P O R T A D A             Bernat Castany Prado
línea
 
  línea línea línea línea línea línea línea
  36     Doubt, a history        
Una historia de la duda
de Jennifer Michael Hecht
 
foro de opinión índice de autores          
punto de encuentro fuego - miscelánea (pulsa aquí para entrar)              
   

Un mal católico le pide a un mal protestante que interceda
por un mal judío. Hay demasiada filosofía en todo esto como para que no atienda a mi ruego.

Carta del marqués d´Argens al rey Federico

 

 

 

 

Dice Amin Maalouf en Identidades asesinas que aquello que nos es negado tiende a convertirse en la piedra angular de nuestra identidad. Sin embargo, aquella persona que es perseguida no por pertenecer a una religión, nación, raza o género determinado sino por albergar preguntas, dudas o críticas acerca de un dogma cualquiera, no asociará su identidad a ninguna doctrina en particular sino, más bien, al librepensamiento en general.

Por esta razón la historia de los escépticos, disidentes, herejes, exiliados o tibios es también la historia de uno de los valores centrales de la ilustración: la defensa del derecho de libertad de pensamiento y expresión. Por si esto fuera poco, dicha historia no se reduce a una sola cultura puesto que ha habido librepensadores en todas las épocas y en todos los lugares.

En Las raíces globales de la democracia, Amartya Sen nos exhorta a cambiar nuestra concepción de democracia, definida normalmente en términos de escrutinio y elecciones, por la de "ejercicio de la razón pública" que defienden autores como John Rawls y que exige la defensa del debate público y de la tolerancia de la pluralidad de opiniones.

Este pequeño cambio en la definición de democracia unido a la constatación de que en todas las épocas y culturas ha habido seres humanos que han luchado por promover el ejercicio de la razón pública nos permite afirmar, con Amartya Sen, que la democracia no es un valor exclusivamente occidental.

Resulta, pues, absurdo y sospechoso el cuidado que ciertos posmodernos multiculturalistas ponen en no ser eurocéntricos ya que pretender que la defensa de la libertad de pensamiento y expresión es una cuestión exclusivamente europea es la actitud más eurocéntrica que jamás haya existido.

Aunque nos sería fácil hallar contraejemplos de esa autocomplaciente y falsamente respetuosa idea ilustrada de Europa, lo cierto es que pocos de nosotros seríamos capaces de dar muchos ejemplos de figuras no europeas que hayan luchado por su derecho a pensar y a hablar libremente.

Es necesario acabar con dicha asimetría historiográfica, que no histórica, para poder ser "ilustrados" sin miedo a ser eurocéntricos.

Quizás sin pretenderlo Doubt, de Jennifer Michael Hecht, cumple dicha función al ofrecernos una historia universal de los cuestionadores, herejes, tibios y ateos más importantes, aunque muchas veces desconocidos por haber sido silenciados por dogmatismos de toda índole.

Ya en el siglo XVIII Pierre Bayle trató de construir una historia y un imaginario del librepensamiento. En su Diccionario histórico y crítico, conocido como "el arsenal de la Ilustración", llamará a Julius Caesar Vanini "el gran mártir europeo del ateismo", nombrará a Giordano Bruno "caballero errante de la filosofía" y tratará de hacernos familiares las grandes figuras del escepticismo judío o musulmán.

Aún siendo un libro divulgativo Doubt de Jennifer Michael Hecht es un libro importante que trata de reavivar el espíritu crítico en tiempos como los que vivimos; que trata de mostrar que el librepensamiento no es monopolio de "Occidente"; y que trata de dar consuelo y compañía a aquellos que puedan sentirse solos y marginados por no querer apuntarse a los diversos y contrarios dogmas religiosos, políticos y nacionales que quieren obligarnos a estar con o contra ellos.

Teniendo en cuenta que este libro es caro, extenso y no está traducido, sería una pena no ofrecer un breve resumen de su contenido[1] que trataré de completar con obras como Historia del escepticismo de Erasmo hasta Spinoza de Richard H. Popkins, Freethinkers de Susan Jacoby, Voices of a people´s history de Howard Zinn, Les sceptiques grecs de Victor Brochard y mi tesis doctoral El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges.

I.-

Aunque la duda adopta, como la creencia, formas diversas, para Hecht es posible elaborar una narrativa o historia de la misma ya que existe, por un lado, una afinidad intelectual y espiritual y, por el otro, una gran red de préstamos que hace que todos los que dudan recurran a argumentos y actitudes parecidas.

Para la autora es importante tener en cuenta que son los seres humanos quienes deciden cuáles son las cimas y cuáles las simas de la historia; y que la tendencia general es a escoger como cimas las épocas de mayor certidumbre. La historia de la duda es, pues, el reverso del tapiz o el mapa invertido, y es necesario un tiempo de acomodación para empezar a intuir sus formas.

Ya en la época griega la filosofía empezó a erosionar la polis como generadora de sentido al preguntarse cómo funcionaba el universo; al cuestionar qué valor de verdad podía atribuírsele a las biografías de las divinidades; y al imaginar un mundo de sentido que no dependiese de los dioses.

Los presocráticos, por ejemplo, trataron de explicar el universo pensándolo directamente, sin recurrir a la tradición. Ello implica una desvalorización de las creencias sin fundamento racional y una voluntad de desencantar el universo. Parece, pues, que Tales estaba intenando traducir los viejos dioses a términos más creíbles al afirmar que el agua era el arché del mundo.

Esta corriente de corte racionalista, en el sentido blando del término, explica figuras como las de Kinesias, que fundó con varios amigos un "club de impiedad" en el que, para burlarse de las supersticiones, se organizaban fiestas los días de infortunio.

Aunque la religión sobrevivió al primer ataque de la filosofía, no salió intacta. Los dioses se redujeron en número y su parecido con los humanos fue desapareciendo hasta dar lugar al "dios de los filósofos", cuyo primer evangelista fue Anaximandro, abstracto, racional y sin interés alguno en los humanos,.

Sin dejar de creer en ellos, Jenófanes de Colofón criticará la representación antropomórfica que Homero y Hesíodo realizaron de los dioses del panteón. Asimismo, el contacto con otras culturas que no es, en absoluto, un fenómeno exclusivo de nuestra época, le llevó a afirmar que si los caballos o los leones pudiesen dibujar, representarían a los dioses a su imagen y semejanza, y propuso "la primera teología" en cuyo centro pondráa un dios cercano al de Anaximandro, caracterizado como una mente o nous que guía el universo.

Uno de los primeros mártires de la duda será Protágoras quien, perseguido por blasfemia, se ahogará en su fuga hacia Sicilia. Desgraciadamente sólo ha sobrevivido la primera frase de Sobre los dioses, en la que afirmaba que "no se puede decir de los dioses ni si existen, ni qué forma tienen puesto que la dificultad del tema y la brevedad de la vida no nos permiten averiguarlo." Sabemos por los irritados resúmenes de los que trataron de refutarlo que, para Protágoras, ni la tradición, ni la experiencia, ni la contemplación, ni la razón podían ser prueba suficiente de la existencia de Dios.

Uno de los primeros atheoseis conocidos fue el sofista Pródico de Ceos cuyo método de investigación se basaba en la historia secular. Pródico afirmaba que los dioses son cosas u hombres que en la antigüedad fueron importantes por lo que luego pasaron a ser deificados. Demócrito de Abdera manejará una hipótesis similar a la de Pródico y añadirá que es el azar y no dios quien creó las regularidades del mundo.

El más famoso ateo del siglo V a.C. fue Diágoras de Melos, quien reveló los rituales secretos de los misterios de Eleusis con la intención de promover la incredulidad y la reflexión entre sus contemporáneos. Asimismo, al estar frente a un gran número de ex votos y decirle un amigo si no le llevaba a reflexión la gran cantidad de gente que se había salvado gracias a la intervención de los dioses, Diágoras preguntó dónde estaban las promesas de aquellos otros muchos que habían muerto ahogados. Como Protágoras, Diágoras fue acusado por blasfemia y tuvo que escapar.

Será Anaxágoras, sin embargo, la primera persona procesada por ateísmo. Parece que la ley fue creada para su caso específico, en 438 a.C., y en ella se afirmaba que "debe denunciarse a aquellos que no crean en los seres divinos o que enseñen doctrinas sobre cosas del cielo." En efecto, Anaxágoras afirmaba que los cuerpos celestes, incluido Helios, el sol, eran sólo trozos de metal. Se considera este momento el primer choque importante entre la ciencia y la religión.

Eran también habituales en el siglo V a.C. las comedias en las que los ateos presentaban sus ideas. Lo cierto es que aunque en la escena final el incrédulo solía ser castigado con la muerte, los argumentos racionales prevalecían sobre el argumento literario con lo cual es posible que dicho castigo no fuese más que una forma de esquivar la acusación de impiedad.

