Especial Manuel Garrido Palacios                  
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Manuel Garrido Palacios
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  37     Artesanía.    

Artesanía

 
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Cuando te paras a ver cómo un artesano doblega la materia sientes el paso del tiempo. Cada crujir de anea, queja de madera, resople de mimbre, sudor de barro, pulso de torno o lamento de hierro en el crisol saben a siglos de búsquedas, hallazgos, avances. Y viajas atrás -o lo crees-, al origen lejano en el que otros nosotros vieron surgir de su afán el milagro humano de cualquiera de las técnicas que hoy parecen tan normales que a veces se menosprecian, se tildan de antiguallas inútiles, de asuntos para románticos desocupados. Por ahí anda la artesanía, entre el esfuerzo del hombre hábil por seguir haciendo algo útil y el regateo de quien va a comprarle una pieza que sólo usará para adornar un vacío hasta que se rompa.

Un día me paré ante un artesano en Montehermoso. Me dijo que años atrás el pueblo había contado con veintidós alfares y que ahora sólo quedaban dos ¿La causa? Habló del poco uso que se daba a los cacharros, de la fragilidad y de la diferencia de precio del suyo con otro de igual estampa, pero de plástico. Al querer conocer su sentimiento hacia ese material que le robaba la oportunidad de seguir con su trabajo heredado de siglos, con el cual había desarrollado su vida, cerró: «Yo no odio al plástico. El barro daba de comer a veintidós familias. El plástico lo mismo dará a cien o a mil. No vale apretar los ojos ante la realidad que llama a la puerta»

Uno, que se ve torpe para dar forma a una simple bola con una pellá de lama, puede decir con el poeta: «Yo sé pocas cosas, es verdad; digo tan sólo lo que he visto». Y he visto que el mimbre que se corta cuando se ventean los fríos, se moja para que ablande y pueda trenzarse. Mimbre de las mimbreras de Cuenca, por nombrar uno, o del Norte de Europa, o de Marruecos, por abrir su horizonte de siembra: mimbre que se cosecha en un desfile de estacas hincadas en tierra, estacas antes varas de medio metro escaso con varias yemas, yemas que paren tallos, tallos que crecen y engordan a voluntad del sembrador, que se siegan, se pelan y se amanojan para llevarlos al taller. Blancos entonces, pardean de tono si se mojan sin pelar. Cada vara se saja a lo largo y se divide en tiras, tiretas para hacer cestos o muebles ligeros, según el taller artesano. Los objetos para guardar cosas hechos con mimbre se refuerzan con lonchas de castaño en cantos, esquinas y patas. Con los cordones se va tejiendo la urdimbre hasta el remate, que suele ser un ribete. Luego viene la tapa y las asas que se precisen para elevarlo. Y todo con herramientas básicas como la lesna, la escofina, la garlopa, la gubia, la barrena..., hasta ver surgir de la nada la forma bella a compás de horas.

Pero la artesanía muere, aunque aún veas al artesano domeñar la materia y te parezca que el tiempo va a su ritmo, sin ser potro o nube, alga o veleta. Frente a sus manos hábiles, sólo te bastarán un dedo pulgar para marcar los números del móvil y un índice para señalar el programa que desees en vez de usar el mando a distancia. Pero mientras haces esto, el tiempo pasará a tu lado sin que seas capaz de retenerlo en un asombro, sin asumir que se marcha. Casi sin sentir que vives.

 

Especial Manuel Garrido Palacios

 
         
         
         
         
         
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