Es
de noche.
El viento helado azota los médanos y despeina las copas
de los árboles. El mar luce fantasmagórico,
parece una cordillera de sal y espuma. Noche de pájaros
dormidos en refugios de ramas y hojas secas. Noche quieta
en el silencio de los caracoles que reposan su nácar
en la orilla.
Adentro
el calor de la chimenea envuelve la pasión de los enamorados.
Leños que enrojecen, llamas que danzan. Dos bocas sedientas
que paladean la vida en copas de licor de arándano.
El sonido del mar amordazado tras el vidrio acompaña
desde lejos a otros sonidos más próximos. Del
roce de los labios y la adoración de los cuerpos nace
un pacto secreto. Novios pareciera una palabra en desuso para
nombrar el amor entre una mujer de cuarenta y tantos y un
hombre de treinta. Amantes suena distinto. Lleva la audacia
de amar a pesar de todo.
Podría
detenerse la Tierra en su rotación. Podría acabarse
el tiempo en un suspiro. Santiago y Emilia no lo notarían
en el frenesí de sus caricias. Embriagados por la presencia
del otro. Poseídos por sus gestos amorosos. Sienten
sus vidas plenas. Sólo el presente.
La
luz de una lámpara de pie inunda de sombras la quietud
de la piedra en la pared. Cobra vida la materia inerte. Dos
figuras aletean en sus ansias, ondulan en el muro frío.
La cabaña se estremece, siente en su seno las vibraciones
de una pasión inusitada. El hombre la mira mientras
ella juega con sus pies desnudos. Masajes suaves de manos
de princesa. Santiago pondría la vida entera en esas
manos blancas. Emilia improvisa una rutina de caricias y besos
pequeños. Como quien explora un tesoro recién
hallado la seduce el cuerpo de su amante. Siente curiosidad
por conocer sus sensaciones. Se le eriza la piel en el contacto
intenso. Se funde en la emoción de sentirse correspondida
en la búsqueda. Aromas cítricos, aceites aromáticos
todo se suma a este rito de placer. Manos de seda sobre un
cuerpo entregado al goce. Embrujos de mujer enamorada. La
claridad del fuego baña la silueta de Emilia. Su cabellera
cobriza parece lava incandescente sobre su espalda desnuda.
Sus pechos pequeños se tiñen de color naranja,
como si el fuego pudiese acaramelar tanta dulzura.
Un
llamado a la pasión en su oído. Un hombre insaciable
reclama su cercanía. La pasión estalla y se
apodera de los dos. La doncella se funde en el calor de su
amado. Un silencio cómplice abanica el vaivén
del deseo. Y el placer se desata como un alud, irrefrenable.
Las compuertas están abiertas, pueden unirse los más
recónditos lugares de sus almas. En la cumbre de este
amor los miedos se derriten como las nieves eternas ante el
ímpetu del sol.
|