Sumario 24

 

 

Juan Diego
Incardona

 

 

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Ensayo sobre
Bartleby, el escribiente

(1856)
de Herman Melville

 

 

 

 

 

 

Bartleby,
el oxímoron

 




UNA HIPÉRBOLE IMPLOSIVA, término que presento sin ocultar su evidente contradicción, pues, por una parte, la hipérbole se entiende como exageración, como el movimiento que consiste en la violencia in crescendo, vertiginosa, expansiva, del discurso narrativo o la temática abordada en el evento textual, se entiende, en fin, como una suerte de explosión y, por otra parte, la implosión, que define la disminución del tamaño, que consiste en una ruptura hacia adentro que no crece ni se expande, que, por el contrario, cede lugar al otro en proporción directa y simultánea al lugar propio que pierde.

Aquí, hipérbole implosiva quiere ser, más que una contradicción, un oxímoron, que también significa contradicción, pero contradicción simultánea, en tensión.

Bartleby, el escribiente es el desarrollo inacabado, eterno, hiperbolizado y explosivo, de una implosión, la implosión del sujeto Bartleby, el amanuense. Esta "explosión de la implosión" que Melville ha plasmado en el cuento efectivamente prefigura a Kafka y, en mi opinión, no solamente en lo que concierne a la definición de un género, como señala Borges, que se compone de "las fantasías de la conducta y del sentimiento o, como ahora malamente se dice, psicológicas"[1], sino también en cuanto a la obsesión y el mecanismo del "regresus in infinitum" que también observa Borges, pero en Mardi, novela que publica Melville en 1849, y no en Bartleby, el escribiente. A diferencia de Borges, creo que también este cuento, como Mardi, anticipa de alguna manera las narraciones de El castillo, de El proceso y de América y sobre todo de La metamorfosis. Tal anticipación consiste en el proceso infinito e hiperbolizado de la implosión de Bartleby, ruptura hacia adentro que reduce su yo interminablemente en un achicamiento de la "humanidad" del individuo en pos del reducimiento del volumen de dolor y que, como en Kafka, se lleva a cabo a través de un devenir (léase América o La metamorfosis) que jamás encuentra su punto de fuga, ni siquiera con la muerte o el fin de la lectura.

La "hipérbole implosiva" o la "explosión de la implosión" que se lleva a cabo en Bartleby, el escribiente conjuga, en su tensión de oxímoron, en su confluencia, dos figuras a priori antagónicas: el aumento y la reducción.

EL AUMENTO, acrecentamiento o extensión de algo, es el resultado inevitable del "regresus in infinitum", procedimiento que Borges explicó que hacía Kafka de alguna forma con la literatura y que, desde mi perspectiva, también opera en este cuento. El "regresus in infinitum", derivado de las paradojas que Zenón de Elea enseñaba en Grecia, consiste en una postergación infinita en las distancias tanto temporales como espaciales por el fraccionamiento interminable: la mitad de la mitad de la mitad de la mitad... Semejante fraccionamiento resulta en un aumento proporcional de la cantidad de mojones que el individuo debe atravesar en su viaje antes de llegar a la meta. Como la cantidad de mojones es infinita, el viaje también lo es y la meta se convierte en una utopía inalcanzable.

LA REDUCCIÓN, acción y efecto de reducir o reducirse, que también es, en su definición fenomenológica, la operación que consiste en eliminar de una vivencia y de su objeto toda toma de posición acerca de su realidad, así como de la existencia del sujeto [2], es el resultado dinámico de la actitud implosiva de Bartleby [3].

