Sumario 19

 

Carlos
Giménez
Soria

 

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El imperio
de los
sentidos:



  paseo
  por el amor
  y la muerte
 

  "Mi placer radica en darte placer a ti y obedecer todos tus deseos"

  (Kichi a Abe Sada en una escena
  de El imperio de los sentidos)

 

Fotograma de El imperio de los sentidos

 

Perteneciente a la "nueva ola" del cine japonés que surgió a finales de los años 50 paralelamente a las corrientes del Free Cinema británico y de la Nouvelle Vague francesa, Nagisa Oshima es una de las figuras más destacadas —junto con Shohei Imamura y Hiroshi Teshigahara— de dicho movimiento, caracterizado por la toma de conciencia con la situación de posguerra en que transcurrió la infancia de estos cineastas. Su adolescencia en una sociedad que padeció la humillación nacional les impulsó a luchar en pos de unos principios de autoafirmación y a asentar un espíritu de oposición a la sumisión que para Japón supuso la firma del armisticio. En consecuencia, el nuevo cine japonés quedó marcado por una voluntad de transgresión que, en el caso de Oshima, cristalizó en su obsesión por el sexo y la violencia como medios de protesta. Como resultado de todo ese ideario cultural, Oshima rodó, en 1976, El imperio de los sentidos, polémica película que narra la destructiva historia de amor que se establece entre dos amantes. La búsqueda de un realismo sexual a través de secuencias explícitamente pornográficas provocó que la cinta fuese prohibida por la censura en algunos países incluido Japón, donde no pudo ser exhibida hasta el año 2001.

Nagisa Oshima

Ciertamente son escasos los ejemplos de un cine erótico de calidad (El último tango en París, Portero de noche, Crash), pero todavía lo son más en el terreno de la pornografía dado que se trata de un género limitado de por sí a la presencia de temas, contenidos o argumentos abiertos a cualquier tipo de exploración intelectual. Esta obra maestra de Nagisa Oshima constituye prácticamente la única prueba fehaciente de las cualidades analíticas que esta clase de cine es capaz de ofrecer.

Partiendo de un nivel de lectura claramente freudiano, El imperio de los sentidos se apoya sobre los presupuestos de una pasión sexual narrada sin ningún tipo de inhibiciones con el fin de realizar un estudio sobre los impulsos de Eros (amor) y Thánatos (muerte). Los protagonistas, la sirvienta/prostituta Abe Sada (Eiko Matsuda) y su amo Kichi (Tatsuya Fuji), sobrepasan los límites de las relaciones sexuales ordinarias para adentrarse en una progresiva espiral de conocimiento carnal y en la fusión física de dos cuerpos que degenerará en una sumisión mutua y ajena a cualquier regla de orden moral.

Cartel de la película El imperio de los sentidosOshima, autor también del guión, relata todo ese crescendo pasional concediendo a cada nuevo acontecimiento en la vida sexual de la pareja una importancia radical que determina la anormalidad de sus relaciones y que conducirá inevitablemente a la inmolación del personaje masculino. El recurso a una puesta en escena basada en largos planos de cámara fija ayuda a dotar a la película de una gran relevancia en los aspectos psicoanalíticos de modo que al espectador le resulte a la vez fascinante y angustioso penetrar en el universo erótico de Sada y Kichi.

La imagen inicial de una Sada hipersensible al contacto sexual se refleja en la exacerbación de su goce durante sus primeros escarceos con Kichi. Siendo él quien, en un principio, descubre la vertiente más hedonista de la sexualidad a Sada, acaba convirtiéndose posteriormente en el objeto absoluto del deseo de la sirvienta. Celebran una ceremonia nupcial para fortalecer los vínculos de su mutua entrega, momento en que Kichi pasa a ser celosamente custodiado por Sada, quien le amenaza con amputarle el pene si le es infiel. Con este significativo paso, los lazos de unión entre ambos personajes se estrechan y Sada empieza a demostrar una total veneración hacia el miembro viril de Kichi, que está en permanente estado de erección. La devoción de Sada es enfermiza, pues ansía la completa posesión de los genitales de su hombre hasta el extremo de andar sujeta a éstos durante los paseos nocturnos de la pareja por las calles de Tokyo y de considerar el pene como un órgano ideado para el placer casi exclusivo de la mujer. En medio de ese deseo sexual constante, el protagonista empieza a padecer la continua desconfianza de Sada a causa de los celos, muestra definitiva de la devoradora actitud de la protagonista hacia su pareja.

