Entrevista
Antonio José Ponte nos recibió en su casa de La Habana vieja, en unos días de mayo de 2005 en que la ciudad estaba paralizada por las marchas castristas y los actos de disidencia.
P. —¿Escribir en Cuba es un acto de heroísmo para ti?
R. —Sí y no. Yo creo que podría decirse que vivir en Cuba, hacer lo que sea en Cuba, es un acto de resistencia o de continuidad, y eso lo hace un acto de heroísmo. Puede ser escribir, o ejercer la medicina, puede ser trabajar como ingeniero, filmar cine o criar un hijo... es decir, en las condiciones cubanas vivir es harto difícil y se puede ver como heroico todo. Cualquier pequeño acto cobra una dimensión gigantesca. Yo recuerdo una cita de una carta de José Lezama Lima a su hermana donde dice que conseguir una cabeza de ajo es una tarea heroica... entonces, si se ve así, es un acto heroico.
Aunque descreo mucho del heroísmo del escritor, del heroísmo del artista. Soy bastante escéptico al respecto. Creo que hay mucha, demasiada literatura sobre la dificultad de hacer literatura. (Ya me cansa.) Los médicos no hablan tanto de cuánto cuesta curar a un paciente, de cuán difícil se hace curar personas. Los ingenieros no hacen tanta alharaca alrededor de lo que cuesta, en esfuerzos y pensamientos, tender un puente. Así que si decides que tu trabajo es escribir, házlo. Y no armes tanto ruido sobre lo difícil que es trabajar, que el ruido lo haga tu trabajo.
P. —En tu ensayo El abrigo de aire desmitificas la figura de José Martí. ¿Es producto de las pesadillas que ha provocado el sueño "origenista"? R. —Más bien es producto de las pesadillas que ha originado el sueño revolucionario. Orígenes, en el sentido de mitificar a Martí, llega tarde. Martí ya estaba mitificado. Orígenes magnifica a Martí, quizás. Pero la estatua de Martí estaba ya bastante hecha cuando llegan los "escultores" de Orígenes. Ellos le dan el toque final, lo magnifican.
La revolución cubana de 1959 ha sido el hecho contra el que yo escribo ese ensayo. Contra las manipulaciones de José Martí desde el poder político revolucionario cubano. Contra la legitimación de un gobierno a través de un escritor, y de una figura histórica como José Martí. Mi ensayo carga, sobre todo, contra el provincianismo de tomar a Martí como autor ineludible, infalible, que no puede ser discutido como cualquier otro autor por grande que sea. Pues me parece escandaloso que puedan hacérsele reproches a la obra de Shakespeare, de Esquilo o de Dante, y ninguno a la irreprochable obra literaria de José Martí. Sumamente escandaloso porque, evidentemente, Martí no es Dante ni Shakespeare. Pero en Cuba parece cobrar una escala mayor. (Las islas, ya se sabe, padecen de problemas de escalas. Las islas y las provincias...)
Yo no encuentro, por ejemplo, muchas compensaciones como lector en la novela y el teatro escrito por Martí. Su problema en esos géneros parece estar en el didactismo. Me parece intuir que Martí no confiaba en la capacidad de entretenimiento de la literatura. El debió creer más en lo utilitario de ésta. No creo que a Charles Dickens dejara de interesarle la moral, pero más le interesaba retratar personajes, hacer sus caricaturas... Las crónicas de Martí, sus cartas -a pesar del victimismo que destilan- son grandes, es gran literatura. Pero su teatro y su novela, pese a los adoradores que sostienen lo contrario, resultan espantosos. P. —¿Quiénes son tus maestros?
R. —Entre los cubanos, Piñera, Casal, Lezama. No sé si yo los merezco o no. Los adopto, los vivo. Luego ellos, como cuando me arrimo como alumno, me pueden entrar a balazos. Pero en este momento (y puede que escribir algunos ensayos haya sido liberador) no siento el peso de la tradición cubana. Me molestan los estudios sobre autores cubanos que rastrean solamente influencias de otros autores cubanos. Me molesta esa endogamia en la búsqueda de fuentes. Y con frecuencia se da el caso de que, al revisar la biblioteca del autor al que analizan, se la descubre compuesta mayormente de autores extranjeros y, a juzgar por sus anaqueles, lo que menos parece haber leído son autores cubanos.
P. —¿Y tus referentes en la literatura universal?
R. —Supongo que Montaigne, Marcel Proust, Virginia Woolf, Borges. Quisiera no equivocarme. Borges habló de que no pasaba un día sin pensar en Chesterton. Y no es que yo no pase un día sin pensar en Borges, pero no pasan muchos días en que no piense en Borges, lea a Borges o recuerde una ocurrencia suya. (Por su arsenal de ocurrencias, Borges viene a ser en la literatura escrita en español como la tropa de los hermanos Marx.)
Más referentes: Octavio Paz hace algún tiempo, ya no. Ahora me parece el ejemplo fallido de lo que son Borges y Lezama. Un enciclopedista fallido, y aventuro que va a seguir decayendo. Es un enciclopedista que, a diferencia de Borges y de Lezama, se tomó a sí mismo en serio. Y para tal seriedad estaba mal situado en el tiempo. Tal vez colocado un poco antes que Alfonso Reyes...