Alguien podrá cuestionar aquí que Bartleby sí toma posición acerca de su realidad con su "preferiría no hacerlo" y que, en todo caso, la eliminación de esa posición se efectúa recién en los tramos finales del cuento cuando Bartleby ya no habla y se ha convertido en una especie de mueble catatónico. Sin embargo, es mi intención sostener que el alejamiento de la realidad (que hasta el momento configuraba su realidad) que Bartleby realiza para lanzarse al propio abismo interior y, en consecuencia, a una nueva realidad, a otra realidad, ya se está produciendo en su lacónico preferiría no hacerlo. Porque, ¿qué es exactamente lo que Bartleby prefiere no hacer? ¿Acaso se trata de no examinar copias? ¿Se trata simplemente de no hacer o decir determinadas cosas por simple derecho de libre albedrío? Suponer el libre albedrío de Bartleby implica dar a preferir no el estatuto de una negación y, por lo tanto, de una elección voluntaria del sujeto en cuanto a las acciones que podría o no realizar en su contexto. Pero esto no es así, puesto que elegir supone la presunción, la presunción de que algo, ya sea un acontecimiento, ya un objeto, ya una persona, es más o menos favorable que lo otro. La elección implica una previa presunción de futuro, el futuro que deparará al individuo el resultado de su decisión. Sin embargo, no parece éste el significado que el texto da a la palabra preferir:

"Era hombre de preferencias, no de presunciones"[4]

Es decir, preferir no implica ni significa presunción alguna y, en consecuencia, no implica ni significa elegir. De esto se desprende que "preferir no" tampoco establece en el texto una negación de parte de Bartleby. Gilles Deleuze señala:

"...la fórmula, I prefer not to, no es una afirmación ni una negación. Bartleby no rehusa, pero tampoco acepta, avanza y retrocede en este avance..." [5]

Podría igualmente cuestionarse "la eliminación de toda toma de posición acerca de su realidad" que implica mi concepto de reducción aplicado a la implosión de Bartleby, ya no en cuanto a una elección derivada de un probable sentido de negación de "preferiría no" que acabo de refutar apoyándome en las afirmaciones de Deleuze, sino en lo concerniente al acto de habla en sí de Bartleby que, a priori, podría significar una toma de posición frente a una situación social en la que estaría incluido por la simple razón de decidirse a hacer uso del lenguaje, base de las relaciones y la comunicación entre las personas. Deleuze refuta también esta posibilidad al poner en evidencia la agramaticalidad de la fórmula:

"La fórmula desarticula cualquier acto de habla, al tiempo que convierte a Bartleby en un ser excluido puro al que ninguna situación social puede serle ya atribuida (...) Como destaca Mathieu Lindon, la 'fórmula' desconecta las palabras y las cosas, las palabras y las acciones, pero también los actos y las palabras: separa el lenguaje de cualquier referencia, siguiendo la voluntad de absoluto de Bartleby, ser un hombre sin referencias, el que surge y desaparece, sin referencia a sí mismo ni a otra cosa. Debido a ello, pese a su apariencia correcta, la fórmula funciona como una auténtica agramaticalidad". [6]

Así pues, la pregunta nuevamente es ¿qué es exactamente lo que Bartleby prefiere no hacer?

Preferiría no dar esa respuesta, sin embargo responderé otra pregunta: ¿Qué es exactamente lo que Bartleby prefiere hacer?

Daré mi respuesta: Bartleby, el oxímoron, prefiere tocar el infinito.

Y entiéndase como infinito el término que la geometría proyectiva designa como punto de contacto de las paralelas. Hacia ese lugar se dirige Bartleby. Pero el infinito de la geometría proyectiva sólo es posible en la observación, jamás puede alcanzarse. Se trata de un lugar a mirar pero no a tocar. Bartleby anhela ese lugar de confluencia entre la vida y la muerte, punto de reunión de la existencia y la no-existencia, que consiste, en otras palabras, en un nuevo oxímoron: la existencia sin dolor [7], y se dirige velozmente hacia allí, está deviniendo a-ese-lugar, lo está mirando, pero indefectiblemente, por regresus in infinitum, su viaje será eterno, será su infierno, la ruta de su tribulación y su angustia, de su inacabado escape al final del arco iris donde lo espera la olla repleta de bizcochos de jengibre que jamás podrá alcanzar.