En Las nubes, por ejemplo, Aristófanes nos muestra a Sócrates convenciendo a un campesino de que no es Zeus quien hace llover sino las nubes porque, si fuese Zeus, entonces éste podría hacer llover en un cielo sin nubes, cosa que nunca pasa. Aunque en un principio el campesino parece convencido, al final regresa acompañado de otros campesinos para quemarlo vivo.

Otras figuras importantes del librepensamiento griego del siglo V a.C. son Eurípides, quien en una obra perdida hará que el protagonista llegue a la conclusión de que no hay dioses ya que los malos suelen vivir mejor que los buenos; Espeusipo, que afirmará que es imposible obtener un conocimiento satisfactorio de algo sin conocerlo todo, cosa que nunca ha de pasar; y Tucídides que será considerado el creador de la historia secular al hacer que en su Guerra del Peloponeso los dioses no intervengan.

 

II.-

Precisamente porque las épocas de certidumbre son las preferidas por los historiadores del pensamiento -cuyos prejuicios modernos les hacen despreciar a los autores escépticos o eclécticos que antes que someterse al furor simétrico del sistematismo prefieren hablar en términos de probabilidad o pragmatismo-, el período helenístico es uno de los menos conocidos.

Al entrar en crisis la polis como unidad política generadora de sentido identitario se pasa de una cultura de la pureza, la precisión y la autenticidad a una cultura de la mezcla, la influencia y el mestizaje. Se trata de una época cosmopolita en la que reina la duda y el relativismo así como las reacciones identitarias dogmáticas nacionalistas o religiosas.

La Historia sagrada de Evemeros es una especie de novela de viajes filosófica y fantástica. En ella se sigue el método desmitificador de Pródico y se dice, por ejemplo, que en la isla imaginaria de Pankaia hay de que Zeus fue un gran hombre que, como cualquier otro cretense, vivió y murió en Creta. Aunque sólo conservamos fragmentos y resúmenes de esta obra sabemos que fue uno de los primeros libros griegos en ser traducidos al latín y que fue enormemente influyente.

Diógenes de Sínope, "el perro", fue el más importante de los filósofos cínicos. Éstos se propusieron vivir como los perros, al margen de las convenciones y las vergüenzas, pero sin salir de la polis. Creían que lo único que había que hacer para librarse de la falsedad, la angustia y la infelicidad era, simplemente, dejar de actuar, de pretender y de mentir. Estos sabios se masturbaban en público, prescindían de todo tipo de posesiones y eran tan independientes que incluso Alejandro Magno afirmó que "si no fuese Alejandro sería Diógenes ".

Pirrón de Élide, fundador de la escuela escéptica, afirmaba que nada puede saberse porque los sentidos nos engañan, el recuerdo falsea el pasado y, además, se puede dar contra todo argumento un argumento contrario de fuerza similar. Uno de sus sucesores al frente de la escuela escéptica fue Timón de Fliunte, conocido por inventar el género de la sátira. En sus obras solía burlarse cruelmente de todo aquél que afirmase saber algo con certidumbre.

Asimismo, al morir Platón, la Academia dio un giro escéptico tan radical que se ha llegado a hablar de "escepticismo dogmático" puesto que dichos pensadores afirmaban saber una cosa, esto es, que nada puede saberse. Entre los "segundos académicos" se halla Carnéades quien en el siglo II a.C. se avanzó a Hume en sus críticas contra el concepto de causa e identidad.

 

III.-

Si bien es cierto que todos los dudadores han sido reprimidos o reciclados historiográficamente, al pertenecer a la tradición filosófica hegemónica, las figuras hasta aquí reseñadas son mucho más conocidas que las de culturas como la judía, la islámica, la budista o la jainista.

La duda es uno de los aspectos más importantes de la cultura judía debido a la gran paradoja a la que tuvo que enfrentarse un pueblo que se presentaba como el elegido de un dios benevolente y todopoderoso pero que sufrió una historia de continuas desgracias.

Dos son las soluciones que en el mundo judío se le dio al problema. Por un lado, la duda, a la que contribuyeron el desarraigo y el relativismo surgidos del exilio y, por el otro, un mayor dogmatismo, surgido también del exilio y del consiguiente miedo a desaparecer como pueblo. El representante del dogmatismo judío será Ezra, sacerdote y escriba, quien al regresar del exilio afirmó que la destrucción del templo y el cautiverio babilónico habían sido un castigo de Dios por no haber conocido y respetado la ley mosaica.

Vemos, pues, dos tendencias básicas en el seno del pueblo judío: una secular y la otra religiosa. Sería importante tener en cuenta que esto sucede en la mayoría de las culturas de modo que no es acertada la visión de un "choque de civilizaciones" que defiende Samuel Huntington puesto que todas y cada una de las civilizaciones tiene esta misma disensión interna. Véase, por ejemplo, Freethinkers, de Susan Jacoby, una historia de los éxitos y derrotas del secularismo norteamericano.

Recordemos, asimismo, cómo en una historia judía del Hanukkah se dice que dos son los enemigos de los "verdaderos" judíos: el imperio griego y los judíos seculares o "apóstatas". Lo cierto es que en el período helenístico un gran número de judíos secularizaron sus hábitos hasta tal punto que llegaron a dedicarle a Zeus el templo de Jerusalén. Este hecho, sin embargo, no era tanto el resultado de una conversión al panteón griego, ya en aquel entonces enormemente desprestigiado, como de un proceso de laicización, cosmopolitismo y muestra de aprecio por la filosofía y la cultura griega.

La conquista de Judea y Samaria, por parte de Alejandro Magno, en el 332 a.C., supuso entre los judíos una generalización de la comida, la forma de vestir, las costumbres y el secularismo griego. Muchos judíos empezaron a usar dos nombres, uno griego, para los viajes y los negocios, y otro hebreo, en la casa. La mejor fuente de conocimiento de esta época son los libros de historia antigua judía llamados "Macabeos" que aunque no llegaron a formar parte de la Biblia hebrea, sí podemos consultarlos en la cristiana.

En ellos se explica cómo la tradición filosófica griega pasó a ser una parte significativa de la identidad de los judíos seculares que empezaron a relajarse en la observancia de las leyes tradicionales. El helenismo se convirtió en una moda. Muchos inventaron historias de origen común entre judíos y griegos. Abraham se convirtió en el héroe preferido de los judíos helenizados. Se lo consideraba más cosmopolita, menos excluyente y legalista que Moisés, por haber errado a la búsqueda de un nuevo hogar en vez de guiar al pueblo judío de regreso a su lugar de origen.

Lo cierto es que aunque durante el exilio "la ley" tuvo la función de mantener unidos a los judíos, el aislamiento había dejado de ser funcional ahora que vivían como miembros respetados de ciudades cosmopolitas.

Antíoco IV (175-164 a.C) llegará a tomar el nombre griego de Epiphanes aunque los judíos ortodoxos lo llamarán Epimanes, "el loco". Trató de secularizar todavía más la sociedad y amplió la ciudad de Antioquía para dar acogida a los griegos que huían de las presiones de Roma, lo que implica que la helenización del mundo judío no fue tanto una imposición como una seducción cultural.

Hasta el gran sacerdote de Jerusalén, Joshua, cambió su nombre por el de Jasón e hizo construir un gimnasio a los pies del gran templo. En él judíos y no judíos se reunían para competir y dialogar pero el hecho de que lo hiciesen desnudos fue vistos por algunos como una blasfemia.

Muchos se hicieron operar con el objetivo de revertir la circuncisión y muchos más dejaron de circuncidar a sus hijos. En la Biblia se dice que los mismos sacerdotes del templo dejaron de mostrar interés alguno en el servicio del altar, se burlaban de la religión, no realizaban sacrificios y se apresuraban a tomar parte en actividades deshonrosas en el campo de entrenamiento. (Macabeos II, 13)

Los fariseos, que no es casualidad que hayan sido representados negativamente por los historiadores oficiales, seguían el impulso racionalista griego y trataron de traducir a términos actuales la ley mosaica arcaica que hallaban llena de alegorías, fábulas y restricciones innecesarias. (Macabeos I)

La crisis se agravará cuando en 171 a.C. Antíoco-Epiphanes deponga a Jasón y nombre como sacerdote del templo a Menelao, un judío todavía más helenizado que empezó a desviar los impuestos del templo a las arcas del gobierno y declaró ilegales algunos de los ritos judíos por considerarlos supersticiosos. Se formó entonces una secta que tomó el nombre de los Hasidim, esto es, "los piadosos" o "los leales", cuya idea era concentrarse en el estudio de la Torah, observar las Leyes rigurosamente y rechazar la cultura griega.

