P O R T A D A        
María de Lourdes Massimino
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  38     La última tentación.    

La última tentación

 
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Soy el único sobreviviente de un misterioso hallazgo. Hay quienes argumentan que mis dichos son falsos. Otros, que un mal de la mente me tiene cautivo. Es tal la insistencia sobre mi falta de cordura que me siento obligado a dejar testimonio escrito de los sucesos acaecidos hace ya casi un mes. Se cierne sobre mí el fantasma del encierro.

Una tarde deambulaba por la montaña, cuando el brillo de un metal semienterrado despertó mi interés. Alentado por la intriga y preso de la curiosidad, no quede satisfecho hasta que hube descubierto un añoso libro.

Tal era el magnetismo, que creí que finalmente sucumbiría y dejaría mi impronta en aquel siniestro códice. Nunca había escrito versos pero la pluma que acompañaba el volumen parecía emitir destellos que me cegaban. Aquellas páginas camaleónicas desataron en mí una batalla feroz.

La decisión final de dedicarme a la lectura me permite hoy estar aquí escribiendo estas páginas. Sólo un lector avezado podía entender aquellos papiros esotéricos que acumulaban intenciones barrocas y se deshacían hasta llegar a la total incongruencia, justo antes de que la caligrafía cambiara y una nueva historia volviera a repetir el proceso de la anterior. Fue así como comencé a deducir el por qué de los textos de distinto puño y letra, además del efecto macabro provocado por el contacto con aquel libro.

Aquel engendro devoraba hasta el último aliento de aquel que osare inmiscuirse en sus entrañas. La lírica desenfrenada de un amante, las confesiones pudorosas de una adolescente, la epopeya heroica de un guerrero, todo tendía a desdibujarse como mensajes en la orilla del mar. Así lo que comenzaba con una historia romántica terminaba en palabras sueltas como náufragos a la deriva en una superficie irresistible. Cielo. sol. amor. niña.

Después de la ingrata revelación sentí que el libro ardía en mis manos y espantado lo volví a colocar en su sitio bajo un árbol. La idea de la existencia de aquel nefasto tesoro me acompañaba en mi camino de regreso. De pronto, una extraña fuerza torció mi camino, entonces volví por él, y tratando de no pensar, lo coloqué dentro de mi alforja. Con el ojo atento y el oído despierto, pronto advertí huellas de los autores de las distintas caligrafías. Así hallé primero una antigua espada, luego una capelina de tul, más adelante un echarpe de seda, bajo un arbusto una pipa y enredada en la maleza una muñeca de trapo. No podría haber constatación más elocuente para mi teoría que aquellos objetos que denotaban el paso del tiempo. Estaba frente a un hallazgo de un valor incalculable.

No he tenido buena noche, una inquietud creciente parece apoderarse de mis sentidos. He intentado dispersarme pero mis sentidos me conducen a la biblioteca donde tengo oculto el libro. No permitiré, mientras viva, que me lo arrebaten sin sacar por él una recompensa cuantiosa. He colocado mi testimonio a modo de advertencia entre las hojas del manuscrito. Si alguien algún día encuentra estas palabras será porque no pude vencer la tentación.

Puedo verme sentado frente al ejemplar, puedo observar mis manos ágiles delirando en un universo fantástico. puedo. puedo sentir que la sangre se enciende como lava en mis venas. quisiera que este engendro no alcanzara a nadie más. quisiera. pero ya es demasiado tarde.

 

La última tentación.

 
         
         
         
         
         
        © María de Lourdes Massimino Datos sobre el autor  
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