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Autorretrato    Picasso

Pablo Picasso es la figura más popular y representativa del arte del siglo XX. Su vida y su obra sintetizan como las de ningún otro la naturaleza de un siglo vertiginoso y apasionante, en el que la humanidad experimentó profundos cambios en todos los órdenes sin precedentes en tan corto período de tiempo.

Cierto día de la primavera de 1907, Pablo Picasso convocó en su taller de París a un grupo de amigos, para que viese el cuadro en el que había estado trabajando durante el último año. Cuando lo descubrió, todos quedaron estupefactos. Ninguno podía dar crédito a lo que estaba viendo. Tras la sorpresa inicial llegaron las reacciones. Matisse, con quien Picasso mantenía una seria rivalidad artística, dijo ofendido que aquel cuadro deshonraba la pintura; Braque que Picasso pretendía con eso «hacerles tragar estopa, beber petróleo y escupir fuego»; Derain que su autor acabaría ahorcado detrás de la tela, y el poeta Apollinaire que aquello era una especie de «burdel filosófico». Muy pocos, entre ellos el marchante y crítico de arte alemán Daniel Henry Kahnweiller, reconocieron entonces el carácter revolucionario de ese cuadro que el público recién conoció nueve años más tarde con el nombre de Les demoiselles d'Avignon, Las señoritas de Aviñón. Ese día de primavera de 1907, que pasó casi desapercibido para la mayoría de sus contemporáneos, Picasso había dado a conocer la obra que «cambiaría la historia del arte», en palabras del escritor francés André Malraux.

Les demoiselles d'Avignon

La vida de Pablo Picasso, como hombre y como artista, está marcada por su férrea voluntad de vivir intensamente y volcar todas sus energías en la búsqueda de un lenguaje pictórico capaz de expresar la realidad del mundo en toda su complejidad. Esta actitud artística es, precisamente, el secreto de su modernidad y de su vínculo con la mayoría de los movimientos artísticos de vanguardia del siglo XX, como el cubismo, el surrealismo, el futurismo, etc., cuyos postulados estéticos e ideológicos acaba por superar.

Intuición y mirada

La potencia y la imaginación creadoras de Picasso son las claves de la originalidad de una obra que, como ninguna a otra, ha ejercido una gran influencia en la creación artística del siglo XX. Animado de una portentosa capacidad de trabajo y de asombro, Picasso busca en las formas, antes que en el color, los planos y dimensiones desconocidos de la realidad. Sus pinceladas recuerdan a veces a primitivos y anónimos pintores prehistóricos o artistas tribales africanos, como en los dramáticos rostros de las mujeres situadas a la derecha de Les demoiselles d'Avignon o en la inquietante figura de La driada (1908); a los muralistas egipcios o asirios, como en la composición de la primera mujer de la izquierda de Les demoiselles d'Avignon o en el fresco de La guerra (1952), que se halla en el Templo de la Paz de Vallauris, y también de los grandes maestros de la pintura occidental, incluido sus contemporáneos Toulouse-Lautrec, Cezanne, Matisse, etc. Picasso, en este sentido, no tiene reparos en tomar ideas ajenas y confrontarlas con las propias para abrir nuevos caminos.

La guerra

Para Picasso esta búsqueda no ofrece pausas ni concesiones. Vivir y gozar de la vida más allá del dolor parecen ser las premisas del artista, aunque ello suponga una tensión que provoca rupturas personales. El sufrimiento, la violencia y otros sentimientos contradictorios parecen ser el precio que el artista debe pagar para cumplir su aspiración. Valga como ejemplo anecdótico que, en 1905, apenas iniciada su relación amorosa con Fernande Olivier, Picasso se venga de ella por haber posado desnuda para el pintor holandés Kees van Dongen haciendo dibujos y pintando una serie de cuadros con rollizas holandesas, como la modelo de La bella holandesa, y contando a todos sus amigos sus aventuras eróticas en Holanda.

El vínculo sensual con la modernidad

En 1900, la muerte de su amigo Carles Casagemas, quien se suicida en París a causa de un amor no correspondido, provoca en Picasso un gran dolor y el desarrollo de una pintura cuyas características han definido lo que se conoce como su «período azul». El trauma por el trágico suceso y la precariedad económica en la que vive cuajan en una serie de cuadros, como Evocación (El entierro de Casagemas), Autorretrato en azul, La bebedora de ajenjo (1901), Miserables delante del mar (1903) y, entre otros, La celestina (1904), en los que predominan los tonos fríos y despojados y su identificación formal con la atmósfera mística de El Greco.