El 15 de diciembre del 168 a.C. se erigirá en el templo de Jerusalén un altar dedicado a Zeus. Menelao le pedirá a todos los judíos que realicen sacrificios en dicho altar como acto simbólico de solidaridad con el ideal universalista. A partir de entonces el templo debía ser un centro ecuménico abierto a todos. Aunque para muchos esta iniciativa suponía un gran avance en la tolerancia y convivencia de los pueblo para otros esto resultó ser una grotesca blasfemia.

Se producirá entonces una reacción tradicionalista que dará lugar a una insurgencia de guerrillas liderada por el sacerdote Mattathias Hasmon quien, al morir en 166 a.C., pasará el mando a Judah, conocido como Macabeo, que quiere decir "el martillo". Los insurgentes tomarán Jerusalén al año siguiente, "reconstruirán" el templo, harán obligatoria la circuncisión y darán lugar a la dinastía Hasmonea, todo ello con ayuda de los romanos quienes pasarán a ser sus amos y nunca mostrarán el mismo interés por la cultura judía que los griegos sí habían mostrado anteriormente.

El Hanukah celebra la revuelta de Hasmon, la recuperación del Templo y la derrota del opresor pagano pero lo cierto es que los derrotados fueron, sobre todo, esos judíos cosmopolitas y tolerantes.

 

IV.-

También en la Biblia hallamos interesantes muestras de escepticismo y librepensamiento. Todas ellas pretenden hacer que el ser humano tome conciencia de su insignificancia vital y cognoscitiva recordándole que "todo es demasiado difícil como para que el hombre pueda comprenderlo" ( Eclesiastés, I, 8); que "Dios le dio al hombre el deseo de conocer para atormentarlo" ( Eclesiastés, I); y que "el hombre que presume de su saber no sabe todavía lo que es saber" ( Corintios, VIII).

Asimismo, en el libro de Job, escrito entre el 600 y el 400 a.C., se narra el extraño experimento que Dios, instado por el Demonio, realiza con Job. El experimento consiste en someterlo a todo tipo de males para ver si éste deja de adorarlo o no. Job y sus amigos tratan de darle una explicación racional a las desgracias que le están ocurriendo cuando Dios se les aparece para reprenderlos por haber intentado comprender el significado de sus acciones. Éste les plantea una larga tirada de misteriosas preguntas que ponen de manifiesto los límites cognoscitivos del ser humano:

¿Dónde estabas al fundar yo la tierra? Dímelo, si tan sabio eres. ¿Quién determinó, si lo sabes, sus dimensiones? ¿Quién tendió sobre ella la regla? ¿Sobre qué descansan sus ejes, o quién asentó su piedra angular? ¿Quién cerró con puertas el mar? (Job, XXXVIII, 4)

El Eclesiastés fue escrito entre los años 250 y el 225 a. C. por Coheleth -"Eclesiastés" es la traducción griega de dicho nombre-, antiguo rey de Israel que tras haber sido feliz durante la mayor parte de su vida sufre un día una crisis de sentido -"miré todo cuanto se hace bajo el sol y vi que todo era vanidad" (Eclesiastés, I, 12)- tras la cual se pondrá a escribir un libro que resultó ser un verdadero tratado de la duda.

Dicha obra supone el nacimiento del escepticismo judío que luego será tan importante en la teología negativa judía, cristiana y musulmana: "en los cielos está Dios y tú en la tierra; sean, pues, pocas tus palabras." (Eclesiastés, V, 2) En él se ven influencias de la filosofía helenística como la noción de Tyché o azar así como algunas de las actitudes que Epicuro mantuvo hacia la religión.

 

V.-

Nada mejor que el Carvaka para romper la idea orientalista de que los países no occidentales son crédulos, infantiles y especialmente predispuestos al fanatismo. El Carvaka es la primera muestra de duda radical de toda la historia de la humanidad. Esta doctrina materialista, que apareció en la India en el siglo VII a.C., criticó duramente el supernaturalismo hindú y, junto con el jainismo, el budismo y las primeras formulaciones del confucionismo, forma parte del conjunto de religiones ateas que los jesuitas del XVII y XVIII tanto temían puesto que suponía un contraejemplo nada despreciable al argumento de la necesidad psicológica de creer en un dios que, supuestamente, sentían todos los seres humanos.

No ha sobrevivido ninguna copia de su texto central, el Brihaspati Sûtra (600 a.C.). Lo cierto es que, como sucede con todos los movimientos críticos de todos las culturas y todas las épocas, los defensores del dogma destruyeron sistemáticamente todos los textos críticos de modo que hoy en día nos parece que dicha doctrina no tuvo demasiada prédica, aunque no fue así. En un giro irónico el único modo que tenemos de acceder a sus ideas es a través de los resúmenes de sus obras que realizaban los autores que trataban de refutarlos.

En una antigua obra escrita por uno de estos filósofos materialistas aparece un personaje alegórico que afirma que es ignorancia creer que el espíritu es diferente del cuerpo y añade que hay tantas razones para obtener recompensas en la otra vida como para obtener frutos de un árbol que flote en el aire.

En su Sarvadarsanasamgraha, Madhava Acarya dice que los carvaka proclamaban que no debemos preocuparnos por el todo puesto que no tiene sentido; que las maravillas de la naturaleza no las hace un dios sino que, simplemente, suceden; que no hay dioses ni vida después de la muerte; y que si hay algo es el infierno causado por el dolor y la frustración naturales.

Añaden los carvaka que los hinduistas engañan a la gente al afirmar la realidad de las criaturas de su propia imaginación y afirman que la vida ascética es un desperdicio vital. Contra el miedo al castigo afirman que los tres Vedas son un engaño porque pretenden que hay un sistema de justicia superior en el mundo y porque prescriben todo tipo de rituales ineficaces -llegando a afirmar que ni siquiera los que realizan dichos rituales creen en ellos porque si realmente creyesen que los animales sacrificados fuesen directamente al cielo la gente se sacrificaría a sí misma cosa que nunca sucede -.

El Jainismo aparece en el siglo VI a.C. y, como el budismo, se presenta como una reforma del hinduismo. Influido por el Carvaka rechaza el supernaturalismo de los Vedas y llegará a convertirse en una de las primeras religiones ateas. Mahavira, uno de sus fundadores, afirmaba que los dioses, diosas, sacrificios y rituales del Hinduismo no tenían ningún sentido y/o eran irrelevantes. Creen sólo en el karma que, en su afán materialista, definen como una substancia parecida al vapor y, en tiempos modernos, como un fino polvo de átomos.

La reforma budista también tiene lugar en el siglo VI a.C. Niega el concepto central del hinduismo, el atman, yo o alma. Para los hindús, cuando el Brahman llegaba al último estadio del samsara podía conocer su verdadero yo, su atman. Para Buda, en cambio, no hay yo. Por eso propone toda una serie de técnicas, no ya para encontrar el atman, sino para comprender que no existe, para comprender el anatman, la doctrina de la no existencia del yo o identidad. Sus argumentos contra la identidad son muy parecidos a los de Enesidemo o Hume : estamos compuestos de sensaciones y de acciones pero no hay un sentidor o un hacedor distinto y perceptible. El yo es una narrativa, una estructura conceptual que asumimos pero que no existe.

Para Buda los sustantivos son engañosos, sólo deberían existir los verbos. Del mismo modo que las olas del océano son todas y cada una de ellas agua "oleando", el yo no es más que un trozo del universo "yoando". Nuestras categorías mentales de tiempo, identidad y espacio nos engañan porque, en realidad, el universo está más allá de estas categorías y es inconcebible, es un noúmeno. Lo que hay que hacer, pues, es expulsar ese sentimiento de uno mismo y la mejor manera de hacerlo es buscar el "yo mismo" puesto que, cuanto más se busca, menos evidente se hace y uno acaba comprendiendo que no es más que una colección de pensamientos en medio del universo. Para Buda el objetivo reside en comprender que no se es nadie y disfrutar con esa sorprendente verdad.

Buda también rechaza todas las ideas metafísicas de la religión de los Vedas : las castas, el samsara y el karma, entre otras. Para él estas "realidades" están más allá del conocimiento humano, son inmunes a toda investigación y deben ser olvidadas.

Así pues, Buda no responde de manera alguna a las cuestiones metafísicas. Rechaza decir si el mundo es eterno o ambas cosas o ninguna, si es finito o infinito, etc. Dice que preocuparse por estas cosas es como estar herido por una flecha y preguntar por los orígenes familiares del hombre que fabricó el arco. No se trata sólo de que se esté perdiendo un tiempo precioso, se trata de que la pregunta es impertinente en ese contexto.

Asimismo, cuando se le preguntaba por el destino del alma tras la muerte del cuerpo, Buda respondía que esa pregunta era tan absurda como preguntarse hacia dónde ha ido la llama de la vela que acabamos de apagar. Son preguntas que no están bien planteadas, preguntas "que no edifican".

