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Manuel Garrido Palacios
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  38     El último sueño    

El último sueño

 
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Cercano aún el fatídico día en el que el Terminator y supuesto actor Schwarzenegger, a la sazón Gobernador de California, no moviera un músculo de su acartonada facha para salvar la vida a Stanley Tookie Williams, desestimando el grito universal que pedía el perdón para este hombre de 51 años, abro un libro recién editado por la Universidad de Valladolid, escrito por Juan Francisco Blanco, pacífico notario de costumbres, estudioso de lo que fue, de lo que pasó, de cómo éramos, que, bajo el título de La muerte dormida, desentraña la cultura funeraria en la España tradicional. Si la coincidencia es casual, que lo sea. Todas las muertes son la muerte. Y si no lo es, que se unan en estas líneas que, más que reseña bibliográfica acabará siendo crónica de un estado de ánimo de los que difícilmente se despegan. Y más si pensamos que el ritual de la muerte en la prisión, las horas previas, la cena rechazada, las voces de los carceleros, el ensayo de los verdugos, la minuciosa explicación de los compuestos químicos, la reacción de cada uno en el cuerpo, el minuto después de las doce y toda esa cruel retahíla de infamias no servirán para abolir semejante salvajada. Véase lista de espera.

El libro de Juan Francisco Blanco se inicia con el estudio de una diversidad conceptual de la muerte: o es un rito de paso hacia esa otra vida prometida o ahí se acabó todo. Habla de la agonía, del óbito en sí, de las señales de respeto, del velatorio, del traslado a la iglesia, de los cementerios, del luto, de las exequias, de la previsión voluntaria para el último sueño, de las cofradías, de la muerte de los dioses, de los animales que la barruntan, de las almas en pena y de los cruceros y capillas que nos la recuerdan cuando más felices estamos.

Aunque de la lectura de este documental escrito he aprendido muchas cosas que ignoraba, no he dejado de rumiar en todo el tiempo sobre esa muerte organizada, ese -como lo ha llamado alguien- «homicidio legal, inhumano y degradante» en el que, por decisión de unos señores, llamando a consulta a sus conciencias, ponen en marcha todo un frío y mecánico ritual, que seguro que pronto parirá libros y filmetes en la línea de la recreación del dolor.

El sentimiento hacia ese misterio llamado muerte difiere poco entre los seres humanos: nos aterroriza a todos, aunque sólo dure un segundo el tránsito. Mientras un enfermo late tiene toda su esperanza en pie de vida. Pero en el caso de Williams la fortaleza del latido ha sido lo de menos. Los de su misma especie deciden un día los latidos que le quedan y le imponen la angustiosa cuenta atrás, que es en sí misma la peor muerte que pueda tener una persona.

La diferencia de fondo dependerá de las creencias de cada uno, de la fuerza que hayan tenido para atenuar esa angustia. Y el final podría resumirse al modo tradicional, como el excelente estudio que ha hecho el Dr. Blanco en su libro citado, o contarlo escuetamente como un periodista desbordado por el asombro: «Williams recibió el líquido letal y levantó la cabeza dos veces para buscar en el vacío ¿qué, a quién? Luego la dejó caer sobre la almohada para no levantarla más».

 

El último sueño

 
         
         
         
         
         
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