Especial Manuel Garrido Palacios                  
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Manuel Garrido Palacios
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  37     Fabio el usurpador    

Fabio el usurpador

 
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He ahí el título de un bello relato de Juan Francisco Blanco recién publicado en Salamanca, que leo aún tibio del parto de la imprenta. El autor llama a su personaje usurpador , pero su perfil más responde al de un ¡Ave María Purísima! de los tantos que vagan por el mundo o al de un torpe mamporrero, mal atinador en poner el miembro del macho en la linde del empuje vital. Lo de usurpador lo fija sutil, sabiamente, no porque Fabio usurpe naderías efímeras por ahí, sino porque usurpa absolutamente el corazón materno de sor Benedicta, superiora del lazareto-cobijo, monja de levitación los viernes a la que un hipo llorón le impide contar al cura Tarsicio la huída inesperada del muchacho.

Podría traer aquí las traventuras de Fabio fuera de su ámbito, relación que haría enrojecer a no pocos pícaros, o recontar las maluras sufridas por sor Benedicta -aparte de sus experiencias místicas- por mor de los ecos fabianos llegados de sabe Dios, pero pienso que sería otra usurpación repetir párrafos tallados por JFB, gozo que también usurparía a los lectores del relato, soberanamente trazado en su complejidad, valga decirlo ya,

Prefiero exprimir la esencia: el amor nunca satisfecho que flota en sus renglones, la ausencia muda del ser deseado, la soledad sonora del ser deseante, la salida de seno y casa de quien tuvo necesidad de hacerlo para hacerse, el imposible olvido de su nombre en el angosto marco de la leprosería y el regreso del hombre horneado para ofrecer el fruto de sus vivencias a sor Benedicta, madre vicaria.

La historia de amor de Fabio y la monja va más allá de las que pintan extraños personajes para al final dejar el fondo intacto. No se diluye en un acá arracimado con los demás sentimientos; avanza y proclama un amor donde el espíritu se enseñorea, se desdice en decires sin meta, en tristezas sin horizonte, en generosas entregas de la propia vida en honor del amado que no está.

Quizás por una caricia fugaz disfrazada de retoque en el vestir, quizás por los esmeros al caer enfermo, quizás por la mirada delatora, quizás por la infinita melancolía que palia cada secuencia, a cualquiera de las monjas le puede pasar por la cabeza... ¿qué?. Él no echa de menos nada de esto hasta que la lejanía lo turba -macuto al hombro, sendero por delante-; toma de conciencia tras de la que ya no es quién ni para hilvanar latinajos pillados de memoria en uno de sus fallidos maloficios: el de predicador.

Fabio siente entonces la sima del vacío y regresa al origen. Sor Benedicta lo recibe en levitación letal en su celda, toda su bondad pendiendo del desespero de su toca, atada al cuello, sujeta a la viga, entre descargas húmedas y disciplinas secas. Se sorprende Fabio al descubrirle en el rostro un gesto apacible como quien acaba de alcanzar un sueño. Y es que no sabe que la lívida dulzura es la porción que la monja se propuso salvar de la usurpación y reservarla fresca por si un día de estos le daba por volver.

Pintado magistralmente el esquema, Juan Francisco Blanco, autor, no hace sino beber con delicadeza de la fuente invisible de los latidos y testificar el suceso con la elegancia de mano de un antiguo escriba.

Eso: por si un día de estos le daba por volver.

 

Especial Manuel Garrido Palacios

 
         
         
         
         
         
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