De este modo, la implosión de Bartleby jamás logra la total destrucción del yo ni acaba con su dolor, se trata de una implosión que paradójicamente explota en infinitas esquirlas-mojones que el viajero-suicida deberá atravesar antes de llegar a su meta. "Oh Bartleby! ¡Oh Humanidad!"

José Pablo Feinmann afirma: "Bartleby es un relato sobre la ausencia de sentido"[8]. En mi opinión, nada más alejado del texto. Afirmo, en cambio, "Bartleby es un relato sobre el sentido de la ausencia". Porque es la ausencia de algo la que rige el avance, el movimiento, y, por lo tanto, la que imprime un fuerte sentido al relato. Ese algo es el dolor y es justamente la ausencia de ese dolor, que se encuentra en el infinito y que Bartleby persigue y que se convierte en una presencia tan fuerte, el sentido motor de todo este "viaje" o "devenir"[9]. La ausencia de dolor implica también una ausencia de la existencia considerada en términos convencionales. La nueva existencia, que Bartleby observa pero que jamás podrá alcanzar, se encuentra efectivamente en el infinito, unión de las paralelas, ying-yang, oxímoron donde confluyen la vida y la muerte, tercer elemento que reúne en su síntesis la tesis y la antítesis, que hace posible, en fin, la existencia sin dolor. De este modo, la existencia "actual" de Bartleby está sujeta al viaje que está realizando. Este viaje es una transformación, una metamorfosis, un devenir a-la-nueva-existencia, un devenir al-infinito.

Un nuevo y probable cuestionamiento sobre mi análisis: Alguien podría poner en tela de juicio que Bartleby busque una existencia sin dolor y no simplemente una no-existencia, donde tampoco hay dolor. La respuesta está en la actitud de Bartleby, que prefiere el devenir, la transformación. Si Bartleby hubiera preferido la muerte, la no-existencia, donde tampoco hay dolor, simplemente se hubiera suicidado de alguna manera tradicional, se hubiera pegado un tiro. Pero no, Bartleby no busca la muerte o la no-existencia, Bartleby, por el contrario, se aferra desesperadamente a la vida y busca en ella misma la salida a través de su transformación. Bartleby no busca una salida de la vida, Bartleby busca una salida del dolor. Por eso se dirige al infinito. Lo que busca Bartleby es la eliminación de su "humanidad", de su yo-humano para lograr así pasar a otro estado donde perdurar sin dolor. De esta manera, Bartleby no está considerado como el ateo, sino como el rebelde, pues es evidente que mi análisis presupone de manera implícita en el texto la existencia de Dios al dotar a Bartleby de "humanidad". No creo que la existencia de Bartleby esté configurada de manera sartreana donde no hay naturaleza humana porque no existe ningún Dios que la haya concebido en su esencia. Creo, por el contrario, que el dolor de Bartleby es el dolor de su naturaleza humana ("¡Oh Bartleby! ¡Oh Humanidad!") y, en consecuencia, el dolor que le ha sido asignado en su esencia por Dios. Bartleby no repite, como observa Feinmann, la sentencia nietzcheana ¡Dios ha muerto!, no, porque Bartleby, el rebelde, no niega a Dios, pues al tratar de escapar de Él lo reafirma, lo supone. Bartleby, el rebelde, como Jonás, quiere huir de Dios, huir del dolor, pero Éste lo devorará como el pez, lo lanzará al vientre de los infiernos cuyo descenso es infinito, donde la existencia sin dolor, la existencia sin "humanidad", la existencia sin Dios, es el final del viaje que jamás, jamás, jamás, podrá alcanzar. Bartleby, el castigado, sólo puede ver la utopía, pero jamás comulgará con ella. ("¡Oh Bartleby! ¡Oh Humanidad!")

Si tenemos en cuenta que cuanto más volumen tiene el sujeto víctima, mayor es el volumen de dolor que surge del padecimiento de la agresión, entonces podremos comprender por qué el devenir de Bartleby consiste en una transformación que busca el reducimiento de su "humanidad". En otras palabras, cuanto más humano sea Bartleby, mayor dolor experimentará.