Lo cierto es que Buda no afirma nada. Cuando le preguntan por el Nirvana dice que es "incomprensible, indescifrable, inconcebible, inafirmable" y que no se puede hablar de aquello que conoceremos cuando nos habremos librado de nosotros mismos y de cualquier aspecto de la única conciencia que hasta el momento hayamos experimentado.

El confucionismo es una religión civil con muy pocos componentes de carácter sobrenatural que se compone fundamentalmente de una moralidad, textos, prácticas y doctrinas de tipo filosófico. Su fundador, Confucio, era político y artista. Siempre que se le preguntaba por realidades metafísicas o sobrenaturales respondía de una manera pragmática.

Por ejemplo, cuando le preguntaron si la humanidad debía rendir culto a los ancestros respondió: "Todavía no sabemos cómo servir a los hombres ¿cómo vamos a saber cómo servir a los espíritus?" y cuando le preguntaron acerca de la muerte respondió: "Todavía no sabemos sobre la vida ¿cómo vamos a saber algo sobre la muerte?"

El confucionismo se estableció como religión oficial China en el período Han (206 a.C.-220 d.C.) aunque ya era una versión posterior, teísta. Claro que en esta época también hubo importantes pensadores escépticos independientes como Hsun Tzu (s. III a.C), conocido sobre todo por haber escrito El arte de la guerra ; Huan T´an, quien afirmaba que "el alma es como la llama de una lámpara, que se va cuando el aceite se ha acabado"; y Wang Ch´ung (s. I d.C.), quien escribió un compendio de argumentos escépticos contra la creencia en la magia titulado Discursos pesados en balanza donde se afirmará que los cielos son un lugar de movimiento espontáneo y no intencional y se dedicarán ochenta y cinco capítulos a refutar leyendas y prácticas supersticiosas cuyo espíritu se sintetiza en la siguiente máxima: "Las cosas aladas vuelan. Si un hombre te dice que puede volar, busca sus alas."

Lo cierto es que cuando el budismo llegó a China se mezcló muy bien con el taoísmo puesto que ambas doctrinas buscaban la felicidad, creían en la unicidad de la realidad y trabajaban con técnicas psicofísicas. El budismo zen es el resultado de esta unión y su idea central es que el ser humano puede trascender la miseria de su condición a través de prácticas físicas y psicológicas. Cabe señalar que aunque el budismo zen aparece en China, luego se extenderá por Japón donde se convertirá en una de las sectas budistas más influyentes, aunque no más numerosas.

El fundador del Zen chino, Bodhidharma, llegó de la India a China en el s. V d.C. Su doctrina principal afirmaba que aunque la conciencia es real, sus objetos son irreales, inventados por ella, y enseñaba a tomar conciencia de dicha irrealidad con prácticas desautomatizadoras como, por ejemplo, mirar durante horas una pared blanca.

La edad de oro del budismo zen serán los siglos VIII y IX. En su desarrollo, el zen pasó a creer que el misterio del ser sólo puede ser vivido, no explicado. No hay descripciones lógicas que puedan servirnos y lo único que puede hacerse es expulsar de la conciencia las categorías humanas de pensamiento realizando preguntas imposibles de responder dentro de dichas categorías.

Dichas preguntas son los koans y buscan despertar un sentimiento de absurdo respecto a nuestra racionalidad: "¿Cuál es el sonido de una mano aplaudiendo?" o "¿Cómo era tu cara antes de que tus ancestros hubiesen nacido?" El budismo original era una terapia progresiva mientras que el budismo zen busca un despertar, una iluminación instantánea.

El budismo zen cultiva la duda. Claro está que, para ellos, la duda respecto a las cuestiones primordiales no es tanto el cultivo de un problema como el de un misterio. Un problema, al ser resuelto, deja de ser un problema mientras que un misterio, al ser penetrado, no deja de ser misterioso sino que sigue siéndolo cada vez más. El budismo zen busca, por lo tanto, intensificar el sentimiento de misterio.

Los maestros zen instan a permanecer constantemente en un estado de no conocimiento. El objetivo final es sentirse en medio de un universo creado por nuestras mentes y dejarse estar ahí sin entenderlo. Se busca, pues, no reconocer el universo como algo familiar sino desfamiliarizar, desautomatizar, en los términos de Viktor Schklovski, nuestra visión del mismo. Se trata de alterar el sentido de normalidad y asunción para crear una duda profunda y transformadora.

Uno de sus mottos es: "Gran duda, gran despertar. Pequeña duda, pequeño despertar. Ausencia de duda, ausencia de despertar". La gran duda es aquella que problematiza las cuestiones primordiales o metafísicas como la naturaleza de la existencia y el carácter de su significado.

Uno de los mayores poetas y pensadores zen es el japonés Ikkyu Sojun (1394-1481) quien afirma en uno de sus poemas:


Comemos, defecamos, dormimos y nos despertamos,
ése es nuestro mundo
y fuera de todo ello sólo nos queda
morir.

Le gustaba provocar, bebía abundantes cantidades de saque, visitaba burdeles y le escribió numerosos poemas eróticos a Mori, una mujer que conoció a los 73 años. Su poema "Esqueletos" es un ataque contra dios y contra buda. En él, el poeta afirma que en un sueño en el que se hallaba rodeado de esqueletos uno se le acercó y le dijo: "Las memorias pasan y ya no son. Todo son sueños vacíos desprovistos de significado. Violenta la realidad de las cosas y chapurrea acerca de "Dios" y del "Buda" y nunca hallaras la verdadera Vía." Tras lo cual afirma:


"Me gustó ese esqueleto...
Veía las cosas tal como son.
Seguía acostado con el viento en los pinos
susurrando en mis oídos
y la luz lunar de otoño bailando frente a mí.
¿Qué no es un sueño?
¿Quién no acabará siendo un esqueleto?"

 

En otro de sus poemas afirma que:


Si al final del viaje
no hay un lugar donde descansar
¿por qué tememos, entonces,
salirnos del camino?

 

 

VI.-

Parece que los romanos cultos, que vivían en un mundo racionalista e incrédulo, apenas le hicieron caso al cristianismo. Lo vieron, según Gibbon, como una superstición de las muchas que por aquel entonces llegaban de oriente. Galeno, por ejemplo, criticaba a los cristianos por depender demasiado de la fe y por carecer de evidencias para demostrar lo que afirmaban.

La sociedad romana era poco religiosa. La religión era una cuestión civil, utilitaria. Había templos dobles dedicados a los dioses griegos y romanos así como a muchas otras deidades que el politeísmo no tenía problema en asimilar. Afirma Momigliano que la deificación del emperador, que indignó a muchos, fue síntoma de que la palabra "divinidad" estaba ya vacía de todo significado.

En De la naturaleza de los dioses (45 a.c.), Cicerón citará extensamente a pensadores ateos como Protágoras, Diágoras de Melos y Theodoro de Cirene. En su obra utilizará el tropo del desacuerdo, que subraya la numerosa y contradictoria cantidad de ideas en relación a la naturaleza de los dioses; pondrá de manifiesto los usos sociales de la religión; y criticará el concepto de providencia. Asimismo, en Sobre la adivinación tratará de demostrar los absurdos de una de las supersticiones más difundidas entre los romanos.

Sobre la naturaleza de las cosas, de Lucrecio, muestra a Epicuro como el padre del pensamiento racional y como el conquistador de la religión. Ni la muerte ni la ausencia de dioses parecen deprimir a Lucrecio sino, más bien, liberarlo. Critica la idea de la supervivencia del alma, presenta ideas evemeristas respecto al origen de todo culto religioso y si a veces concede la existencia de dioses, los coloca lejos del mundo, "más allá de las oraciones." Esta obra tuvo un impacto enorme en autores como Virgilio y Ovidio.

Plinio el viejo (23-79 d.C.) dice en su Historia natural, que "si todo el mundo tuviese razón acerca de sus dioses habría más dioses que personas" y que el hecho de que dios no pueda suicidarse -que es el mayor don que tenemos los hombres-, que no pueda hacer que dos más dos no sean cuatro y que no tenga poder sobre el pasado, muestra la enorme fuerza que tiene la naturaleza y confirma que es a ella a lo que nos referimos cuando hablamos de "dios". Afirma también que no hay vida después de la muerte y que todas esas preguntas acerca de la supervivencia del alma no son más que "boberías infantiles de hombres deseosos de vivir eternamente."

Incluso el estoicismo de Marco Aurelio era más ético que metafísico. En sus Pensamientos parece no darle ningún crédito a la noción de providencia y su gran éxito fue construir una cosmovisión que atendiese a las necesidades religiosas sin necesitar de la religión.

Esta es también la época de Sexto Empírico quien escribió las Hipotiposis pirrónicas y el Contra los dogmáticos, dos de las obras más importantes de toda la historia del librepensamiento. La primera fue resumida y glosada por Montaigne en su Apología de Raimundo Sabunde que acababa con la insidiosa pregunta "Que sais-je?" "¿Qué sé?" a la cual Descartes trató de dar respuesta en su Discurso del método dando lugar así a la ansiedad por la certidumbre, tan característica de la filosofía moderna.

