La
noche sin alma
No
importa que las luces queden encendidas,
ya
no somos visibles.
Abilio Estévez
(Claudicar aquélla noche,
la
menos esperada... )
Que
un palacio de ángeles doctos en el amor
de
cuerpos cincelados por el deseo,
-un
deseo invertido que no les pertenece
pues
procede de otros, sobrevive en otros-
me
sea regalado.
Que
no haya sorpresa no es nuevo.
Que
todo sea deseo y mirada, tampoco.
Que
la tundra y la estepa lejanas del alma
semejen
cuadros de extraña perspectiva
tampoco
importa en exceso.
Que
todo suceda bajo la más completa clandestinidad...
La
piel que es cuerpo en la noche y noble cual alma,
nos
separa y nos une a un tiempo. Somos débiles
al
brazo del deseo. O quizás somos gigantes pues ellos
jamás
debieron existir sin regalarnos sus abrazos
ni
sus cuerpos colosales a cualquier precio.
Y
así vinieron a mis sueños (o vinieron a mis realidades),
desnudos,
los ángeles, pues conocen el impudor y el celo
de la fantasía,
a
regalarme lágrimas y deseos gastados por el uso.
A
regalarme mágicas palabras
de
esas que gusta tanto el corazón.
No
trajeron nada,
nada
para la razón; pues ellos nada enseñan y nada
deben ofrecer.
Mas
trajeron sus almas intactas,
besos
de primera vez,
ojos
sin lágrimas
y
las primeras sonrisas del amor.
También,
torsos tatuados con el nombre
de
aquellos que no les amaron.
Para
vergüenza y escarnio
de
una multitud que agoniza
antes
de saber qué es el amor.
No
saber quien es quién no hechiza
y
ese maldito arte del disimulo...
Así
son sus quimeras
y
su miseria traslúcida,
así,
dan de beber a proscritos del cielo y a enfermos
efebos
heridos
por la belleza.
O
a simples bebedores noctámbulos, a jóvenes inquietos
aunque
demasiado
tímidos para el amor, a hombres ancianos
pero
hermosos todavía, o modernos trasnochados
de
anuncio en el WC y perfume de Klein.
Y
en ellos, en quienes la generosidad habita a sus anchas,
se
invierte el amor traído al ser ofrecido
a
las hembras de la especie
pues
son las madres de los hombres
y
serán besadas también,
o
engendradas con júbilo.
Y
éstas, elegidas sin saber ni cómo,
bajo
impoluto misterio
gemirán
a cada abrazo con el sexo herido, abierto a la
incertidumbre
y
fingirán que es aquel el amor
que
buscaban.
Malversación
tácita,
alteración
del orden
y
caos virtual.
Esos
serán los signos a su llegada,
pues
ellos anunciarán una aurora sin espanto.
Las
noches de las que hablo son pocas pero suceden.
El
resto, simulacro radiante y centrífugo de la realidad,
no
merece ser contado mas que para ser maldecido.
Ditirambo
de cuerpos alargados en esperas tristes,
promiscuidad
de miradas que silencian al deseo.
Es
la esperanza que bajo forma inverosímil
embota
nuestras cabezas al son de un ritmo 4x4
entre
luces y aliento etílico.
En
la ciudad es sábado por la noche y apenas la lluvia de
otoño
cae
ajena al mundo interno de sus habitantes.
Y
es también, la ciudad de virtual ilusión, de asfaltos
y de soledades
aunque
también, a veces de alegrías.
No
te duela amigo,
que
no te duela saberlo.
Que
esos seres, esos ángeles caídos que están entre
nosotros
también
son nosotros.
Que
nos den vida o ilusión,
nos
hagan verdadera la mentira
y
transmuten la envidia en recuerdo ominoso.
Respiremos
aliviados pues le castigo
hubiera
sido peor.
Menos
lírico,
menos
arduo y hasta probablemente,
falto
de pasión.
Cómo
pudiste
a
Jaime, en silencio
Cómo pudiste decir
mi
fiel amigo que un reflejo
no
habita en el silencio.
Si
un reflejo fue
aquel
que ya no somos,
¿dónde
si no morirán
los
besos que no dimos?
Cómo pudiste decir
al
son de horas gastadas
que
la tristeza no es tristeza
pues
el tiempo juega
en
sus horas muertas con los restos
del
naufragio.
Cómo pudiste,
si
tu cuerpo de tangente atleta,
tu
semblante álgido y viril,
desmienten
tu esfuerzo por decir
frases
que aprendiste de memoria
en
libros esquivos.
Y a mi me alcanzó
la
dicha de valorar tus tesoros.
Todo
tu, afirmación rotunda
de
frases cuyo significado
te
está vedado
por
esos giros graciosos del cielo.
Todo tu, hecho de vigor
no
menos que de dulzura
desmientes
en un fugaz segundo
todas
tus afirmaciones en ese gesto
ausente
y sin hechizo.
Cómo pudiste tu
decir
que Cristo ya no era Cristo
que
el cielo ya no era el cielo:
que
el amor está en otra parte
y
no aquí yaciendo a nuestro lado.