Ignoro
quiénes son, pero sé que uno de ellos
profetizó, en la hora de su muerte,
que alguna vez llegaría mi redentor.
La casa de Asterión, de Jorge
L. Borges
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Fui
concebido una noche de luna, en un pueblo pequeño
de la provincia de Misiones. Hace años que estoy recluido
en este laberinto de color verde. Mi madre, la hija de un
poderoso estanciero; mi padre, alguna bestia del campo. No
soporto la luz, he pasado tanto tiempo en las tinieblas que
he olvidado mi rostro.
Me arrojaron al polvo del camino, con apenas un día
de vida, me recogió una anciana. Si he sobrevivido
hasta hoy es por mi instinto animal. La que me crió
murió hace rato. No conozco otro mundo que estas paredes
sucias y este piso de barro en el medio de la selva. No he
hablado en años, por lo que mis palabras se han ido
perdiendo en mi débil cerebro. En el pasado un hombre
se internó en mis dominios, no salió vivo de
mis manos como garras. Desde entonces nadie ha pisado estos
parajes.
Todas
las noches vigilo los alrededores, desconfió de la
claridad y he desarrollado mis sentidos para cazar a oscuras.
En una de mis incursiones escuché ruidos como truenos,
pero para mi sorpresa el cielo estaba sin nubes. Fue entonces
cuando olfateé en el aire ese aroma desconocido. Volví
corriendo a mi refugio, algo estaba pasando.
Sí,
algo está pasando, las montañas crujen, los
árboles amanecen degollados. Ellos están allá
con sus monstruosos gigantes de metal; los he visto moverse.
Amenazan mi madriguera, la tierra vibra. Ellos vendrán
por mí, lo presiento. Los temblores de la roca y el
olor exótico me están cercando. No estoy asustado,
los espero hace tiempo, vienen a librarme de este destino
de indiferencia y desamor. Yo aguardo en mi útero de
paja y barro, llega el día. Por fin veré la
Luz.
2003,
Buenos Aires - Argentina
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