La
poesía es una eterna juventud
Joaquín O. Giannuzzi.
Pensamiento y Creación.
Joaquín
O. Giannuzzi nació
en Buenos Aires en 1924. Ejerció el periodismo y la crítica
literaria en diversos medios, entre ellos la revista Sur
y los diarios Crítica, La Nación y Clarín.
Su vida de escritor la dedicó a la poesía. Fue distinguido
con el Premio Vicente Barbieri otorgado por la SADE (1957), el Primer
Premio Fondo Nacional de las Artes (1963 y 1977), el Gran Premio
de Honor Fundación Argentina para la Poesía (1979),
el Segundo Premio Nacional de Poesía (1981), el Primer Premio
Municipal de Poesía (1980 - 1982), el Primer Premio Nacional
de Poesía (1992) y el Premio Esteban Echeverría (1993).
Ha publicado los siguientes libros: Nuestros días mortales
(Sur, 1958), Contemporáneo del mundo (1962),
Las condiciones de la época (1967), Señales
de una causa personal (1977), Principios de incertidumbre
(1980), Violín obligado (1984), Cabeza
final (1991), Apuestas en lo oscuro, Emecé(2000),
y Obra Poética (Obras completas, Emecé,
2000).
Abrirse
a la obra de Joaquín Giannuzzi es, de alguna forma, exponerse
a la constatación de que la poesía esa escritura
de la incertidumbre pero también de la intensidad, esa escritura
del no saber, del desconocimiento, esa escritura que habla también
de su contrario puede convertirse en una experiencia concreta.
Todo
en la poesía de Giannuzzi, impulsa hacia el mundo real; un
mundo sólido, compacto, por momentos oprimente; un mundo
donde el sentimiento dramático de la vida adquiere consistencia;
un mundo en el cual los objetos revelan al ser reconocidos
en su completa dimensión de objeto la propiedad central
de su desnudez, de su despojamiento, de su precariedad.
Siempre estuvieron allí, y siempre pasaron desapercibidos.
Pero ahora, gracias a la visión del poeta, a su palabra,
son nombrados, señalados; es expulsada de ellos toda posibilidad
de representación, para, finalmente, ser presentados como
lo que son: cosas.
"Súbitamente
/ un círculo de luz en la mesa, / revela el extremo de un
cenicero, / una taza completa en su azul, un lápiz / y su
hoja de papel con un texto / aún desconocido."
Así
abandonan su estado anterior de invisibilidad para adquirir presencia,
cuerpo, densidad.
Todo
señalamiento implica en primera instancia un reconocimiento.
Y
Giannuzzi nos muestra gracias a su poesía que aquello que
nos rodea ha influido en nuestras vidas: unos zapatos, un plato
de sopa, una dalia, una mosca; objetos, alimentos, plantas, insectos,
que al ser retratados en su envergadura de forma concreta, sin transmutación
posible, generan en nuestra interioridad una escenografía
sensible que nos enfrenta, a través del espejo de su propia
impotencia, con nuestros miedos más profundos: la insignificancia,
el deterioro, la fragilidad del amor, la fugacidad, el olvido.
"Sobre
el pasto declinante / un grillo se arrastró hasta mi sombra
/ y se detuvo, perplejo, / ante una amenaza de disolución.
/ Después se aplastó, buscando / su propia tumba /
y sintió como el mundo se enfriaba. / Así fue el comienzo
/ de la verdad de un año que no amé."
Giannuzzi
ha construido a lo largo de los años una poética original,
profunda, con una gran variedad de registros (desde lo coloquial,
pasando por lo irónico, lo cáustico, hasta alcanzar
también lo histórico, lo sensible y lo reflexivo)
pero siempre privilegiando la estructura del poema y, el lenguaje,
como las columnas vertebrales de toda su poética.
"La
auténtica literatura no es la que halaga al lector, confirmándole
en sus prejuicios y en sus seguridades, sino la que le acosa y le
pone en dificultades, la que le obliga a ajustar las cuentas con
su mundo y con sus certidumbres".[1]
La
voz de Giannuzzi se ha convertido en un punto de referencia ineludible
para las nuevas generaciones. A diferencia de otros grandes poetas
argentinos, quienes han hecho del uso de la metáfora, de
la imagen y del lujo verbal las condiciones esenciales de sus obras,
Giannuzzi ha preferido, como él dice, bajar el tono: huir
de la metáfora, de cierta solemnidad y de toda exuberancia
lingüística.
"Busco
una literatura de puras evidencias, plana, que se identifique con
la realidad".[2]
Y
así como, otros poetas han avanzado en el desarrollo de sus
estéticas hasta más allá de los límites
y por ello mismo, de alguna forma, cerrado un círculo, la
poesía de Giannuzzi, por el contrario, abre nuevas perspectivas:
permite gracias a la diversidad temática y formal, la posibilidad
de adentrarse a través de intersticios, grietas, fisuras.
No ya desde el lugar del asombro sino, como él bien remarca,
desde la "creación de una expectativa".
Como enseñaba Leonardo Da Vinci a un discípulo "Escucha
el sonido de esa campana. Sólo hay una campana, y sin embargo
el sonido es múltiple".
NOTAS:
[1] Claudio Magris, El Danubio, Anagrama, novela.
[2] Héctor Bianciotti, Ritual, Tusquets,
novela.
Pensamiento
y Creación
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©
Mario
Sampaolesi
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