ser el que diera el beso
que señalaba, arrojara lejos de sí los treinta
denarios y acabara ahorcándose (los apóstoles
no toman cicuta). Así pues (¡Viva el más
digno de los doce!/ Si había una misión que
cumplir/ La mía se cumplió con entereza,/ Como
ninguno de los doce la cumpliría). Si todavía
hay futuro, cantemos con Pedro: (Guarda tu repicar en los
anaqueles del olvido/ Y cántale ahora a la resurrección
de la palabra,/ Al presente perpetuo/ Porque el eterno retorno
palidece ahora/ Sobre la bifurcación de los espejos).
Y hagámoslo sin miedo. Ni siquiera a la muerte que
(Vi la muerte/ Y creo que era insoportablemente ciega/ (...)/
Pero tarde he comprendido/ Que así la bella adolescente
sea ciega/ Nosotros somos lazarillos/ Que conducimos sus espejos/
Por los caminos bifurcados de la vida). ¿Se puede ser
más revolucionario desde la libertad y la belleza?
¿Se puede ser más ético por estético
y tener una estética que lleve en su ética su
mayor hermosura?
No
es de extrañar que hayan concedido a este poemario
el XV Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia.
Tendría que felicitar al poeta; pero creo que antes
felicitaré a los miembros de jurado por haber sabido
darse cuenta de lo que tenían en sus manos, que no
siempre es fácil. Testigo he sido de reputados miembros
de jurados dejándose llevar por intereses ocultos o
por la voz del patrón (sobre todo si después
tenía que ser él quien los editara) y votando
dudosas unanimidades. Abramos paso al poeta. (Ahí viene
el hombre distante de la horda/ Buscando a Betsabé
para cerrar con ella/ El pacto del último Apocalipsis,/
Buscando cerrar con ella/ La última oportunidad del
Hommo Sapiens/ Sobre la tierra).
Emilio
Ballesteros
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