La familia de saltimbanquisPero el carácter inquieto de Picasso no permanece mucho tiempo sumido en las sombras y su renacer coincide con los descubrimientos afectivos de Madeleine, la modelo de La comida frugal y Mujer planchando (1904), entre otros, y, sobre todo, de Fernande Olivier. Con ésta llega la explosiva alegría bohemia y el descubrimiento de la poética vida del circo que, con La familia de saltimbanquis (1905), abre una etapa de exaltación de los sentidos que se conoce como «período rosa». Por estas fechas Pablo Picasso se siente suficientemente maduro y dueño de sus facultades como para afrontar una nueva y decisiva etapa en su carrera artística. Picasso en esos momentos se siente fascinado por el dominio de la luz, del espacio y la forma que Matisse ejerce a través del color. Sin embargo, su obsesión no es el color, sino hallar una forma estable capaz de representar la cambiante realidad del mundo. No es extraño entonces que llegue a cambiar varias veces la composición de La familia de saltimbanquis o intente otras audaces, como la del El equilibrista de la bola (1905), y busque apoyaturas clásicas, como en Los dos hermanos, El harén, Mujer desnuda sobre fondo rojo, Retrato de Fernande Olivier con pañuelo, etc., entre otras obras realizadas durante el verano de 1906 en Gósol.

El equilibrista de la bolaPero el más significativo ejemplo del cambio de rumbo que se estaba operando en la concepción artística de Picasso es el Retrato de Gertrude Stein, en el que deja las formas, la perspectiva y las proporciones físicas de la figura humana liberadas al estricto juego expresivo, al tiempo que dota al rostro de una hierática severidad. Es en este preciso momento cuando, arrastrado por su pasión y su ambición artísticas, crea la tela que habría de cambiar el curso de la pintura del siglo XX.

Les demoiselles d'Avignon resulta así la primera prueba de la fuerza creadora de Picasso y el poder transformador de su imaginación. El lenguaje formal propuesto por Picasso en esta obra, no obstante la incomprensión inicial, sienta las bases del movimiento cubista. Dentro de esta corriente, a la que aporta entre otras obras maestras los retratos de Fernande Olivier, D.H. Kahnweiller y Ambroise Vollard, y la Fábrica en Horta (1909), Picasso cuenta con la productiva amistad de los pintores Georges Braque y, en menor medida, de André Derain, dos de las figuras más representativas del movimiento cubista en sus comienzos.

Fábrica en Horta

Cualquier otro, una vez alcanzado un descubrimiento de esta magnitud, se hubiese consagrado a la autocomplacencia. Pero Picasso no es de esta clase. A él no le importa ir y venir. Volver sobre sus pasos para reemprender la búsqueda. Hacia 1915, en plena guerra, rota sus relaciones con Fernande Olivier, Picasso traba amistad con el poeta Jean Cocteau, quien lo introduce en el fascinante mundo de la danza clásica. Es así que conoce a Diaguilev, el zar del ballet, al músico Erik Satie y, sobre todo, a la bailarina Olga Koklova, que habrá de ser su primera esposa y la madre de su hijo Paulo. Los improbables planos y nuevas dimensiones del cubismo dejan paso en Picasso al puntillismo de Manola y De vuelta del bautizo (1917), obras en las que establece un duelo con Louis Le Nain, pintor francés del siglo XVII tenido como maestro de la composición, y a las líneas claras y los volúmenes precisos que organizan el armónico mundo clásico, a través de cuadros como La siesta y Las bañistas (1919). Pero Picasso, como en Dos mujeres corriendo por la playa (1922), pintura que evoca los frescos de Rafael en el Vaticano, no se limita a recuperar las formas clásicas que cimentan el moderno arte occidental, sino que, como hace más tarde con otros grandes maestros -El Greco, Rembrandt, David, Manet, Velázquez, etc.-, enfrenta dichas formas a sus propias ideas, siempre con el propósito de conocer y exponer los múltiples planos de la realidad. Este es el espíritu que continúa animando, por ejemplo, sus variaciones sobre Las meninas, de Velázquez, o sobre Merienda en el campo, de Manet.

