Martín
comía sopa.
La sopa era comida por Martín.
La mutilaba con una cuchara. Los trozos eran ruidosamente
devorados: succionados de una forma repugnante.
A Martín nunca se le hubiera ocurrido la idea de mutilar
la sopa con un tenedor.
Nunca lo intentaría.
Le habían dicho que si mutilaba la sopa con un tenedor,
luego ésta se regeneraba y volvía a ser como
al principio.
No se podía herir la sopa con tenedor.
Martín no necesitaba que se lo demostraran: se lo había
dicho su mamá, y se lo creía.
Martín siempre creía a su madre. Tenía
fe en lo que le decía.
Martín creía a su madre.
Su madre era creída por Martín.
Siempre le decía cosas evidentes. Come tu sopa con
cuchara. No te manches la camisa. Sé bueno en el cole.
No tengas pensamientos impuros.
Martín no comía sopa con tenedor, intentaba
no mancharse la camisa, era bueno en el cole y le parecía
que nunca tenía pensamientos impuros, aunque a decir
verdad, no sabía exactamente lo que era un pensamiento
impuro.
Los negritos se morían de hambre porque eran unos vagos
y no trabajaban. Martín no necesitaba que se lo demostrasen,
creía lo que le decía su enorme padre.
La familia estaba reunida alrededor de la mesa: comían
sopa mutilándola con cucharas. El aparato televisor
gruñía encendido. Los cerebros recibían
pasivamente imágenes de niños africanos desnutridos.
Pobres negritos. No tienen qué comer dijo
su madre evidentemente.
Que se jodan. Los negritos son gandules. Que trabajen
dijo su padre tristemente.
El padre de Martín siempre decía cosas tristes.
Martín creía a su padre.
Su padre era creído por Martín.
Un buen día de primavera, Martín se sintió
solo. Nadie lo apoyaba. Nadie le quería. Era una nada
ambulante, una triste nada que sobraba en el paisaje.
Ése
estaba siendo un triste día de primavera.
Martín se sentía muy frustrado. La vida no se
llevaba bien con él. Pidió consejo a su madre.
No tengas nunca pensamientos impuros fue la respuesta.
Probó luego con su padre.
Si no trabajas te morirás de hambre.
Martín, mientras florecían los vegetales según
el orden establecido por el ciclo biológico, se puso
a llorar. Al día siguiente, Martín se afeitaba
la cabeza e ingresaba en una pandilla de nazis. Un muchacho
cabecicubo era el cabecilla de esa pandilla de nazis.
No mutiléis negritos con bates de béisbol
les contaba. Los que machaquemos no tienen que
volverse a levantar. Pasad directamente al cuchillo.
Martín creía a su cabecilla.
Su cabecilla era creído por Martín.
No se mataban negritos con bates de beisbol: éstos
se regeneraban. Se curaban y volvían a ser como al
principio. Se tenía que pasar directamente al cuchillo.
Un día de verano, mientras fructificaban los vegetales
según el orden establecido por el ciclo biológico,
los nazis fueron a mutilar negritos.
Toma, gandul, que eres un vago y no trabajas. dijo
Martín matando.
Martín mataba negros.
El negro era matado por Martín.
Era un sucio negro que no valía nada. Sólo era
un gandul.
No trabajaba.
Merecía la muerte.
Martín pensó en lo que acababa de hacer. ¿Había
hecho el bien? ¿El bien había sido hecho por
Martín? Pensó en todo lo que le había
ido diciendo su mamá a lo largo de su vida.
Martín seguiría mutilando la sopa con cuchara.
Martín intentaría no mancharse las camisas con
sangre de negrito.
Martín sería bueno en el cole.
Martín seguiría asesinando negritos vagos que
no valían nada.
Martín acababa de asesinar a un pobre negrito.
El sucio negrito vago que no valía nada acababa de
ser asesinado por Martín, que pasó a sentirse
muy orgulloso de no haber tenido nunca ningún pensamiento
impuro.
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