Ayer
se unieron en un 'para siempre temporal' tras las tapias del
cementerio el Picolabio y la Manoli, ambos de sobra conocidos
en el ámbito del chaboleo: él, por su porte
afarinao; ella, por el son recio de su cuerpo, ombligo
abajo, a tanto el casco, sin guarrerías. Los amigos
no excusaron su ausencia a la ceremonia, ni tampoco fueron
invitados a la misma, tan repentino fue el suceso, pero serán
notarios de por vida de dicha unión, ya, de entrada,
sentida de arrejunte, borrando de su memoria cualquier
huella que pudiera enturbiarla, sin suelte de lengua ni amago
de intención, a menos que se las vean con el Picolabio,
que arrea estopa y no pregunta. De trámites previos
sacó el novio a la novia de casa sin más protocolo
que el de la prisa, puro nervio y laberinto. La presunta suegra,
tía Inmaculada, hastío en el alma, reuma traidor,
quedó a la puerta, abatida, inerme ante la decisión
de la Manoli, lavando luego su virginidad por cuatro veces
con el mismo rezo: 'Ya que el mío no come, que beba'.
La
novia lucía atuendo algo rozado de barro, falda de
sobrios manchones, ropa interior manida, desmelene que
para nada realzaba su hechura; el novio, conjunto medio
de pana, o sea, pantalón a secas, parches en rodillas,
roales en la culera y camisa al bies sudada de mil afanes.
El calzado, leve de piso, respondía a la moda de
hacer duras las plantas. Con el desasosiego de última
hora no rescató la Manoli del techo de lata el terno
festivo; éste quedó allí como tiesa
cáscara de noches de labor frente a los botos de tacón
alzado, recién dada saliva de lustre.
La
chabola de tía Inmaculada acogerá en el futuro
a la pareja nada más concluir su luna de miel, o sea,
desde ayer mismo. Con un barrido de apaño, la vivienda
seguirá el modelo arquitectónico del entorno:
ladrillo basto, parches, trancas, bidones en canal, suelo
de tierra, retrete en bares o descampados y desconsuelos
donde buenamente caiga.
Los
vecinos no repararon en ellos por cuanto las respectivas familias
habían secreteado el romance, no por temor a ser
pasto de revistonas rosas, sino por pura indiferencia de
que fuera a cuajar en un pronto de ventolera. Vale que era
de los que se ven venir, pero, mira, como dijo tía
Inmaculada entre toses: 'lo que tenga que ser, será
sin que nadie lo empuje'. El Picolabio tiene trabajo asegurado
en el paro, y la Manoli dejará de oficiar con otros
para estar junto a él, así vaya al infierno
montado en un rayo. El nuevo conjunto humano será
conocido como Picolabio el de la Manoli o Manoli la del
Picolabio.
La
música del rito, fraguada con los ruidos distantes,
no fue para los novios coro de ángeles vomitones,
sino nada, barullo, aire. De arras usaron el entrelazo
de manos en el choque agotador de un amor hecho en pie contra
la cal, a plena luz, a jadeo entero, a pulmón desfondado.
Tras el derringue final, uno y otra pronunciaron las
frases propias del compromiso. El Picolabio dijo: 'Mira,
Manoli, yo ando por ahí huye que te pillo, hecho un
trapo, y tú, lo mismo, puteo va, puteo viene; ¿te
cuadra que nos juntemos para darnos calor y compaña?'
Y ella contestó: 'Bueno'.
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