Dos procedimientos utiliza Melville para llevar a cabo la representación de este reducimiento de la "humanidad" de Bartleby, de esta implosión o ruptura hacia adentro de su yo-humano:

El primer procedimiento es la progresiva pérdida del habla, su camino hacia el "silencio", que pasa por la repetitiva y agramatical fórmula "preferiría no hacerlo" hasta llegar al hombre callado que perdura inmutable en la cárcel.

"¿Está buscando al hombre callado? —Dijo otro guardián, cruzándose conmigo—." [10]

Todas las oraciones que Bartleby podría haber pronunciado como respuestas a las innumerables preguntas que se le han hecho a lo largo del relato conforman verdaderos pedazos de su existencia textual que han sido eliminados. Esa existencia eliminada consiste de palabras que, por un lado, eran la voz del hombre, del ser humano incluido en un mundo social, y por otro lado, eran el cuerpo o la parte material en el papel, es decir, la cantidad física de escritura que el personaje Bartleby podría haber ocupado a lo largo del cuento. Pero todo Bartleby se está reduciendo, quizá en un momento ya no podamos verlo o lo confundamos con la parte blanca de la hoja, pero allí está, en su inframundo infernal donde la distancia crece proporcionalmente (por regresus in infinitum) al viaje que está realizando, el viaje implosivo-explosivo.

El segundo procedimiento que representa la pérdida de "humanidad" del sujeto es la cosificación de Bartleby. Si en La metamorfosis, Gregor Samsa ha devenido en un enorme insecto, aquí Bartleby, anticipándose, está deviniendo en un objeto:

"Sí, Bartleby, quédate ahí, detrás del biombo, pensé; no te perseguiré más; eres inofensivo y silencioso como una de esas viejas sillas" [11]

Tanto la cosificación que utiliza Melville como la animalización que utiliza Kafka son procedimientos deformadores que no sólo producen efecto en la representación de los personajes Bartleby o Gregor Samsa, sino también sobre toda una cosmovisión, donde la realidad está sujeta a otra cosa, esta otra cosa podríamos definirla como angustia y dolor. La realidad produce angustia y esa angustia produce una realidad, otra realidad. En esta otra realidad "viaja" Bartleby en busca de su infinito. Esta otra realidad es el espacio de la frontera intermedia donde está condenado, la frontera entre el punto de partida, la realidad que implica su naturaleza humana, y el punto a llegar, la meta inalcanzable, el infinito compuesto por la existencia sin dolor, sin "humanidad". De este modo, podemos pensar que Bartleby, el rebelde, quiere ser Dios, quiere usurparlo. Huye de Él para ser Él.

Pues mientras haya "humanidad" en Bartleby, habrá Dios en él, habrá dolor, estará subordinado a su esencia, la esencia que la mente de Dios ha concebido prefigurando su existencia humana antes de crearlo [12].

"Soy lo que soy" dijo Dios a Moisés [13]. ¡Bartleby!, mientras haya "humanidad" en ti, sólo podrás decir "soy lo que no soy". Por lo tanto, para ser lo que eres deberás quitarte a Dios de encima, sólo así serás tú mismo, serás en tanto no tengas "naturaleza humana", serás por fin, Bartleby, quien ahora se convierta en Dios, en la existencia sin dolor. "To be or not to be: That's the question."

La "naturaleza humana" de Bartleby es su dolor, su angustia, Bartleby es "el más triste de los hombres". Así pues, Bartleby busca una salida al dolor y no repite de ninguna manera, como afirma Feinmann, una y otra vez ¡Dios ha muerto!, sino todo lo contrario, Bartleby repite una y otra vez ¡Dios está vivo! Dios está en mí, Dios me duele.

Entonces Bartleby hace implosión.

