P O R T A D A       faldas    
      Manuel Garrido Palacios   punto de encuentro
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Ayer se unieron en un 'para siempre temporal' tras las tapias del cementerio el Picolabio y la Manoli, ambos de sobra conocidos en el ámbito del chaboleo: él, por su porte afarinao; ella, por el son recio de su cuerpo, ombligo abajo, a tanto el casco, sin guarrerías. Los amigos no excusaron su ausencia a la ceremonia, ni tampoco fueron invitados a la misma, tan repentino fue el suceso, pero serán notarios de por vida de dicha unión, ya, de entrada, sentida de arrejunte, borrando de su memoria cualquier huella que pudiera enturbiarla, sin suelte de lengua ni amago de intención, a menos que se las vean con el Picolabio, que arrea estopa y no pregunta. De trámites previos sacó el novio a la novia de casa sin más protocolo que el de la prisa, puro nervio y laberinto. La presunta suegra, tía Inmaculada, hastío en el alma, reuma traidor, quedó a la puerta, abatida, inerme ante la decisión de la Manoli, lavando luego su virginidad por cuatro veces con el mismo rezo: 'Ya que el mío no come, que beba'.

La novia lucía atuendo algo rozado de barro, falda de sobrios manchones, ropa interior manida, desmelene que para nada realzaba su hechura; el novio, conjunto medio de pana, o sea, pantalón a secas, parches en rodillas, roales en la culera y camisa al bies sudada de mil afanes. El calzado, leve de piso, respondía a la moda de hacer duras las plantas. Con el desasosiego de última hora no rescató la Manoli del techo de lata el terno festivo; éste quedó allí como tiesa cáscara de noches de labor frente a los botos de tacón alzado, recién dada saliva de lustre.

La chabola de tía Inmaculada acogerá en el futuro a la pareja nada más concluir su luna de miel, o sea, desde ayer mismo. Con un barrido de apaño, la vivienda seguirá el modelo arquitectónico del entorno: ladrillo basto, parches, trancas, bidones en canal, suelo de tierra, retrete en bares o descampados y desconsuelos donde buenamente caiga.

Los vecinos no repararon en ellos por cuanto las respectivas familias habían secreteado el romance, no por temor a ser pasto de revistonas rosas, sino por pura indiferencia de que fuera a cuajar en un pronto de ventolera. Vale que era de los que se ven venir, pero, mira, como dijo tía Inmaculada entre toses: 'lo que tenga que ser, será sin que nadie lo empuje'. El Picolabio tiene trabajo asegurado en el paro, y la Manoli dejará de oficiar con otros para estar junto a él, así vaya al infierno montado en un rayo. El nuevo conjunto humano será conocido como Picolabio el de la Manoli o Manoli la del Picolabio.

La música del rito, fraguada con los ruidos distantes, no fue para los novios coro de ángeles vomitones, sino nada, barullo, aire. De arras usaron el entrelazo de manos en el choque agotador de un amor hecho en pie contra la cal, a plena luz, a jadeo entero, a pulmón desfondado. Tras el derringue final, uno y otra pronunciaron las frases propias del compromiso. El Picolabio dijo: 'Mira, Manoli, yo ando por ahí huye que te pillo, hecho un trapo, y tú, lo mismo, puteo va, puteo viene; ¿te cuadra que nos juntemos para darnos calor y compaña?' Y ella contestó: 'Bueno'.

   
             
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