¿García Márquez? Lo he leído y me parece un autor para adolescentes. Es el Salinger latinoamericano. Con menos conflictos emocionales que Salinger. Ya pasará.
P. —¿Y no tiene que ver con sus ideas sobre Cuba? R. —A García Márquez le reconozco una gran fluidez narrativa. Le reconozco una gran cantidad de motivos que se han desgastado con el tiempo.
Pero es un escritor sin profundidad que no merece relecturas. Cuando lo vas a releer es como seda que vas a acariciar de nuevo y se te deshace en las manos. Muy poco denso García Márquez. Aunque quizás las Mil y una noches tampoco sean densas.
Sin embargo, las Mil y una noches eran cuentos de mercado, para contar en caravanas. Y estamos hablando de lo escrito.
En García Márquez, como en tantos otros escritores del "Boom", hay mucha falsa profundidad. Pero al menos él no ha tenido las pretensiones balzacianas de Carlos Fuentes de construirse una Comedia Humana. Uno compara Cien años de soledad, por magnífica que sea, con Pedro Páramo y sabe dónde está el talento y dónde el gran escritor.
A Alejo Carpentier lo leí de muy joven. Entonces me interesó mucho y luego perdí todo interés por sus novelas. Es un gran escritor, aunque tiene demasiados defectos de novelista francés. (Pienso en la novela francesa posnaturalista. En cierto Huysmans, por ejemplo.) Un gran trazador de dioramas, de panoramas, pero no hace personajes, personas, situaciones. Un magnífico dibujante de telones. Y en ese sentido tiene el toque hierático del clasicismo francés. Y está, luego, su conducta personal, su oportunismo político, su servilismo.
P. —¿Y autores españoles?
R. —Cervantes, Quevedo. Me interesan algunos pocos, muy pocos, autores actuales. En Cuba, como en muchos otros países de América, hay mucho interés por la Generación del 27. No comparto ese gusto. Si me interesa Cernuda es por lo poco español que lo encuentro. Y casi nada me interesa Lorca, contagioso al ser leído en la adolescencia. (Poeta en Nueva York me parece uno de los libros de poesía más fallidos que conozca. Me parece el acercamiento de un gran poeta, de un excelente poeta, a una poesía que absorbe en ese momento pero que aún no digiere. Ni digerirá nunca a la larga.)
De la actualidad me interesan algunos autores españoles, pero no los más promocionados me temo. De allá siempre estoy buscando curiosidades, excéntricos, regionalistas, arrinconados...
P. —¿Te interesan los discursos identitarios? Entre la Cuba ninguneada de Casal o Piñera con su discurso del No y la Cuba mitificada de Vitier, ¿donde te sitúas? R. —El discurso del No cubano tiene una ventaja y es que supone el discurso del Sí. El discurso del Sí no supone el discurso del No. Y en mucho gracias a Piñera y a Casal no siento ya la nada cubana. Tanto uno como el otro se quejaban de la nada cubana porque la estaban llenando. Claro, un escritor siempre tiene que agregar algo. Tú crees que tu misión es agregar algo. Entonces tienes que creer que hay un vacío para llenarlo.
Por otra parte, tampoco existe una rotundez cubana. No creo que el arte cubano sea tan rico como predican por el mundo sus conferencistas. Aunque tampoco ha de ser tan pobre como afirmaban Piñera y Casal. Entre otras cosas, porque existen ellos dos.
P. —Háblanos de tu condición de poeta.
R. —Ser poeta es el centro de toda mi vida literaria. Me interesan mucho aquellos novelistas o prosistas que son, aunque sólo episódicamente, buenos poetas. Pienso, por ejemplo, en Malcom Lowry, reconocido por sus novelas, que tiene poemas maravillosos. Ésa sería mi justificación, mi pretensión. Porque me duele contar con una producción poética tan escasa.
A veces me siento desvergonzadamente estéril como poeta. Me digo: bueno, sigues la poesía por otras vías y es preferible ser estéril antes que vanamente locuaz. En resumen, todo un caso de conciencia, difíciles relaciones con la Musa.
Pero más allá de mi caso personal, creo que un escritor, se dedique al género que sea, tiene una raíz poética. Al comparar Pedro Páramo y Cien años de soledad (vuelvo a lo anterior), se percibe que Rulfo tiene un misterio que no tiene García Márquez. No importa que Juan Rulfo no haya escrito un solo poema. No importa si era un lector habitual de poesía, la poesía estaba en su centro.
Calculo que alguien que ha escrito libros de distintos géneros piensa ¿y ahora qué voy a hacer? Me estoy repitiendo, ¿cómo voy a variar? En esos ires y venires piensa por qué no publicar más poesía. Por qué no sentarse a revisar los poemas que ha estado escribiendo. Pero también ha de reconocer que la poesía no paga. No sirve para vivir. Y, entonces, entre entregar un libro de poemas y escribir un artículo, se escribe un artículo. Se va el tiempo en la escritura de muchos artículos, de otras páginas.
Yo podría (espero que no sea así) no escribir un poema más. Y tal vez mi único libro de poemas publicado no me haga destacar mucho como poeta. Pero la poesía no dejará de ser el cimiento sobre el cual puedo levantar cualquier edificio. Ese edificio podrá ser un hospital o una cárcel, pero tendrá poso debajo. Y aspiro a que ésa sea siempre su fundación.
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