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"Sur
ce sentiment inconnu dont l'ennui,
la douceur m'obsèdent, j'hésite à
apposer
le nom, le beau nom grave de tristesse.
C'est un sentiment si complet, si égoïste
que j'en ai presque honte alors que la tristesse m'a
toujours paru honorable.
Je ne la connaissais pas, elle, mas l'ennui,
le regret, plus rarement le remords.
Aujourd'hui, quelque chose se replie sur moi comme une
soie, énervante et douce,
et me sépare des autres."
"A
ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura
me obsesionan, dudo en darle
el nombre, el hermoso y grave nombre
de tristeza. Es un sentimiento tan total,
tan egoísta, que casi me produce vergüenza,
cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No
la conocía, tan sólo el tedio,
el pesar, más raramente el remordimiento.
Hoy, algo me envuelve como una seda,
inquietante y dulce, separándome
de los demás."
(Párrafo
primero de la novela
Bonjour, tristesse, de
Françoise Sagan)
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Título
original: Bonjour, tristesse.
Director y productor: Otto Preminger.
Guión: Arthur Laurents, a partir de la
novela homónima de Françoise Sagan.
Fotografía: Georges Périnal (Cinemascope/Technicolor).
Música: Georges Auric.
Nacionalidad: EE.UU., 1957.
Intérpretes: Deborah Kerr (Anne Larsen),
David Niven (Raymond), Jean Seberg (Cécile),
Mylène Demongeot (Elsa Mackenbourg), Geoffrey
Horne (Philippe), Juliette Gréco (la cantante),
Walter Chiari (Pablo).
Duración: 90 minutos.
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El
fallecimiento de la escritora Françoise Sagan (1935-2004),
que tuvo lugar el pasado mes de septiembre, ha despertado
la melancolía de todos aquellos que tuvimos la oportunidad
de leer alguna de sus novelas durante la adolescencia. Sagan
fue una rigurosa retratista de esa clase media francesa inmersa
en la amoralidad, el hedonismo y el hastío. A los 69
años de edad, ha dejado tras de sí una obra
literaria compuesta por una cuarentena de escritos, entre
novelas, piezas teatrales, guiones cinematográficos
e incluso letras de canciones.
Procedente de una familia de clase acomodada, Françoise
Sagan se vio seducida por el modelo de vida que ella misma
proponía a través de sus obras: un espíritu
de culto al placer y a la ociosidad de los casinos y las fiestas
galantes, cuyos excesos eran descritos por la autora con cierta
ironía.
En el verano de 1954, apareció editada su primera novela
Bonjour, tristesse, escrita el año anterior
cuando Sagan tenía apenas 18 años. La publicación
del libro se vio rodeada de una gran polémica a causa
de la escabrosa temática que abordaba y de la juvenil
edad de la escritora.
Semejante controversia despertó el interés del
cineasta norteamericano de origen vienés
Otto Preminger, especializado en películas de contenido
controvertido. Preminger ha pasado a la Historia del Cine
gracias a un film noir sublime, Laura
(1944). Sin embargo, su producción cinematográfica
se caracteriza por el sentido crítico con el que abordó
la mayoría de los temas que resultaron candentes en
la vida social y política estadounidense de los años
50 y 60. Films como El hombre del brazo de oro
(1955), Anatomía de un asesinato (1959)
y Tempestad sobre Washington (1962), que reflejaban,
respectivamente, el mundo de la drogadicción, la corrupción
del sistema judicial y las argucias de las altas esferas del
gobierno. No es de extrañar, pues, que Preminger deseara
llevar a cabo una versión fílmica de la ópera
prima de aquella joven novelista francesa que había
sido calificada de "adorable pequeño monstruo"
por la opinión pública de su país.
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Los protagonistas de esta historia son Raymond, un padre viudo
y maduro que se entrega continuamente a conquistas amorosas,
y Cécile, su hija adolescente de 17 años que
empieza a vivir el despertar sexual. Ambos son seres frívolos
y egoístas que se profesan un mutuo respeto y complicidad
en su costumbre común de seducir a los demás.
Como todos los años, van a pasar juntos el verano:
esta vez a un chalet alquilado en la costa sur de Francia.
Allí se entregan a la vida despreocupada y alegre hasta
que, cierto día, se presenta como invitada Anne Larsen,
una mujer seria, disciplinada y culta, amiga de la difunta
esposa de Raymond. Desde su llegada, Cécile presiente
una amenaza que le estropeará las vacaciones y su incipiente
relación amorosa con Philippe. Los temores se hacen
verdaderos cuando su padre le comunica su intención
de casarse con Anne, quien, desde ese preciso instante, introducirá
un adoctrinamiento muy severo en la disipada existencia de
estos dos personajes. Como venganza por su intromisión
en las relaciones entre padre e hija, Anne se ve sometida
a las perversas maquinaciones de Cécile, que tiene
el propósito de poner punto final a los planes de boda
de Raymond y de restablecer el desorden moral propio de su
habitual vida bohemia. La joven manipula a su padre para que
reanude su romance con una de sus antiguas amantes. Desgraciadamente,
su esfuerzo tiene trágicas consecuencias: en un arrebato
de ira y humillación ante la laxitud moral de Raymond,
Anne huye del chalet en su coche y sufre un accidente mortal
en una curva de carretera. El desalentador resultado provocará
remordimientos en Cécile, despertándole un sentimiento
que jamás había experimentado: la tristeza.
