Nombrar
es llenar el vacío. Por eso el Logos es sonoro.
La creación del mundo, según los mitos hebreos,
es lingüística. La Palabra genera mundos. Cuando
el poeta canta hay más ser en el cosmos, precisa Eduardo
Nicol [1].
De acuerdo con lo señalado, considero que la condición
esencial para escribir poesía es percibir al universo
con toda su carga profunda de sonoridades y significados para
descorrer el velo de la realidad, tan inasible para muchos.
El poeta nace con esa predisposición para las palabras
y los sentidos significativos. El vocat (llamado),
que a su vez viene del verbo latino vocare, es muy
fuerte. Y se hace con la experiencia vital. Finalmente, la
poesía es una revelación espiritual:
Pulsa mi estar su dado incierto
la sombra interna donde corro
con el ritmo de un incendio...
canta Jorge Castillo Fan con sabiduría, quien sabe
desde luego que el mundo es hostil, siempre. Si
somos espíritus encarnados, es evidente que la materia
es densa, burda, grosera. Y el mundo arremete a cada instante
con su horario carnicero, como canta Octavio Paz en
Piedra de sol [2].
Pero esto también enriquece el trabajo poético.
Hay que saber superar esta contradicción. Por supuesto
que se escribe pese a todo. La justificación es lo
de menos. Si eres poeta tendrás que escribir. Ignoro
si sea un privilegio o una condena, pero recuerdo una tríada
irlandesa: Es mortal mofarse de un poeta, amar a un poeta,
ser un poeta [3].
El hombre, el poeta mismo, puede ser brillo
oscuro de las carnes en destrozos, como revela
el poeta peruano, quien sabe hurgar, penetrar en la profundidad
de las cosas como un ciego mirándose
a los ojos. He aquí la mirada transparente
del poeta. He aquí la función de Castillo Fan
a través del ritual de la escritura, manifestándose
en cada verso, en cada sonido representado, refigurado, prefigurado.
El poeta vuelve, convierte las palabras en algo mágico,
las trastoca para volverlas útiles y hacerlas nuevas,
puesto que la poesía devuelve al lenguaje a su fuente
original. La Palabra revitalizada, exorcizando al silencio,
privilegiando el aspecto sensorial de las cosas. Invocar al
mundo a través de la palabra, del espejo de la palabra,
es despojarla del mutismo. Por algo José Gorostiza
destaca que la poesía no radica en el lenguaje,
sino en la voz humana misma [4].
En La diosa blanca [5],
Robert Graves nos recuerda ¿o nos alerta?
sobre la función de la poesía y del poeta: cantar
al tema único de la poesía y oficiar. La existencia
esa sagrada. Tal vez sea cantar la relación de un hombre
con su pareja, observar con profundidad al mundo que nos habla
y se nos revela incluso en cada objeto; ver las cosas con
su máximo sentido oracular, como quería Francis
Ponge [6].
El poeta es un ser humano, socialmente se advierte como cualquier
hombre. Está inmerso en el mundo, pero percibe su dinámica
con mayor transparencia que los demás.
Una primera condición del poeta: saber de qué
están hechas las cosas, conocerle el pretérito
y el futuro. Esa innata sabiduría se presenta en el
autor que me ocupa. Por eso procura revelarlas a través
de ritmos e imágenes, fijarlas en la simultaneidad
de planos significativos. Por eso el poeta puede, también,
cantar a los sucesos sociales; aunque para crear deba apartarse
del ruido. La creación literaria, en última
instancia, es oficio de solitarios, pero sin darle la espalda
a la naturaleza de la cual parte el autor:
La sed sin fin
sus luminosos tentáculos de búsqueda
el tránsito violeta
(vuelo entre los fósforos del sueño)...
Sin
olvidar el aspecto onírico, la figura del poeta conlleva
una idea de sacerdocio, de profeta (en latín vate
es el poeta, es decir, quien vaticina). Las sociedades occidentales
contemporáneas, ciertamente, son materialistas; ¿cómo
hablar de espíritu cuando el mundo está más
preocupado por los aspectos económicos y políticos?
Insisto en citar a Paz, quien nos recuerda que la Iglesia,
católica desde luego, la política, la economía,
etc, son máscaras podridas que dividen al hombre
de los hombres, al hombre de sí mismo [7].
Temas, desde luego, que Jorge Castillo Fan toca en este poemario.
El amor, la naturaleza misma, los aspectos lúdicos
y sociales, el espectro existencial cargando con su vulnerabilidad
el alma del autor peruano. La precisión, la contundencia,
la expresión oracular están marcados. La escritura,
la poesía misma, es una acción sobre el mundo,
para fijarlo, para develarlo y mantenerlo en movimiento:
...Las claves del sentir
sus aguas misteriosas
sus espejos de sangre viva
su ebriedad en hilos sucesivos ...
El orden sonoro de la imagen va más allá del
sometimiento a la técnica, al oficio mismo. Las palabras
son recuerdos compartidos, símbolos, señalamiento.
Recordemos, también, que el espejo simboliza la verdad,
el contenido del corazón. Entre el sujeto contemplado
y el espejo que lo contempla hay un vínculo profundo,
único. La realidad esencial, última, enderezada,
adivinada incluso, que toca el ámbito de la Revelación.
Por lo mismo, el título del libro es significativo:
Yo Soy Aquel Espejo es la voz misma del poeta
develándose en imágenes a la humanidad; es la
existencia ofrendándose sin concesiones a la voz del
bardo, del cantor, grito ciego bajo
el mar de las cenizas. Tiempo suspendido, pasión
y placer. Y claves y enigmas, sucesión de instantes,
corpus simbólico: vuelta a la fuente original. Eso,
y no otra cosa, es este poemario.
NOTAS:
1.
Formas de hablar sublime. Poesía y Filosofía,
Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Filológicas, Méx.,
1990, 182 pp. En relación con el aspecto mítico,
Cfr. Raphael Patai y Robert Graves, Los
mitos hebreos, Alianza Edit., Madrid, 1982,
257 pp. También, Esther Cohen, El silencio
del Nombre. Interpretación y pensamiento judío,
Fundación Cohen, Méx., 1999, 108 pp.
2.
Cfr. La estación violenta,
FCE, Méx., 1958.
3.
Apud Robert Graves, La diosa blanca,
Alianza Editorial, Madrid, 1986, 701 pp.
4.
Cfr. Notas sobre poesía, en Poesía,
Fondo de Cultura Económica, Colec. Letras Mexicanas,
Méx., 1964.
5.
La encendida defensa que realiza el autor sobre la función
de la poesía como práctica ritualista
es excelente, op. cit., ibd.
6.
El silencio de las cosas, Universidad
Iberoamericana, Méx., 2000, 115 pp.
7.
Piedra de sol, op. cit.
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