Pero el castigo divino no se hace esperar, la implosión paradójicamente explota (por regresus in infinitum) y el evento jamás, como en Kafka, se consuma. Ni siquiera con la muerte. La muerte aquí es sólo una segmentación para el observador, para el narrador y también para el lector, pero no configura un cambio subjetivo. La dirección de la línea donde Bartleby "viaja", "deviene", sigue proyectándose de la misma manera. En otras palabras, la muerte no quiebra ni cambia el sentido de la línea, y tampoco se convierte en el anhelado punto de fuga, pues éste ha sido proyectado más allá de la muerte y del fin de las páginas del cuento, está en el infinito donde las paralelas se unen. Bartleby, siendo tan diferente al capitán Ahab, en un punto correrá la misma suerte que éste: A pesar de la muerte seguirá atado a su ballena por los siglos de los siglos.

En cuanto a las posibles relaciones que pueden establecerse entre Moby Dick y Bartleby, el escribiente, Borges observa lo siguiente:

"Hay, entre ambas ficciones una afinidad secreta y central. En la primera, la monomanía de Ahab perturba y finalmente aniquila a todos los hombres del barco; en la segunda, el cándido nihilismo de Bartleby contamina a sus compañeros y aún al estólido señor que refiere su historia y que le abona sus imaginarias tareas. Es como si Melville hubiera escrito: Basta que sea irracional un solo hombre para que lo sea el universo". [14]

Creo que efectivamente en ambas obras existe el "contagio".

En Moby Dick:

"—(...) ¡Alabad estos cálices asesinos! Entregadlos, ahora que ya sois partes de una alianza indisoluble. (...) Bebed y jurad, hombres que tripuláis la mortal proa asesina de la lancha ballenera: ¡Muerte a Moby Dick! ¡Dios nos dé caza a todos si no damos caza a Moby Dick hasta matarla!

Los largos y afilados vasos de acero se elevaron; y con gritos y maldiciones contra la ballena blanca, la bebida fue simultáneamente engullida con un chirrido. (...) Una vez más, la última vez, el recipiente de nuevo lleno dio la vuelta entre la frenética tripulación..." [15]

En Bartleby, el escribiente:

"No sé cómo, últimamente, yo había contraído la costumbre de usar la palabra preferir. Temblé pensando que mi relación con el amanuense ya hubiera afectado seriamente mi estado mental. ¿Qué otra y quizás más honda aberración podría traerme? [16]

Más adelante "la palabra" es utilizada también por otro de los escribientes, el señor Turkey. El narrador le dice:

"—Parece que usted también ha adoptado la palabra".

Luego, Turkey le contestará:

"—¡Ah! ¿preferir? Ah, sí, curiosa palabra. Yo nunca la uso. Pero señor, como iba diciendo, si prefiriera..." [17]

Sin embargo, a diferencia de Borges, creo que este "contagio" es similar en el proceso o desarrollo de los relatos, pero distinto en su culminación. Se trata de dos versiones diferentes del libro de Jonás, en cuyas páginas está escrito:

"Luego, levantaron a Jonás, lo arrojaron al mar, y enseguida se aplacó la furia del mar". [18]

El caso del capitán Ahab es la historia de un Jonás que no ha sido lanzado del barco y por eso lleva la destrucción al resto de la tripulación.

El caso de Bartleby es diferente, pues él sí es un Jonás bíblico que será lanzado del "barco", es decir de la oficina y el trabajo, cortándose de esta manera el contagio y salvando al resto de los personajes de la destrucción a la que sólo quedará sometido Bartleby.