El satírico griego Luciano de Samosata. (120-190 d.C.) dirá en su Hermotinus que es imposible decidirse por una filosofía desde el momento en que para conocerlas todas hace falta más de una vida. También en su Peregrinus se burlará del cristianismo al hacer que un sabio engañe a unos cristianos y afirme luego que "quien conoce el mundo puede hacerse rico engañando a las almas simples."

La filosofía pagana es una de las edades de oro de la historia de la duda. Su actitud era atrevida, desenvuelta, inteligente, dialogante, irónica, libre y tolerante. Las almas libres de los siguientes siglos siempre miraron con nostalgia aquella época y en algo tenían razón Gibbon y Nietzsche cuando veían en el cristianismo una de las causas de la decadencia de occidente.

 

VII.-

En efecto, con el advenimiento del cristianismo la creencia se convertirá, por primera vez en la historia, en el centro de la experiencia religiosa. Esto marcará un antes y un después en la historia de la duda.

El escepticismo, sin embargo, no murió inmediatamente. La prueba está en las quejas de los filósofos dogmáticos contra lo que se dio en llamar la plaga escéptica. En el siglo IV d.C. San Gregorio, obispo de Nisa, se quejaba del enorme éxito que los pensadores escépticos tenían en la sociedad de aquel momento: "los Sextos y los Pirrones y la práctica de argumentar opuestos han infectado las iglesias como si de una perniciosa enfermedad se tratare."

T ambién en el siglo IV de nuestra era Juliano el Apóstata decía, aunque le sepa mal a Gore Vidal, "n o deis pie a una obra epicúrea o pirrónica -lo cierto es que los dioses los han destruido sabiamente de manera que la mayoría de esos libros no puedan ser hallados."

En efecto, la mayoría de los libros de la plaga pirrónica serán destruidos por unos padres de la Iglesia que no querían dudas sino certidumbres. De este modo, e n los primeros siglos de nuestra era apenas nos encontramos con Favorino (80d.c.-150d.c.), amigo de Plutarco, retor y conocedor de todas las doctrinas filosóficas. De él se dice que tenía la costumbre de discurrir a la manera académica sobre todas las cosas, sin decidir nunca nada, y que sus obras estaban llenas de paradojas, sofismas y juegos verbales. Parece que uno de sus libros más famosos tenía como objeto demostrar que el sol no puede ser percibido.

Pero el derecho a la duda y a la objeción fue desapareciendo progresivamente y, como diría Gibbon, el cristianismo tuvo menos mártires que la filosofía pagana. Hypatia, cabeza de la escuela platónica de Alejandría, morirá en el 415 d.C. a manos de los seguidores de San Cirilo. A raíz de este incidente muchos filósofos huirán de Alejandría, que dejará de ser un centro de sabiduría, para dirigirse hacia el oriente, donde había mayor libertad. Justiniano les dará la razón en el 529 d.C. al prohibir el paganismo y cerrar el jardín de Epicuro, la Academica escéptica, el Liceo y el porche estoico.

Un estrecho corredor por el que la filosofía pagana y el derecho a la duda perdurará serán las obras de Boecio, "el último romano y el primer escolástico", quien en su Consolación de la filosofía, escrita en la cárcel mientras esperaba ser ejecutado, habla una sola vez de Dios pues basa todo su consuelo en una filosofía de corte pagano.

Como vimos, no sólo el cristianismo entra en una fase de dogmatismo sino también el judaísmo, que en el siglo II de nuestra era iniciará el período rabínico en el que la sinagoga sustituirá al templo y la huella helenística será paulatinamente borrada.

Pero, como veíamos en la introducción, en todos los lugares y épocas surgen voces independientes que se atreven a ser libres. Elisha Ben Abuyah (70-135 dc.), apodado por los puritanos Aher, "el Otro", "el innombrable", fue uno de ellos. El Talmud dice que "su lengua no se cansaba nunca de cantar canciones griegas", que amaba la poesía griega, que escondía libros prohibidos en su ropa y que paseaba por la ciudad en los días santos. En el Talmud Babilónico se oye la voz de dios decir: "Volved, oh hijos arrepentidos, con la excepción de Aher."

 

VIII.-

No debemos pensar, sin embargo, que en la época medieval no hubo librepensamient. Lo cierto es que, desde los mismos padres de la iglesia hasta el siglo XVI, hay indicios de un leit motif escéptico, sobre todo entre los teólogos antirracionales judíos, musulmanes y cristianos. Sin embargo, dicho escepticismo no buscaba tanto cuestionar los dogmas como desprestigiar la razón para dejarlo todo en manos de la fe.

En lo que respecta a la teología negativa hebrea podemos decir que ésta comienza con el primer filósofo especulativo judío: Saadia Ben Joseph (882-942 d.C.). Ya en el primer párrafo de su Libro de las doctrinas y las creencias, Ben Joseph afirma que la mayoría de los temas que va a tratar están más allá del alcance de los sentidos y la razón humana, tras lo cual citará a Cohelet -"Lejos se queda lo que estaba lejos, y profundo lo profundo. ¿Quién lo alcanzará?" ( Ecl. VII, 24) - y afirmará que "nadie, ni los filósofos ni los defensores de la religión revelada, basan sus sistemas en conocimientos seguros."

Dos siglos más tarde, Rabbi Moses ibn Maimon, conocido como Maimónides (1135-1205), realizará el primer intento de elaborar una filosofía judía secular. Su Guía de perplejos es una obra fundamental en la historia de la duda y el escepticismo. Su libro se dirige a todos aquellos que habían estudiado la ley judía y luego la filosofía antigua y que se sentían desconcertados por las críticas que los filósofos realizaban contra la representación antropomórfica que la Biblia hacía de Dios.

Sin embargo, algunas de sus explicaciones debieron dejar todavía más perplejos a los lectores que acudieron a él. En algunas ocasiones Maimónides realiza una explicación secular de las leyes en la que apela a razones políticas y psicológicas. En otras ocasiones afirma que, ya que de Dios sólo podemos saber que existe, es mejor no decir nada. Sean cuales sean las doctrinas de este libro, el gran éxito del que gozó generación tras generación, sugiere que hubo muchos que se hubiesen descrito a sí mismos como "perplejos".

Los orígenes de la teología negativa musulmana coinciden con el nacimiento del Islam o "sumisión". Tras la muerte de Mahoma (570-632) tuvieron lugar luchas intestinas entre los Ahl Al-Hadith o tradicionalistas, los Shiitas y los Mutazilis. Los primeros atacaban a los Mutazilis por concebir a Dios de una manera demasiado racionalista. Según ellos la justicia de Dios era incomprensible y todo intento por explicarla era pecado de hybris.

Ismail al-Ashari (878-941) elaboró una solución de compromiso entre ambas tradiciones al fundar el Kalam o teología, disciplina que a pesar de basarse en la lógica, no pretendía explicar a Dios en términos racionales. El Kalam afirmaba que los musulmanes debían usar la razón y la lógica para demostrar que Dios estaba más allá de toda comprensión humana. Es muy posible que al-Ashari estuviese influido directamente por los textos escépticos griegos a los que el mundo islámico tuvo acceso muchos siglos antes que el mundo cristiano.

En efecto, tras la caída de los imperios Bizantino y Persa, una enorme cantidad de textos griegos entró en el mundo musulmán. Durante el siglo IX se tradujeron autores como Sexto Empírico, Arquímedes, Ptolomeo, Euclides, Galeno, Aristóteles o Hipócrates.

La influencia griega propició la aparición de una filosofía dinámica, humanista, secular, escéptica y libre conocida como Falsafah. Sus seguidores, los faylasufs, sostenían que el dios de los filósofos griegos era idéntico a Allah y que era, básicamente, razón. Uno de estos faylasuf fue Yaqub ibn Ishaq al-Kindi, el primero de los musulmanes aristotélicos y el primer musulmán en estudiar el Corán a través de los ojos de la filosofía griega.

Asimismo, en esta epoca el escepticismo se extendió entre los musulmanes a raíz del problema de la autentificación de las profecías. Antes de la aparición del Islam los judíos y los cristianos no habían pensado demasiado acerca de cómo reconocer a un verdadero profeta puesto que ya hacía mucho tiempo que sus textos eran considerados sagrados sin ningún tipo de objeciones.

Sin embargo, una religión nueva como el Islam tuvo que defenderse ante las críticas de judíos y cristianos, quienes cuestionaban la autenticidad de Mahoma como profeta. Los doctores musulmanes se defendieron lanzando las mismas críticas a los doctores judíos y cristianos.

