En
Del asesinato considerado como una de las bellas artes,
el breve libro de Thomas De Quincey conformado por un Primer
Artículo, que apareció en febrero de 1827, un
Segundo Artículo, en noviembre de 1829, y un Post
Scriptum, publicado con los dos Artículos en 1854,
se escenifica de manera única el horror. Antes de los Artículos,
De Quincey se había ocupado de un tema afín en Los
golpes a la puerta en Macbeth, un ensayo publicado en 1823.
Tenía entonces 38 años y 42 y 44 cuando se publicaron
los Artículos y 69 (a 5 de su muerte) cuando apareció
el Post Scriptum.
Como acercamientos diferentes a un tema constante, en el medio,
en los Artículos, domina el humor, mientras que en
los extremos, en Los golpes y en forma totalmente singular
y acentuada en el Post Scriptum, se despliega con una
magnitud inusitada el horror, que invade a todos los protagonistas,
incluido al asesino.
Instrucciones
para una apreciación estética del asesinato.
El
primer artículo empieza con una Advertencia de un hombre
morbosamente virtuoso, que da paso a una Conferencia
ante la Sociedad de Conocedores del Asesinato. En realidad, los
miembros de esa exclusiva sociedad no son asesinos; el auditorio
está compuesto de no practicantes, de simples aficionados
al asesinato y de críticos.
La Sociedad de Conocedores se funda en que todo puede ser analizado
desde dos puntos de vista: el moral, que no se discute y en relación
con el cual reaccionan las instituciones los bomberos en el
incendio, la policía en el asesinato, y el estético,
relacionado con el buen gusto. No se deja de ser virtuoso por hallar
en el fuego un placer, por contemplarlo desde el punto de vista
del espectáculo.
En ese sentido, aunque sus actos sean moralmente reprobables, los
asesinos tienen grados de mérito con respecto a otros individuos
de su misma clase, teniendo en cuenta el estado ideal o perfecto
al que se pudiera llegar en la concepción y ejecución
de sus obras.
El asesinato por cometer puede o debe tratárselo moralmente
e impedirlo. Pero cuando ya está consumado se pasa de la
moralidad a la etapa del buen gusto. El caso fue triste, sin duda,
pero ya no tiene remedio y es conveniente hacer que prevalezca la
hilaridad y el juicio crítico, como una catarsis del horror
y la virtud. Es conveniente transmutar el pasmo que causa el asesinato
en una experiencia sensible y, para eso, conocer y realzar su parte
escénica, su originalidad como pueden ser la existencia
de móviles privados para un asesinato ejecutado en un campo
de batalla, o la creación de una tragedia dentro de la tragedia
(Hamlet), el misterio que lo envuelva será
mejor si no es esclarecido, los móviles o la ausencia
de móviles si sólo es sed de sangre que
moldeen el "ánimus asesino", la audacia en la ejecución,
la sensación de terror y poder que deje como estela, toda
la composición que implica, todo el maquillaje que lo cubre,
todo lo que distingue la muerte violenta de la natural. Al gran
artista lo anima el deseo de lograr un gran efecto escénico.
Bajo esa óptica, respondiendo a las exigencias del hombre
de sensibilidad que no se contenta con cualquier cosa sangrienta,
el conferencista avanza en la formulación de los principios
básicos del asesinato, los cuales propone no con el objeto
de reglamentar la práctica sino de esclarecer el juicio.
En cuanto al tipo de persona que mejor se adapta al propósito
del asesino, supone que la víctima debe ser un buen hombre,
pues si no él mismo pudiera estar pensando en la posibilidad
de cometer un asesinato.
La víctima también debe gozar de materialidad y cercanía.
La elección no debe recaer en un personaje público:
esos personajes, entre más públicos, terminan siendo
más abstractos.
El sujeto elegido debe gozar de buena salud. Considera absolutamente
bárbaro asesinar a una persona enferma, pues, por lo demás,
en la atención por el bienestar de los enfermos se observa
el efecto, común a las bellas artes, de suavizar y refinar
los sentimientos.
Alguien de aficiones filosóficas, conocido por su bondad
y filantropía, ha sugerido que el elegido debe tener también
hijos pequeños que dependan enteramente de su trabajo, para
ahondar así el patetismo. El conferencista reconoce que ello
está acorde con el gusto más estricto, pero para no
limitar el campo del artista sólo exige que la víctima
sea inobjetable en cuanto a moral y buena salud.
En relación con el momento, el lugar y los instrumentos,
el sentido común del ejecutante suele inclinarlo a la noche
y la discreción, aunque menciona ejemplos que violando esa
norma han dado resultados felices.
Finaliza sus principios reiterando que no pretende ser un profesional.