EN CONCLUSIÓN, Bartleby, el escribiente es, en mi opinión, el relato sobre el sentido de una ausencia. Esa ausencia es una añoranza fuerte como una presencia, se trata de existir sin Dios, de quitarse su esencia de encima, de quitarse la "humanidad" que el sujeto carga y que significa dolor. La salida al dolor no será buscada en la muerte o la no-existencia, sino en la misma existencia a través de un devenir a otro estado. Ese estado se encuentra en el infinito, lugar donde confluyen la vida y la muerte, lugar de la existencia sin dolor donde el individuo podrá escapar de la subordinación a Dios y ocupar su lugar. Mientras el devenir sucede, la "humanidad" del sujeto se va reduciendo, el yo-humano hace implosión, se rompe hacia adentro, pero, por regresus in infinitum, ese evento jamás logra consumarse, pues el fraccionamiento interminable en las distancias temporales y espaciales se desencadena simultáneamente y, de esta forma, la implosión entra en contradicción y explota en infinitas esquirlas-mojones que deberán atravesarse antes de alcanzar la meta, el infinito. Esta implosión que explota, o implosión que se hiperboliza, es el oxímoron que configura el proceso que Bartleby está realizando. De este modo, Bartleby queda condenado a perdurar en la tensión de una síntesis que jamás se resuelve, que implota y explota, que se compone de elementos antagónicos en eterna lucha, haciéndolo avanzar y retroceder, confinándolo a la frontera infernal que media entre el punto de partida y el punto de llegada. La paradoja que se desprende es que el oxímoron Bartleby (explosión-implosión) añora otro oxímoron: El infinito que reúne la vida y la muerte, la existencia y la no-existencia, es decir, la existencia sin dolor, estado existencial divino y no humano.

¡Oh Bartleby!, cuanto más asciende en su quijotesca empresa a través de su tribulación y su santificación al Reino de los Cielos, más desciende a la interminable agonía del infierno, "solo absolutamente solo en el universo. Algo como un despojo..." [19]

¡Oh Bartleby! "El Abismo está desnudo ante él, y nada cubre a la Perdición". [20]

 

NOTAS:

1 1. Jorge Luis Borges, Prólogo a Bartleby, el escribiente, Buenos Aires, Marymar Ediciones, 1976. Todas las citas corresponden a esta edición..

2 2. Las definiciones de aumento y reducción han sido extraídas del diccionario de la Real Academia Española.

3 3. La reducción es resultado dinámico y no estático, pues se está haciendo en el devenir generado por la actitud de Bartleby, que evoluciona progresivamente en el desarrollo de una implosión de su yo que no tiene fin, ni siquiera con la muerte.

4 4. Herman Melville, Bartleby, el escribiente, Buenos Aires, Marymar Ediciones, 1976, (pág. 49). Todas las citas corresponden a esta edición.

5 5. Gilles Deleuze, "Bartleby o la fórmula" en Crítica y clínica, Barcelona, Editorial Anagrama, 1996. Todas las citas corresponden a esta edición.

6 6. Ob. cit.

7 7. La ausencia de dolor sólo es posible en la paralela de la muerte o la no-existencia, salvo en el infinito, donde la no-existencia = ausencia de dolor hace contacto con la otra paralela: la existencia. De este modo, el infinito, en su síntesis, hace posible la existencia sin dolor.

7 8. José Pablo Feinmann, Bartleby, Dios ha muerto, http://ar.geocities.com/veaylea2000/feinmann/bartlebly9-10-99.html

7 9. Todo devenir o proceso de cambio puede considerarse, en mi opinión, una suerte de "viaje" entre una condición, situación, categoría, lugar o tiempo anterior y una condición, situación, etc. posterior.

7 10. Herman Melville, Ob. cit. (pág. 71).

7 11. Ob. cit., (pág. 56).

7 12. En mi análisis el relato funciona exactamente al revés de lo que sostiene el existencialismo ateo de Sartre.

7 13. Éxodo III, 14.

7 14. Jorge Luis Borges, Ob. cit.

7 15. Herman Melville, Moby Dick, España, Editorial Planeta, 2000, (pág. 196).

7 16. Herman Melville, Bartleby, el escribiente, Ob. cit., (pág. 43).

7 17. Ob. cit. (pág. 43-44).

7 18. Jonás, I, 16.

7 19. Ob. cit. (pág. 46).

7 20. Job, XXVI, 6.

 

 

 

© Juan Diego Incardona

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