Como pasará entre protestantes y católicos en la Europa del siglo XVI, se dio un fuego cruzado de críticas que dio lugar a una "crisis escéptica" en la que los hombres se sintieron desesperados por hallar un criterio cierto gracias al cual distinguir al falso profeta del verdadero.

Dicha preocupación dio lugar a la disciplina de la profetología que a pesar de tener un objetivo dogmático fue un abono importantísimo para el escepticismo musulmán. Una de las primeras obras profetológicas fue Pruebas de profecía, de Jahiz, y su argumento principal era que la belleza del Corán es el milagro que valida la palabra de Mahoma.

Sin embargo, no todos los profetólogos realizaban argumentos afirmativos. El faylasuf Abu Bakr al-Razi, por ejemplo, conocido como "el mayor inconformista de toda la historia del Islam" así como "el más librepensador de los más grandes filósofos del Islam", escribió libros de títulos elocuentes: Los trucos fraudulentos de los profetas; Las estratagemas de aquellos que pretenden ser profetas; y Refutación de las religiones reveladas.

Al-Razi creía que la variedad de las religiones era la prueba de que ninguna de ellas era verdadera; que los supuestos milagros de los profetas no eran una evidencia de su validez; y llegó a burlarse de la Torah por imaginarse a Dios como un hombre viejo, cascarrabias, de larga barba blanca.

Avicena (980-1037) y Al-Ghazzali (1058-1111) fueron los más importantes faylasuf. Al-Ghazzali radicalizó el escepticismo faylasuf hasta límites insospechados. En su libro La incoherencia de los filósofos dice haber hallado veinte proposiciones de Aristóteles que no estaban suficientemente demostradas y se dispone a reducirlas al absurdo. Rechazó la filosofía y todo tipo de concepción de la verdad.

Parece que Al-Ghazzali era tan consciente como cualquier escéptico moderno de que la certidumbre respondía a un estado psicológico y no necesariamente a una verdad objetiva.

En su juventud Al-Ghazzali estuvo obsesionado por hallar certidumbres. Tanto es así que en 1094 sufrió una crisis de ansiedad al darse cuenta de que no podían hallarse. Él mismo nos cuenta que no podía tragar ni moverse. Después de esta crisis Al-Ghazzali escribirá su Liberación del error en el que afirma que ha sido arrastrado hasta la incredulidad por culpa de las pretensiones racionalistas de las demostraciones teológicas.

Afirmará también que las matemáticas son peligrosas porque la precisión y claridad de sus demostraciones pueden hacer que los filósofos deseen la misma claridad y precisión para la filosofía, lo que resulta imposible. Su ataque contra la filosofía y la búsqueda de la verdad a través de la filosofía fue enormemente influyente.

El racionalista Averroes (1116-1198) intentó refutar La incoherencia de los filósofos con un libro intitulado La incoherenca de la incoherencia de los filósofos. Como Borges diría, en el inicio de esta polémica ya se intuye el infinito.

Poco después aparecieron los zindiq. Librepensadores influidos por la cultura griega cuyo nombre pasó a ser sinónimo de "duda" y "herejía". Fueron muy perseguidos. En efecto, Dijad ibn Dirham fue ejecutado por ser "dudador" en 742, Ibn al-Muqaffa en 760 y Inb Abi-l-awja en 772. Los zindiq eran tanto poetas como filósofos. Dos de los poetas más importantes fueron al-Tauhidi, del que apenas conservamos nada pero del sabemos que fue de los más intensos herejes, y al-Ma´arri (973-1057), cuyos elogios poéticos a la duda eran tan famosos como prohibidos.

Sus críticas contenían ecos de Jenófanes, quien afirmaba que la gente creía en aquellas cosas a las que había sido educado para creer:


El joven se educa en la creencia
en la cual el padre fue, a su vez, educado.
La única razón de su crencia
es que su familia lo haya educado en ella.

Cuando Al-Ma´arri visitó las piedras sagradas de la Meca dijo que lo que vio no eran más que simples piedras que en otros siglos fueron pateadas. En otra ocasión dirá que los creyentes "recitan sus libros sagrados aunque la realidad me informa de que, de comienzo a fin, no son más que una ficción." Creía, además, que sólo el castigo físico pudo hacer, en un principio, que los hombres aceptaran la religión. Al-Ma´arri fue también defensor del relativismo: "Todas las razas creen mentiras. ¿Hay alguna raza que alguna vez haya poseído enteramente la Verdad?"

Entre los zindiq también se hallaban filósofos como Ibn al-Rawandi (s. IX d.C.). Su maestro fue Al-Warraq, que tildaba a dios de idiota por haber ordenado al hombre hacer cosas de las que no lo había hecho capaz de hacer. Al-Rawandi escribió un gran número de obras filosóficas y eruditas pero también escribió obras heréticas. Es famoso su Libro de la esmeralda en el que explica los problemas existentes para reconocer al verdadero profeta. En él dice que los profetas engañaron conscientemente a los hombres y afirma que la belleza del Corán no puede ser un argumento de su validez como profecía porque quizás otras culturas no lo ven tan hermoso como el mundo árabe.

Con los años el escepticismo de Al-Rawandi se fue radicalizando y escribió Contra el Corán y De la futilidad de la sabiduría divina. Era famoso por escribir obras que refutasen sus propios obras. Se dice que escribió el libro Al-Basira, que refutaba el Islam, para los judíos de Samarra quienes, a cambio, le pagaron 400 dinares y que una vez cobró dijo que escribiría una refutación del Al-Basira si no le volvían a pagar, cosa que aquéllos hicieron.

Otra figura importante del librepensamiento musulmán fue el poeta Abu Nuwas. Se dice que un día, cuando en la mezquita el imán empezó a leer el primer verso de la sura 109, que dice "Oh, vosotros, incrédulos...", él gritó "¡Presente!" En otra ocasión, al acercársele unos fanáticos que pensaban que él era un hereje maniqueo y exigirle que escupiese sobre un retrato de Manes, él se metió los dedos en la garganta y vomitó encima del retrato.

Aunque casi todas las obras de estos autores fueron quemadas su importancia histórica fue enorme y debería hacernos replantear algunas de las premisas orientalistas que condicionan a veces nuestro pensamiento. Un libro que junto al de Hecht puede ayudarnos a llenar este vacío es Freethinkers of Medieval Islam de Sarah Stroumsa.

 

 

IX.-

Durante el Renacimiento varias tradiciones de duda entraron en contacto dando lugar a una verdadera revolución escéptica y libreensadora. Pero como este episodio ha sido bien estudiado por Richard H. Popkins en su Historia del escepticismo así como por Stephen Toulmin en Cosmopolis quizás sea más interesante pasar a otros aspectos menos conocidos de los que el libro de Hecht nos da noticia.

Noel Journet escribirá en el siglo XVI dos manuscritos mostrando las inconsistencias existentes en la Biblia y concluyendo que no es más que una fábula: "¿Cómo Moises pudo escribir el Deuteronomio si en él se habla de la muerte de Moisés?" En 1582 la Inquisición lo quemó junto a sus libros. No tenemos copia de ellos y todo lo que sabemos de él viene de los documentos del proceso y de las irritadas refutaciones de aquellos contemporáneos que lo llevaron a la pira.

Ciertamente, lo único que podemos agradecerle a los procesos inquisitoriales es el haber tomado buena nota no sólo de los pensamientos de grandes pensadores como Galileo o Bruno sino también de los de la gente del pueblo. Este hecho es importante porque muchos de los herejes procesados no eran, como tratan de hacernos creer, locos, brujas y violadores esperpénticos, sino gente con un gran sentido común que reivindicaba su derecho a pensar por cuenta propia.

Parece que Kant tenía razón cuando decía en ¿Qué es la Ilustración? que, aunque pocos, en toda época y lugar ha habido, hay y habrá hombres que se atreven a pensar. "En todo lugar" implica también en toda clase social, raza o género. Por eso es tan importante ver cómo en pleno antiguo régimen surgieron del "vulgo" verdaderos activistas del librepensamiento.

Recordemos, por ejemplo, a aquella mujer de Montaillou a la que se le preguntó dónde había aprendido a dudar del infierno y de la resurrección y respondió que "en ninguna parte, que ella sola lo había pensado"; a Gabriele di Salo, de Bolonia, quien fue procesado en 1497 por afirmar que los milagos eran fenómenos naturales; a Matteo de Vincenti, un carpinterio de Venecia condenado en 1573 porque en la misa del domingo de Ramos del año anterior había salido de la Iglesia en la mitad del sermón diciendo que "todo esto no son más que cuentos, preferiría creer que tengo dinero en mi bolsillo"; a Geoffroy Vallée, ejecutado en 1574 por negar la existencia de Dios y afirmar que la gente "repite como loros lo que se les enseña en la cuna"; a Commodo Canuove, de Vicenza, quien fue denunciado en 1574 por haber dicho que "nunca había visto a un hombre muerto que haya regresado del otro mundo para hablarle del paraíso, del purgatorio o del infierno"; a un albañil llamado Pietro, quemado en 1579 por negar la existencia de Dios; y al médico Pietro Sigos, ejecutado en 1575 por decir que las imágenes no pueden producir milagros y que "éstos son una invención de los curas para sacarle dinero a la gente".