En su vida ha intentado asesinar a alguien; salvo a un gato. Se
considera enteramente incapaz de abordar las esferas superiores
del arte.
Si
uno empieza por permitirse un asesinato termina por dejar las cosas
para el día siguiente.
En
el segundo artículo, de transición, se alude al efecto
del pequeño ensayo de estética publicado y defiende
el no meterse los ojos, los oídos y la inteligencia al bolsillo
de los pantalones ante un asesinato. Para hacer frente a las calumnias
en su contra aclara los verdaderos principios personales. En su
vida ha cometido un asesinato ni se le puede tachar que lo haya
fomentado. Está en favor de la paz. Sólo se ha atrevido
a sugerir principios generales, producto de su prolongado estudio
del arte, pero no está en disposición de mezclarse
en casos particulares. Le resulta claro que si uno empieza por permitirse
un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa
a la bebida y a la inobservancia del día del Señor,
y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las
cosas para el día siguiente.
También hace aclaraciones sobre la cena y el club (momento
y lugar de la Conferencia). El club no fue su creación. Como
asociaciones semejantes para la propagación de la verdad
y la comunicación de nuevas ideas, surgió más
de las necesidades de la época. Y el mayor responsable de
la cena es Sapo-en-el-pozo, llamado así por su disposición
sombría y melancólica; un miembro que descalificaba
la calidad de los asesinatos modernos, culpaba a la Revolución
Francesa de la degeneración del asesinato, y en 1811 se había
retirado de toda sociedad y se había encerrado, pero que
en 1812 había vuelto, animado por el asesinato de los Marr
a manos de John Williams, a su juicio el más soberbio asesinato
del siglo. La exaltación estética que ese asesinato
le produjo lo llevó a proponer que el Club se reuniera a
conmemorar la obra y los miembros cenasen juntos.
Escenificación
del horror
En
el Post Scriptum se pasa de la contemplación general,
al análisis del detalle de la ejecución de las obras
de John Williams y los hermanos M'Kean.
Empieza por contestarle de nuevo a los censores. Si ha existido
extravagancia ha sido intencional, como elemento de jovialidad.
Pero lo que relieva ahora es que entre los fines y propósitos
directos está el llegar al borde mismo del horror y de todo
lo que en la realidad sería lo más repugnante, y se
justifica en antecesores como Swift y su Modesta proposición
de 1729 para impedir que los niños pobres de Irlanda fueran
una carga para sus padres o su país y hacerlos provechosos
para la sociedad.
Una vez pagado el tributo de dolor y cuando el tiempo ha sosegado
las pasiones personales, se pueden apreciar los sucesos trágicos
como un espectáculo escénico y es eso lo que se dispone
a hacer.
Más de cuarenta años atrás, John Williams había
cometido primero el asesinato múltiple de los Marr y, doce
días después, el de los Williamson. Devolviéndose
a su juventud, De Quincey cuenta que en los días de esos
hechos él se encontraba a unas 300 millas de Londres y recuerda
que el pánico era indescriptible. Los periódicos hablaban
del asesino y la noticia se difundía con rapidez por toda
la isla.
Al adentrarse en los hechos, se centra en las sensaciones y los
sentimientos y lentamente el humor y la ironía dan paso al
asombro del horror transmitido con estética.
La inseguridad del hogar en la metrópoli se va convirtiendo
en un ambiente. La indefensión de las víctimas se
va marcando, en contraste con el tremendo poder del asesino, liberado
de las fuerzas de la conciencia.
Por la precisión y cohesión de los detalles, de los
movimientos que ocurren, de los sentimientos que afloran, en algún
momento nos damos cuenta que vamos a ser espectadores de un asesinato
atroz, que recaerá en víctimas inocentes, y esa conciencia
ya no se apartará.
Dos quintas partes del libro se dedican a la escenificación
de los sucesos antecedentes y la comisión del asesinato:
60 páginas de 150. Casi el tiempo real desde cuando comienza
la descripción hasta el fin de los destrozos.
Comienza
por describir el lugar y al asesino y el inicio de su jornada, una
hora y media antes. Un suave movimiento empieza a rasgar la tranquilidad.
Sabemos que Williams va al asesinato y que ya nadie puede detenerlo
y la impotencia es el preámbulo del horror.
Luego retrata el entorno de las víctimas, en escenas sin
movimiento. Retrata los "elementos de la composición".
Va creando la tensión de lo que se sabe que ocurrirá
y no avanza; no avanza como la percepción de nuestras vidas
antes de la violencia súbita.
Marr, la primera víctima, es un comerciante. Tiene 26 años.
Hay 4 personas a su alrededor. La esposa, de 22 años. Un
niño de 8 meses. Un aprendiz, de 13 años. Y la criada.