Será el precio que su conciencia tendrá que
pagar por todos esos años de frenesí vitalista
e irresponsable.
Pese a no figurar entre las grandes obras de Otto Preminger,
Buenos días, tristeza (1957) fue el
resultado de una brillante colaboración entre profesionales
del cine. La elección de los formatos de Cinemascope
y Technicolor a la hora de filmar este drama en exteriores
de la costa francesa contribuyó decisivamente a reproducir
el ambiente de ostentación y lujo que rodea a esa clase
media ahogada en sus propios vicios. En ese sentido, el tratamiento
de la luz y los colores que convinieron Preminger y el operador
Georges Périnal resulta idóneo porque aporta
riqueza visual a la película.
Sin
embargo, el guión no está a la altura de las
grandes adaptaciones literarias. El doloroso contraste entre
el placer y el remordimiento se ve menos intensificado en
el film que en la novela. Los diálogos de Arthur Laurents
son algo insípidos en ocasiones y no consiguen transmitir
la contundencia de algunos pasajes vitales para entender la
contradicción interior de Cécile. Tal es el
caso del fragmento de la novela en que se explica cómo,
con su extraño accidente, Anne ha dejado abierta la
hipótesis del suicidio:
"Entonces
pensé que, con su muerte, Anne se manifestaba una
vez más distinta de nosotros. Si mi padre y yo
nos hubiéramos suicidado suponiendo que hubiéramos
tenido valor para ello, nos habríamos disparado
un tiro en la cabeza, dejando una nota aclaratoria con el
fin de que los responsables no volviesen a pegar ojo en la
vida. Pero Anne nos había hecho el suntuoso regalo
de dejarnos una enorme posibilidad de creer en el accidente:
un lugar peligroso, la inestabilidad del coche
Un regalo
que, por debilidad, no tardaríamos en aceptar. Y además,
si hablo ahora de suicidio, no deja de ser fantasioso por
mi parte. ¿Puede alguien suicidarse por seres como
mi padre o como yo, seres que no necesitan a nadie, ni vivo
ni muerto? Mi padre y yo, por lo demás, siempre hablamos
de ello como un accidente."
Por
otra parte, la traducción en imágenes del proceso
de despertar sexual y primeras experiencias de Cécile
sí que tiene una lograda expresión fílmica,
pero se debe más bien al modo en que Preminger supo
dirigir magistralmente a Jean Seberg en la pantalla. Seberg
aparece potentemente sexuada en determinadas secuencias que
transmiten una sensualidad equiparable a la que Sagan logra
en la novela con sus descripciones.
El acierto en la elección de casting de Jean
Seberg recibió una acogida tan unánime por parte
de la crítica francesa en la que, por aquel entonces,
militaban figuras tan señeras como François
Truffaut o Jean-Luc Godard que, al poco tiempo, la actriz
se convirtió en la protagonista de la emblemática
Al final de la escapada (1958).
El film adapta la narración en primera persona de la
novela como un largo flashback con voz en off,
que divide en dos momentos la estructura cronológica:
un pasado filmado en color, donde Cécile narra la experiencia
de aquel verano, y un presente filmado en blanco y negro,
donde es víctima de los remordimientos. Esta situación
da paso al monólogo interior de la protagonista, que
se lamenta del recuerdo insuperable de la muerte de Anne reflexionando
en torno a la vida disoluta que ha llevado siempre y que ahora
es incapaz de saborear.
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Su mayor vínculo con ese pasado es su propio padre,
con quien vive atrapada en una situación en la que
se obvian completamente las secuelas que la muerte de Anne
haya podido ocasionar en su relación y se elude el
sentido de la responsabilidad de ambos frente a esa pérdida.
El desamparo de Raymond se hace tan patente como el de su
hija cuando ésta le dice que quizás no le acompañe
el año próximo en sus vacaciones. Esa es la
dura reflexión final sobre la culpabilidad de la acción
irreflexiva que nos brinda Preminger con su habitual elegancia
escénica.
Aunque, en apariencia,
Buenos días, tristeza
pueda resultar un drama intrascendente, estamos, en realidad,
ante un revelador estudio sobre la vida disipada de una clase
social y sus consecuencias éticas y, al mismo tiempo,
también ante una reflexión quizás poco
profunda, pero no irrelevante sobre el conflicto entre la
búsqueda del placer y los remordimientos que, de ella,
pueden desprenderse por la vía de una conducta moral
irresponsable. De todas maneras, el éxito mayor de
esta obra literaria (y de su correspondiente versión
cinematográfica) radicó, sobre todo, en la identificación
que el público adolescente, en plena pubertad, podía
sentir frente al despertar sexual de la protagonista, que,
indudablemente, ha guardado siempre una estrecha relación
con la adolescencia de esa escritora libertina y sensual que
fue siempre Françoise Sagan.
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Bibliografía
recomendada:
SAGAN,
Françoise. Bonjour, tristesse,
Julliard, París, 1954.
SAGAN, Françoise. Buenos días, tristeza,
Cátedra, Madrid, 1996.
FRISCHAUER, Willi. Behind the Scenes of Otto Preminger,
Michael Joseph, Londres, 1973.
DIEGO WALLACE, José de. Otto Preminger,
T&B Editores, Madrid, 2003.
PRATLEY, Gerald. The Cinema of Otto Preminger,
A. Zwemmer/A.S. Barnes & Co., Londres-Nueva York,
1971.
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