Aquél al que le interese el tema puede leer El queso y los gusanos, del historiador Carlo Ginzburg, donde se reconstruye la historia de un campesino conocido como Menocchio al que se lo procesó en 1584 por "discutir por discutir" acerca de la fe con todo el mundo, "incluso con el cura" y que afirmó en sus declaraciones que creía que la Iglesia era un negocio y que la tierra "en un principio fue caos, esto es, tierra, aire, agua y fuego mezclados y que de esa masa se formó la tierra, como el queso se hace de la leche, y que en ella aparecieron gusanos." Cuando se le preguntó de dónde había sacado esas ideas él respondió que "de su propia cabeza".

Dejando a un lado la intrahistoria de la duda recordemos cómo en una cena con Enrique III el Cardenal du Perron expuso numerosas pruebas de la existencia de Dios. Cuando el rey acabó de elogiarlo el Cardenal le contestó: "Señor, hoy he probado con razones fuertes y evidentes que hay un Dios. Mañana, si le place a Su Majestad, le mostraré con pruebas tan fuertes y evidentes que no hay Dios alguno".

Este atrevimiento sólo puede ser comprendido a la luz de la influencia ejercida por los Ensayos de Montaigne así como por sus discípulos, los famosos libertinos eruditos, entre los cuales se cuentan a Francois de La Monthe le Vayer, Gabriel Naudé, Guy Patin e Isaac la Peyrère, quienes gustaban de realizar débauches pirroniques, esto es, "banquetes escépticos" que no consistían, como pensaban muchos, en orgías desenfrenadas, sino más bien en conversaciones secretas en las que gozaban de la total libertad de pensamiento y expresión.

 

X.-

Ya dijimos que Descartes trató de acabar con esa "epidemia escéptica", tal y como él la llamó, al afirmar que hay algo que podemos saber indubitablemente: que existimos puesto que pensamos.

Dejando a un lado que Descartes fracasó en su intento resultando ser un escéptico malgré lui, lo cierto es que su obsesión por hallar una filosofía sistemática, universal, atemporal y fundada en certidumbres se impuso como quehacer filosófico hegemónico.

Pese al intento racionalista de erradicar el escepticismo y el librepensamiento, dicha corriente filosófica siguió viva criticando, problematizando, pensando a la contra ya no sólo del dogmatismo religioso sino ahora también del filosófico.

Aunque durante el siglo XVI el escepticismo había sido utilizado por la Contrarreforma para luchar contra los argumentos protestantes -de ahí la tolerancia respecto a ciertas opiniones de Erasmo, Montaigne o Charron - en esta época el escepticismo empezará a convertirse en el caballo de batalla del anticlericalismo y el ateísmo.

Isaac la Peyrère fue el primero en aplicar las estrategias escépticas a la realización de una lectura crítica de la Biblia. Spinoza, siguiendo a Isaac la Peyrère, halló una enorme cantidad de imposibilidades lógicas "c oncluyendo que las masas afilosóficas necesitaban las Escrituras pero que la verdad era, en verdad, más sutil."

Asimismo, e n 1650 se publica anónimamente uno de los libros más leídos del siglo XVII, el T heophrastus Redivivus, un compendio de viejos argumentos escépticos contra las religiones y la existencia de Dios. Por el tono sabemos que el autor (anónimo) conocía a otros ateos junto con los cuales se sentía formar parte de una comunidad especial.

A principios del XVIII empezará a circular en manuscritos la obra Los tres impostores, un compendio popular de argumentos escépticos en contra de la autenticidad de profetas como Moisés, Jesús y Mahoma. Se lo considera el primer vademecum del librepensamiento.

La tradición inglesa será uno de los más importantes bastiones del escepticismo humanístico. John Florio tradujo los ensayos de Montaigne al inglés y está demostrado que ejercieron una influencia fundamental en la obra de Shakespeare y en la de muchos otros escritores ingleses de la época; Edward Herbert of Cherbury (1583-1648) publicará en 1624 La verdad, libro en el que presenta al público inglés el problema del escepticismo y sus pretendidas refutaciones; y Hobbes se burlará, en su Leviatán, de los "quiméricos miedos a los poderes invisibles" que dieron lugar a la religión y aplicará a la lectura de la Biblia las estrategias escépticas.

John Toland, al que Jonathan Swift llamó "el gran Oráculo de los anticristianos", puede ser considerado como uno de los primeros librepensadores de la tradición inglesa. Lo cierto es que John Locke acuñó el término "freethinker" para referirse a él y añadirá que librepensamiento y escepticismo son indisociables. Cabe añadir que dicha tradición inglesa llegará hasta el siglo XX en las figuras de autores como Edward Gibbon, Thomas de Quincey, Bernard Shaw, Robert Louis Stevenson, Jeremy Bentham, Stuart Mill, William James, George Orwell, Bertrand Russell y Jorge Luis Borges, quien se consideraba "un escritor inglés en lengua española".

Pierre Bayle (1647-1796) nació en una Francia en la que la tolerancia religiosa estaba garantizada por el Edicto de Nantes. Sin embargo, cuando Luis XIV intentó volver a hacer del hexágono un país exclusivamente católico, Bayle se exilió a Rotterdam donde escribiría unos Pensamientos misceláneos sobre el cometa de 1680. En dichos pensamientos Bayle a firmaba que el cometa era un fenómeno natural que no presagiaba un desastre y en los últimos capítulos trató de demostrar que el ateísmo no nos lleva necesariamente a la corrupción moral.

Sin embargo su obra más importante fue el Diccionario histórico y crítico (1695-1697), que llegó a ser el libro más leído de su época y al que se lo conoció, como dijimos antes, como "el arsenal de la Ilustración". El Diccionario tenía tres mil entradas, las notas a pie de página se extienden durante 20 o 30 páginas formando verdaderos ensayos paralelos con nuevas y nuevamente largas notas a pie de página. Con él ayudó a formar una tradición escéptica y librepensadora. Se dice que Bayle no se describía a sí mismo como escéptico pero que su afirmación "yo sé demasiado para ser escéptico, y sé demasiado poco para ser dogmático", debe ser tomada más como muestra de radicalismo escéptico que de dogmatismo.

En su Diccionario filosófico, Voltaire (1694-1778) afirma numerosas veces que la razón y los sentidos nos engañan, que todo parece ser relativo y que los límites de nuestro conocimiento son más estrechos de lo que muchos piensan. En efecto, según Voltaire "el hombre no puede tener más que un determinado número de dientes, de cabellos y de ideas." Cabe destacar también su actuación como librepensador y escritor comprometido no sólo en el Callas affaire sino también en los procesos de Sirven y La Barre.

La Enciclopedia, proyectada por Denis Diderot (1713-1784) y Jean d´Alembert (1717-1783), no buscaba sólo recopilar el conocimiento humano sino también provocar un choque relativista y escéptico al poner al alcance de todo el mundo costumbres, doctrinas y pensamientos radicalmente diferentes a los que hasta ahora se habían considerado "normales", "racionales" o "naturales".

Otro ilustrado escéptico será David Hume (1711-1776) quien en su Enquiry into Human Understanding (1748) no sólo actualizará y reforzará dicho sistema filosófico sino que le dedicará toda una parte al estudio y análisis de dicha tradición. Sus Dialogues Concerning Human Religion (1779) se inspiran en el Natura deorum de Cicerón del que ya hablamos más arriba. En ellos se preguntará "¿qué peculiar privilegio tiene esta pequeña agitación del cerebro que llamamos pensamiento como para que la convirtamos en el modelo de todo el universo?"

En su Sistema natural, el Baron d´Holbach (1723-1789) nos aconseja que abandonemos nuestras quimeras sobrenaturales y nos preocupemos solamente por aprender el arte de vivir felices. A lo que añade que "si hemos de tener quimeras, que las tengamos, pero que permitamos a nuestros hermanos de tener las suyas y no les cortemos la cabeza por no emocionarse con las mismas con las que nos emocionamos nosotros."

Moses Mendelssohn (1729-1786) leyó a los trece años la Guía de perplejos de Maimónides y quedó marcado para siempre. En su madurez intentó realizar, en Jerusalem (1783), la historia del pueblo judío desde una perspectiva ilustrada. En su dedicatoria exclamará: "¡Lector! No importa a qué iglesia, sinagoga o mezquita pertenezcas, ¡mira si no hallas más verdadera religión entre el conjunto de los excomulgados que entre el los que los excomulgaron!"