La tensión se forja con las indicaciones sobre lo imprevisible
y la fragilidad de la vida, cómo depende a veces de circunstancias
nimias. Como que la criada se salva porque se le ordena ir a comprar
ostras para la cena y esa misma orden es el comienzo de la aniquilación
de los demás. Porque Williams, que está al acecho,
aprovecha la salida de la criada para entrar a la casa.
Después de plantear la situación general, reconstruye
instante a instante lo ocurrido. La verdadera e imparable acción
se inicia con el narrador llenando de valor a la criada para que
vaya a la compra, única manera de salvarse, cerca de las
doce de la noche, ya que ella duda en hacerlo, y en adelante se
registra cada movimiento, primero de los terceros, de la criada
misma, del sereno, la presencia de Williams en los alrededores de
la casa (y se requiere registrar todo eso pues cualquier pequeño
cambio hubiera podido dar un desenlace totalmente diverso, porque
a eso tan delgado están sujetas las vidas), para luego entrar
con Williams a la casa.
La descripción de todo el planeamiento y la ejecución
escenifica la magnitud de la obra del asesino, su perfección
que no escatima detalle, lo asombroso de poder seguir sus movimientos,
de acompañarlo y contemplarlo en el avance de su transgresión.
La minuciosidad y el ritmo creciente son la composición misma
del horror, unida a la presencia primordial de quienes al tiempo
sobreviven: antes de mostrar la obra de despojos, durante el mismo
tiempo en que esta ocurre, aparta los ojos de las víctimas
y los vuelca a la empleada que ha salido a comprar las ostras para
la cena y la acompaña de regreso hasta la puerta, cuando
el asesino está del otro lado, ya saciado. Sólo descubre
y revive las atrocidades del asesino siguiendo a los vivos (la óptica
de la presencia de la frágil vida que acaba de ser arrasada
en unos pero que en otros continúa) que entran con la criada.
Para la tensión importan más todos esos detalles,
que conllevan la amenaza de la vida, que los actos de despojo, inevitables,
que se descubren luego (con la misma precisión y ritmo escénicos
que lo demás) para resaltar la amenaza. No hay descanso,
escasean los puntos aparte, y la tensión se alarga en las
resonancias de la matanza entre el público.
Doce días después Williams lleva a cabo otra matanza,
la de los Williamson, y esa continuidad da verdadera muestra de
su fuerza lupina y aviva la presencia latente del horror, que se
siente llegar pero a la vez no se cree que se materialice. El golpe
es en otro sitio concurrido: una taberna. Ahora son 3 las víctimas.
Estando entre los clientes, Williams se desliza al interior de la
casa y espera que cierren la taberna.
Vuelve a fraguarse el horror, a ponerse en movimiento, mostrándolo
desde el miedo de un jornalero en arriendo dentro de la casa, quien
sigue por los ruidos toda la matanza. Incluso, a pesar de que busca
desesperadamente salvarse de la furia impávida que está
arrasando con los otros, debe resistir también a la fascinación
que produce esa fuerza, porque sale de la habitación y baja
la escalera y oye al asesino en un cuarto vecino e incluso por un
instante puede verlo sin ser visto y logra regresar al cuarto a
poner en práctica su huida, que no sabe si será posible
pero a cuya posibilidad se aferra.
La escenificación del horror culmina con el caso de los M'Kean,
dos hermanos que asaltan una casa en la que hay cuatro ocupantes.
Ya es un relato escueto, sin la preparación y la puesta en
escena de los otros, más centrado en la visión de
conjunto que en los personajes y sus motivaciones y movimientos,
lo cual se compagina con los resultados, pues solo muere uno de
los ocupantes y los hermanos, que incluso deseaban derramar la menor
sangre posible, son pronto detenidos y ejecutados. Entonces se relieva
la obra de Williams, ya considerada por Sapoenelpozo
como una obra cumbre la más sublime, la de más
entera excelencia y que diera lugar veinticinco años
antes a una sesión y cena conmemorativas de la Sociedad de
Conocedores del Asesinato.
En
los exaltados casos de Williams se narra con los ojos, el presentimiento
y el pánico de los testigos, no por su condición de
tales, si no porque a través de ellos es la vida la que observa
su fragilidad, cómo fácilmente puede ser aniquilada,
y a la vez con ellos continúa.
El horror no obra en quien va a morir (porque su voluntad se suspende
o se concentra en luchar o buscar una salida en un tiempo agónico),
sino en quien tiene la oportunidad de sobrevivir. Es su latencia
lo que lo vivifica y por eso en su escenificación importa
la cercanía del asesino, la certeza de su presencia, más
que llegar a descubrirlo.