La exacerbación de la libido en el personaje de Sada ha dado lugar a escenas muy recordadas por su carácter atrozmente posesivo. Escenas tales como aquellas en las que Sada blande un cuchillo ante la mirada sumisa de Kichi, que cada vez son más recurrentes, así como las amenazas de castración. De hecho, ella pone de manifiesto sus ganas de arrancarle el miembro para conservarlo perpetuamente dentro de su vagina.

Fotograma de la película El imperio de los sentidos

El poderoso deseo sexual que domina a Sada potencia su capacidad para concebir fantasías eróticas que materializar en forma de juegos. A tal efecto se ha hecho especialmente famosa la secuencia en que opta por convertir hasta el mero hecho de comer en un acto de amor y obliga a Kichi a devorar un huevo duro que se ha introducido previamente en la vagina. De este modo, la pareja va en continua búsqueda de fantasías que satisfagan el apetito sexual de ambos.

El primer paso hacia el impulso destructivo (Thánatos) se produce cuando los dos protagonistas introducen el castigo corporal como sistema de placer en sus relaciones. Una vez descubierta esta vertiente sadomasoquista, Kichi y Sada se entregan a ella como recurso final: la capacidad devoradora de Sada es tan grande y la sumisión de Kichi tan absoluta que el destino de estas relaciones queda prefigurado.

Experimentando la intensidad del orgasmo en función del volumen que adquiere el miembro viril de Kichi cuando Sada estrangula a su amante durante el coito, las fuerzas del protagonista se van debilitando. Finalmente, como última demostración de su abandono en manos de Sada, Kichi se deja amordazar alrededor de las muñecas mientras que ella le anuncia su intención de repetir la estrangulación.

Sada: Si te resistes, apretaré con más fuerza.

Kichi: Sada, sabes que te pertenezco. Haz con mi cuerpo lo que quieras.

Su definitiva obediencia ante los designios de Sada le cuesta la vida a Kichi, pero, no obstante, es una sumisión voluntariamente aceptada de la que no se arrepiente porque previamente ha ofrecido la totalidad de su persona. Del mismo modo, Sada no lamenta la muerte de Kichi ya que ha sido llevada a cabo en forma de entrega sexual. Valorando la secuencia en estos términos, no se puede afirmar de ninguna de las maneras que el espectador asista a la contemplación de un acto homicida, sino más bien a la de un auténtico acto de amor. Oshima concluye el film con la insistentemente anunciada amputación de los genitales de Kichi. Sada los conservará como el gran objeto de adoración que para ella representan mientras que una voz en off se alza en mitad del plano final para anunciarnos que lo que hemos presenciado está inspirado en hechos reales.

 

Voz en off: Sada vagó alrededor de Tokyo durante cuatro días llevando en la mano la parte de Kichi que había cortado de su cuerpo. Quienes la detuvieron quedaron sorprendidos por la expresión de felicidad que irradiaba su rostro. El caso impresionó a todo el Japón y la compasión del pueblo hizo de ella una mujer extrañamente popular. Estos sucesos ocurrieron en 1936.

 

Nagisa Oshima

Dos años después de El imperio de los sentidos, Nagisa Oshima reincidiría en las temáticas del sexo y la muerte en otra gran película, El imperio de la pasión (1978), con la que el cineasta nipón se alzaría triunfalmente con la Palma de Oro al Mejor Director en el Festival de Cannes. Mucho menos escandalosa que su predecesora, esta segunda parte del díptico de Oshima no hallaría las dificultades de exhibición que han hecho de El imperio de los sentidos una película más popular por la controversia causada que por sus incuestionables virtudes cinematográficas.

 

© Carlos Giménez Soria

El imperio de los sentidos
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