Especial Manuel Garrido Palacios                  
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Manuel Garrido Palacios
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  37     Ida y vuelta.    

Ida y vuelta

 
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Como los viajes abren la curiosidad ajena, tras una charla en cierto Foro sobre comarcas andaluzas una dama me pregunta por el lugar en el que suelo pasar mis vacaciones, y caigo de pronto en la cuenta de no haber viajado nunca con intención de pasar vacaciones; ni siquiera he elegido una época para ir a sitio alguno. He corrido mundo, pero trabajando, viviendo el viaje desde dentro de los escenarios, con su gente y sus laberintos. Podíamos ir a Alemania, Afganistán, India, Nepal, Emiratos, regresar vía Roma y en Barajas estar esperándonos los billetes para seguir a Ecuador. Rodando la película Almutamid bajamos a Kenitra, Agmat, Fez, Casablanca y al embarcar en Rabat para Europa tuvimos que cambiar de vuelo y amanecer ni se sabe. A veces, al bajar de la habitación, he tenido que preguntar en la recepción del hotel dónde estaba.

Le respondo así a la dama para remarcar por qué jamás me sentí de vacaciones. No tuve tiempo de tener tiempo. Creo que me aburriría si adoptara el papel de turista, aunque sea un placer que te paseen sin otra preocupación que ocupar tu asiento. No niego que los descansos por ahí los he llenado de ver, comprar y divertirme, como cualquiera, pero jamás fue ése el móvil del viaje. Hoy sigo igual, pero controlo yo. Me gusta moverme por España, Italia y Francia en primavera y otoño. Si salgo en verano es por un evento especial. Y para exotismos ahí están el Algarve, Marruecos o Túnez al alcance de la mano.

Tras tanto meneo parece un tópico decir que el mejor viaje es el que se hace al interior de uno mismo, y que el ambiente no existe, sino que va contigo, pero es verdad. La dama insiste en que amplíe mi vaga respuesta con recomendaciones. Le digo que cuando se sale no es bueno hacerlo como el norteamericano, que sólo come y bebe su hamburguesa y su bebida oficial, sino que hay que probar lo de cada cocina, aunque a veces duela el almuerzo. En Benarés fui a un restaurante donde servían unos gambones gigantescos a la brasa. Alabé tanto el manjar que el dueño vino para decirme que el marisco procedía de la desembocadura del Ganges en Bengala, lugar donde rodaría después un ritual funerario en el que ataban pesas a los pies del muerto para echarlo al fondo del río. Añadió: 'Por eso los gambones son tan grandes: están bien alimentados'

Hasta que no se vuelve de donde sea no se sabe qué se hizo. Como dijo aquel: 'Hasta que no pase el último cura no sabes los curas que van a pasar' Aclaro que en la respuesta a la dama y en lo que digo aquí no incluyo París ni Florencia. No caben estos gozos en ningún discurso. Son puntos de los que uno tiene hambre constante porque fueron creados para romper normas y justificar contradicciones.

De vuelta a este sur de Europa pienso en aquel tiempo: podía estar ayer en Alaska y hoy en la Amazonia. La pantalla se lo tragaba todo. Como cundía el curre, hasta el montador se sumaba al viaje del frío, del calor, de las fronteras, de las vacunas, de la abundancia, de la escasez. De la vida. En la Filmoteca está el fruto. Algunas noches veo secuencias mías insertadas en otros trabajos y me digo bajito: 'Nadie sabe su historia'.

 

Especial Manuel Garrido Palacios

 
         
         
         
         
         
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