Se trata, por lo demás, de crímenes típicamente
urbanos, ocurridos en sectores comerciales, populosos, donde abundan
gentes que no se conocen y en condiciones en las que la individualidad
se exalta. En ambos casos el temor se acrecienta por violarse con
gran facilidad la seguridad de las casas, pero en el segundo, en
el de los Williamson, se da una vuelta de torno porque el espectador
ya no se queda afuera. Está dentro de la casa avasallada
por el asesino y tiene la ocasión de oírlo actuar
e incluso podrá verlo, con lo cual se escenifica la lucha
entre la sed de vida del jornalero y la muerte que impone el sentido
humano incomprensible, el ánimo de tigre, la sed de sangre
que mueve al asesino. La de Williams es así la "novela
de la vida abominable" en un ambiente de personas corrientes;
no hay motivaciones políticas o éticas: Hay verdadero
ánimus asesino. Un tema entrevisto por De Quincey desde joven
y que en cuanto tuvo más edad lo describió con mayor
vitalidad, inminencia e impacto escénico.
La
simpatía debe estar con el asesino
Los
golpes a la puerta en Macbeth, el artículo de 1823, el
primero de la saga, hoy adicionado como apéndice, explica
el sentido de la construcción escénica que ejecuta
De Quincey.
El autor confiesa allí una de sus inquietudes, uno de los
misterios personales que le resultaba más difícil
de resolver y cómo pudo hallar la solución mediante
un ejercicio de estética en torno al surgimiento del horror
en el asesino. La inteligencia no le permitía hallar la razón
del horror del asesino creado en un pasaje de Macbeth por
los golpes a la puerta que se oyen luego del fin del asesinato de
Duncan. El enigma se le resistía a pronunciarse. Pero al
conocer los casos de Williams advirtió que había en
la ejecución del asesinato de los Marr una escena similar:
Los golpes a la puerta al volver la criada después de que
han sido consumados los asesinatos. Como si la escena moldeada por
Shakespeare se hubiera "llevado a la práctica".
Ante ese hecho real la sensibilidad le revela la solución
al viejo enigma que la inteligencia no había podido darle:
La simpatía debe estar con el asesino: una simpatía
de compasión (no de piedad o aprobación), para conocer
sus sentimientos y entenderlos. Una simpatía como reproducción
mental de los sentimientos ajenos. La víctima no permite
eso, porque su volición queda aplastada por el pánico;
mientras que en el asesino habrá una tempestad de pasión:
el infierno que debemos contemplar.
Cuando el asesinato llega a su culmen, se suspende la naturaleza
humana, desplazada por la "diabólica" del asesino.
Los golpes a la puerta, entonces, anuncian la reacción pertinaz
de la vida y eso causa el horror del asesino.
La
entretención del asesinato
Este
intenso libro sigue despidiendo con claridad sus resonancias. Parece
escrito ayer, si no fuera por los dos artículos humorísticos,
impensables con su fondo de virtud en nuestra sociedad de seducciones
permanentes.
Del asesinato se viene hablando con propiedad y gran efecto desde
los primeros versículos de La Biblia. Hacia el Siglo
Doce tuvo un decisivo impulso con la aparición de los sicarios
y, según nuestro conferencista, los siglos Diecisiete, Dieciocho
y parte del Diecinueve conforman su Edad Augusta. Ahora, en menos
de dos lustros, se van a cumplir doscientos años desde la
obra de Williams, bajo cuya magnífica influencia escribió
De Quincey. En este tiempo se han producido otras obras resonantes
entre todas las que conozco, sin duda las más excelsas
las del Otoño del Terror de 1888 de Jack el Destripador,
que han tocado a otros corazones de especial sensibilidad, como
a Capote lo tocó la de Dick y Perry. La televisión
y el cine, robándole el protagonismo que tenían en
la materia los periódicos y sacando el máximo partido,
han llevado la entretención del asesinato a los hogares de
manera permanente, reiterativa y barata, haciéndola accesible
a todos, sin discriminación por el grado de escolaridad.
Incluso, para los más sensibles, se construyó todo
un género de novela arrobador, que se ha venido diversificando,
y cuyos frutos son aclamados en los certámenes literarios
y siempre registran bien en los índices de ventas, lo que
los hace entrañables para las editoriales y la mayoría
de los escritores de éxito.
Es claro entonces que el tema no tiene visos de marchitarse. Muy
por el contrario. Tiende a popularizarse más. Y eso asegura
la posteridad de este breve libro. Porque en él están
las bases para la apreciación de las obras de horror que
numerosos entusiastas siguen produciendo.
En
EPDLP
se encuentra disponible un apunte biográfico sobre Thomas
de Quincey y un fragmento de su libro
Del asesinato considerado como una
de las bellas artes. |
©
Heider
Rojas
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