Contra la idea eurocéntrica de que el pensamiento ilustrado es exclusivamente europeo Jennifer Michael Hecht nos ofrece todo un recorrido por el pensamiento ilustrado norteamericano de Benjamin Franklin, Thomas Paine, Thomas Jefferson y John Adams. Este estudio puede completarse con la lectura del ya citado libro Freethinkers de Susan Jacoby y con The Enlightenment de Dorinda Outram.

En el siglo XIX el escepticismo de origen oriental entrará con todas sus fuerzas en Europa. Arthur Schopenhauer (1788-1860) tenía sobre su mesa el busto de Kant y el de Buda y coincidía con ambos en la idea de que el tiempo, el espacio la inferencia y la causalidad son proyecciones de la mente. Además de El mundo como voluntad y representación escribirá un Diálogo sobre la religión, inspirado en los diálogos de Hume y Cicerón, en el que afirmará que los absurdos a los que se enfrenta toda teodicea son fácilmente resueltos negando la mayor, es decir, afirmando que Dios no existe. Según Schopenhauer, sólo Lucrecio y Bayle advirtieron esto.

El siglo XIX se ve poblado de campañas secularizadoras, de debates acerca de la separación de la Iglesia y el Estado, la esclavitud, el feminismo, el darwinismo, el nihilismo, la existencia del alma, etc. La ciencia empieza a enfrentarse seriamente a la Iglesia. Recordemos, por ejemplo, cómo Durkheim, padre de la sociología, afirmaba que no podíamos conocer la realidad tal cual es y que la sociedad no es más que "un sueño compartido de categorías y sentidos."

También los literatos se vieron influidos por la causa del librepensamiento. Percy Bysshe Shelley (1792-1822) escribirá La necesidad del ateísmo, ensayo profundamente escéptico que luego expandirá en su poema Queen Mab. En él repetirá las preguntas que d´Holbach se hacía al pensar en Dios:

Si es razonable ¿cómo puede enfadarse con el ciego al que le ha dado la libertad de ser irracional? Si es inmutable, ¿con qué derecho pretendemos hacerle cambiar en sus decretos? Si es inconcebible, ¿por qué nos ocupamos con él? Si ha hablado ¿por qué el universo no está convencido?

Por su parte, John Keats (1795-1821) elogiará, en una de las cartas que le escribió a su hermano, la capacidad de ambigüedad o negative capability, necesaria, según él, para todo tipo de grandeza artística, y omnipresente en la obra de Shakespeare. Según él dicha capacidad reside en el escritor "capaz de permanecer en incertidumbres, misterios, dudas, sin la irritada necesidad de hallar una explicación."

George Eliot centrará sus novelas Adam Bede (1859) y Middlemarch (1871) en los fallos de percepción y expectación así como en la incertidumbre que rodea las relaciones con el mundo y las demás personas. Asimismo, Emily Dickinson (1830-1886) confesará buscar en sus obras la ambigüedad, la duda, la incertidumbre y la autoironía.

Gustave Flaubert se mostrará muy influido por el escepticismo al escribir su Estupidario de los filósofos o su Diccionario de ideas recibidas. Incluso la última escena de Madame Bovary nos muestra a un monsieur Homais que discute acerca del positivismo con el cura del pueblo a los pies del lecho de una fallecida Madame Bovary. Para Flaubert ninguno de los dos sabe atender a los misterios de la vida y de la muerte por culpa de ese seudoconocimiento filosófico y científico.

El escepticismo parcial o total de todos estos pensadores fue desmontando la torre de Babel racionalista cuya primera piedra había puesto Descartes con su Discurso del método. Según Toulmin hacia 1914 "en Europa occidental, la humanidad estaba lista para una emancipación cultural y social." Dicha emancipación consistía en una recuperación de los mejores valores del escepticismo humanista, sin que ello supusiese una pérdida de los aspectos positivos del pensamiento ilustrado y moderno.

Sin embargo, las dos guerras mundiales hicieron que se postergase hasta la década de los sesenta este intento por regresar a los valores del humanismo clásico y renacentista: la tolerancia de la diversidad, la ambigüedad y la incertidumbre. De este modo, en vez de explotar las posibilidades ofrecidas por la demolición de la cosmovisión "moderna", muchos prefirieron volver a apostar por el racionalismo filosófico.

Evitemos, sin embargo, centrarnos exclusivamente en "Occidente". La duda musulmana reingresa en la historia con las traducciones de Al-Ma´arri (973-1057) realizadas por Reynold Alleyne Nicholson.

En 1995 Salman Rushdie afirmará que perdió la fe a los quince años y que para probar su incipiente ateísmo "compré un bocadillo de jamón, más bien soso, y por primer vez comí la prohibida carne del puerco... pero ningún rayo me cayó encima". El protagonista de sus Versos satánicos es un inmigrante desorientado en un mundo en el que a los antiguos dogmas se ha sumado el del nacionalismo. Las sucesivas transmigraciones del protagonista nos recuerdan al Asno de oro de Apuleyo, obra cosmopolita por excelencia. Si se quieren detalles acerca de la "fatwa" que el Ayatollah Jomeini lanzó contra él en 1989 puede consultarse 100 banned books de Karolides, Bald y Sova.

En 1992 Taslima Nasrin, conocida como "la Salman Rushdie", recibirá también una "fatwa" por "blasfemia y conspiración contra el Islam, el Santo Korán y su profeta". Nasrin y Rushdie protestarán en diversas ocasiones contra el respeto "multiculturalista" que "Occidente" muestra hacia sus culturas y afirman que, como Protágoras, Bruno o Galileo, son víctimas de una persecución religiosa.

Según Nasrin intentando evitar el viejo crímen de imperialismo cultural el intelectual occidental perpreta ahora el nuevo crimen de no exigirle a todos los países el estándar ilustrado de los derechos humanos.

Un seudónimo importante es Ibn al-Rawandi, que toma el nombre del gran dudador medieval musulmán del que arriba hablamos, autor de Islamic Mysticism: A Secuular Perspective (2000), prohibido en numerosos países islámicos.

Otro seudónimo fundamental es el de Ibn Warraq, que toma el nombre del otro gran dudador medieval musulman, autor de ¿Por qué no soy musulmán? (1995), inspirado en el polémico ¿Por qué no soy cristiano? de Bertrand Russell. Dice el autor que con su libro trata de "echar una gota de duda en el océano de certidumbre dogmática al lanzar una mirada libre y crítica sobre la mayoría de las cuestiones fundamentales del Islam".

Como Rushdie y Nasrin acusa al multiculturalismo de haber abandonado a su suerte a los librepensadores orientales cuando "los textos de Hume contra los milagros son igualmente válidos para el contexto islámico." En su obra citará a Jenófanes, Montaigne, Galileo, Spinoza, La Peyrère, Hobbes, Gibbon, Bayle, Voltaire, Kant, Schopenhauer, Paine, Carlyle, Averroes, Avicena, Al-Ma´arri, Ibn Warraq, Al-Rawandi y a muchos otros de los aquí reseñados.

Ibn Warraq hablará, asimismo, de la decepción que le causó ver que sus amigos musulmanes leían con fruición el Por qué no soy cristiano de Bertrand Russell pero no se daban cuenta de que "sus argumentos son válidos, mutatis mutandis, para el Islam" y aconseja a sus lectores leer la filosofía occidental cambiando la palabra "Dios" por la palabra "Allah" y que cuando lleguen a Nietzsche lean "Allah ha muerto". Siguiendo esta ola secularista Ramendra Nath escribirá ¿Por qué no soy Hindú?, libro que presenta actitudes y argumentos similares a sus antecesores.

XI.-

Dice la autora que "la única cosa que los librepensadores necesitan, y que ya tienen los creyentes, es la sensación de que hay gente como ellos en el mundo, de que forman parte de una gran historia." Su libro nos la ofrece y con ello nos recuerda que no estamos solos en medio de la actual epidemia el dogmatismo religioso, político y nacional.

Existe y existió una comunidad de incrédulos, herejes, tibios, heterodoxos y librepensadores que no lucha por defender sus creencias sino su derecho a pensar y expresarse libremente, que son los pilares básicos de la ilustración y la democracia.

A dicha comunidad, que podemos llamar Antípolis por ser un lugar en el que se piensa a la contra, ingresan todos los que son expulsados por haber disentido de sus respectivos dogmatismos religiosos, ideológicos o nacionales. Este espacio extramuros es un lugar privilegiado desde el cual podemos, como Cándido, ver pasar los barcos o, como Amin Maalouf, intentar entendernos de nuevo.

Doubt, a history





Hecht, Jennifer Michael,
Doubt, a history,

HarperSan Francisco,
New York, 2003


1

 

 
         
         
         
         
         
        © Bernat Castany Prado Datos sobre el autor  
                  inicio de la página