Hay regiones enteras del Latinoamérica que viven de lo que ha dado en llamarse "turismo sostenible" o "comunitario", donde el término "turismo" implica una distancia irónica respecto al trabajo de las ONGs y los organismos internacionales de cooperación.
En muchos casos éstos han pasado a verse como una relación simbiótica gracias a la cual la parte más preparada de la clase media y alta del primer mundo -huérfana de iniciativas e ideales aplicables a su propia sociedad o existencia-, se alimenta de sentido y aventuras; mientras la parte más desfavorecida del tercer mundo sacia sus necesidades básicas.
Asimismo, el hecho de que el primer mundo distribuya su ayuda entre aquellos grupos que le parecen más exóticos o pintorescos ha dado lugar a una especie de carrera identitaria en la cual cada comunidad intenta parecerse, a toda costa, a aquello que el primermundista concibe como "auténtico".
Esto no supone tanto una recuperación de vestimentas o costumbres tradicionales como una reinvención de las mismas, esto es, una adaptación de la propia identidad a la mirada exotizante del "rastreador de necesitados".
Esta especie de "Bienvenido Mr. Marshall" latinoamericano explicaría, en parte, el resurgir de etnicidades que sólo se creen los primermundistas. Lo cierto es que, al gozar éstos de un enorme excedente vital y sufrir una enorme carencia de referentes, viven una profunda crisis de identidad que les lleva a proyectar sus ideas de "autenticidad" en otras partes del mundo para confirmar, de este modo, sus más recientes ficciones identitarias.
Dicho movimiento sería análogo al que se produce, según "la teoría de la dependencia", a nivel económico: el tercer mundo provee de materia prima identitaria y el primero la transforma en objetos de consumo político que, a su vez, impone y vende al resto del mundo.
|