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Manuel Garrido Palacios
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  38     El susto    

El susto

 
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El individuo despertó como cualquier día, pero vio un paquete envuelto en papel de regalo sobre la mesa del comedor. Llamó a la santa: «Oye, ¿quién ha traído esto?» La santa acudió envuelta en bata: «No lo sé, tarzanillo mío. Habrán sido los Magos de Oriente. Mira las fechas en las que estamos. Será que han venido a nuestra casa con dos días de retraso» Él dio muestras de dudas con la mano al mentón, estilo filósofo nocturno, y tras una meditación honda, en un rasgo de valentía decidió abrirlo. Tras el ruido del papel arrugado apareció un libro, todo un hermoso y sereno libro. El individuo corrió a esconderse en la cocina y a armarse de cuchillo para repeler la agresión que pudiera proceder de aquel objeto desconocido para él. «¿Qué haces, mi muñeco de tarta de bodas?», le preguntó ella. Él tartamudeó: «No sé de qué se trata; puede ser una bomba fétida, un genio maléfico, una docena de poetas recitando paridas o un político con ideas claras; no he visto nunca nada igual y lo mejor es que llamemos al guardia de guardia» Ella, que solía derrochar ternezas hacia el esposo, intentó calmarlo: «Mira, héroe, sea lo que sea, yo te tengo el armario preparado con toda clase de uniformes, desde el de antes de la República hasta el que se llevará esta temporada primavera-verano. Así que llama para que vengan a analizar el engendro y según veas, te cambias de camisa o de chaqueta y quedas la mar de bien»

Individuo y santa se sentaron frente al libro a esperar envueltos de cábalas de será esto o lo otro. Él se atrevió desde cierta distancia a levantarle la tapa con el mango de la escoba y las pastas crujieron levemente, ruido que justificó de inmediato que se parapetara tras la santa: «¿Lo ves, lechuguita mía?, el objeto tiene boca y nos puede tragar si nos alcanza. Seguro que el Mago que lo dejó no era de los míos y ha querido introducir este virus en nuestro dulce hogar» Ella se acercó dando una jalada profunda a la colilla en la comisura de los labios y observó: «Aquí parece ser que hay letras que dicen algo» Él la siguió y leyó en las pastas: «Catálogo de cambios de camisa, chaqueta y lo que haga falta. A los primeros que llamen se les regalará un sillón, un cargo y un sueldo más dietas» Él insistió: «Pero, ¿quién ha podido entrar en nuestras posesiones para dejarlo sobre la mesa del comedor?» Ella cerró: «Es que tú vales mucho, mi Roberto Alcázar y Pedrín, y creo que esto es una invitación para que te pongas la ropa adecuada, la de la otra vez, y empieces a disfrutar de un merecido futuro; para eso tu santa te tiene el ropero siempre a punto»

Él siguió a cuestas con las dudas: «¿Habrá sido aquel vecino de escalera que me aupó un día y que me manda una indirecta?» Ella celebró: «¡Ay, mi Capitán Trueno!, no me ilusiones con la idea de que vamos a volver a tener el móvil gratis, la tarjeta de gastos injustificables y las invitaciones de farol de las que gozábamos antes»

De pronto se abrió una ventana, entró el aire fresco y removió las páginas del libro con tal fuerza, que lo cayó al suelo, por lo que, individuo y santa lanzaron a coro un grito de espanto y corrieron campo a través hasta nadie sabe dónde.

 

El susto

 
         
         
         
         
         
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