La danzaDurante la década de los años veinte, Picasso sigue, según los estudiosos de su obra, dos líneas principales de trabajo. Una de naturaleza más clásica, dentro de la cual se insertan obras como Los enamorados, La flauta de Pan y Paul dibujando (1923), y otra que asume las propuestas rupturistas de los movimientos surrealista y dadaísta, que pueden ejemplificarse con Taller con cabeza y brazo de yeso (1925). Pero estas líneas no son más que referencias enunciadas por los críticos de arte, pues el verdadero trabajo de Picasso es más variado y abre muchos senderos de búsqueda. Es así que en obras maestras como Los enamorados (1919), Tres músicos (1921), La danza (1925), obra ésta que los surrealistas toman como modelo de inspiración, combina elementos figurativos y planos cubistas y detalles humorísticos o de cierta violencia para crear una atmósfera inquietante.

El deterioro de su vida matrimonial con la Koklova también influye en su tendencia a transformar la figura humana en amenazadoras formas bestiales, como en su Figura (1927), o en descomponerla en elementos volumétricos, como en sus Figuras a orillas del mar (1931), donde el abrazo amoroso aparece como un acto feroz.

Mujer llorandoEn 1927, Picasso conoce en la calle a Marie-Thérèse Walter, una joven de diecisiete años que no tarda en convertirse en su amante. La juventud de Marie-Thérèse revitaliza la creatividad de Picasso y lo lleva a reorganizar las formas anatómicas a través de líneas curvas de marcada sensualidad, como El sueño, Mujer desnuda en sillón rojo, La lectura y, sobre todo, Muchacha joven delante de un espejo (1932). Tras Marie-Thérèse, quien lo hace padre de Maya, a la que retrata en Maya con muñeca (1938), entra en su vida otra mujer. Dora Maar, una bella e imaginativa fotógrafa, impulsa a Picasso a nuevas exploraciones artísticas que coinciden con el estallido de la guerra civil española. La pintura de Picasso adopta entonces el dramatismo del negro y los grises y el horror se esparce en formas dislocadas y fragmentadas para componer el monumental friso del Guernica (1937). Aquí, la mirada de Picasso escruta el lado más brutal e inhumano de la civilización, como lo hace retratando a Dora Maar en Mujer llorando (1937), o en los cuadros Gato devorando un pájaro (1939) y El osario (1945).

La siguiente etapa artística de Picasso comienza bajo el influjo amoroso de Françoise Gilot, a quien había conocido en 1943 y con quien tendrá a sus hijos Claude y Paloma. Trasunto de su nuevo estado anímico y también de un nuevo impulso creador pleno de complejas y atrevidas propuestas formales es La alegría de vivir (1946), cuadro en el que las figuras aparecen a través de pocos trazos significativos sobre amplias superficies de colores planos para componer una escena idílica en la playa.

El despojado El taller de Cannes (1956) y el tierno y dramático El beso (1969) caracterizan el tránsito anímico de la ruptura sentimental con la Guilot y el descubrimiento de la joven Jacqueline Roque, quien se convierte en su última esposa. Los cuadros de esta época, entre los que se incluyen sus variaciones sobre obras de grandes maestros, muestran asimismo la portentosa lucha del artista con las formas y la materia para desentrañar los secretos planos y dimensiones de la realidad.

El artista del siglo XX

Pablo Picasso personifica mejor que ningún otro artista el arte del siglo XX. Pocos han gozado como él de una popularidad tan universal y proyectado su figura a lo largo de toda la centuria. La intensidad de su vida personal y la magnitud de su obra artística han alimentado y retroalimentado una leyenda tan original e inabarcable, que cada aproximación a ella descubre nuevos y desconocidos mundos.

La soberbia influencia de la obra de Picasso en el arte del siglo XX radica en la naturaleza esencialmente innovadora de su lenguaje plástico, cuya originalidad consiste en abrir nuevos caminos que otros pueden explorar y continuar. Para él las formas no son sólo representaciones visuales que imitan fielmente los elementos de la naturaleza, sino proyecciones de otras dimensiones de la realidad inmediata que el artista es capaz de captar y expresar. De aquí que el valor de su obra y su vasto influjo tengan como principal soporte la libertad para expresar aquello esencial que los ojos ven y que contribuye a independizar el arte de las convenciones impuestas por lo aparente. Su obra artística es, sobre todo, una propuesta formal para reflejar la realidad íntima del ser humano y de la naturaleza que los hechos, los sentimientos y el diario acontecer del mundo distorsionan. Por esta razón, las generaciones del siglo XX pueden observar en la obra de Picasso las muchas caras de la realidad y al mismo tiempo todo lo que de gozoso tiene la vida. En definitiva, el mayor fruto de su genial proceso creador ha sido expresar la identificación del arte moderno con la libertad de la forma. Un aporte esencial que ha determinado el rumbo histórico del arte del siglo XX.

     
                 
                 
           
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