"Hay
en esta ciudad una esquina en la que se fabrica el estrépito.
Tan cercana está de la muerte, tan letal es su apariencia,
que la fama de accidente ondea en el balcón con cada
golpe de viento, con cada asomo de brisa...".
Con estas palabras abre su libro Moratoria Javier Jover, y
con estas lo cierra: "Ignoraba
que soñaba, y despertó ya muerto".
En mitad de ambos dichos queda el aliento que nos cerca a
todos. Aliento colectivo de un mal día de marzo en
el que hasta las flores sintieron vergüenza de tanto
teñirse de rojo. No más sangre. "Ese
adentro tuyo en mi voz no se acaba", adentro compartido
en la "mitad exacta de una sombra,
entre alambres quebradizos de niebla, entre el óxido
cobrizo de un vacío tangible".
Jover
saca lo que le bulle o se expresa en voz baja
para que las palabras serenas vayan a plasmarse sobre el papel.
O grita: uno más que grita hacia su interior. "No
más sangre" quiere decir y dice, en suma,
el escritor que observa desde cualquier sitio triste un "ocre
muñón de luz" en la ciudad. El dolor
pare figuras y el poeta sólo se atreve a captarlas.
Es su llanto calmo, su plegaria, su verso dirigido "hacia
este cielo detenido". Ante un 11 M, sin más
nombres que los de los muertos, "busca
en el tiempo un anclaje, un resquicio de voz, una cita con
nadie. No intenta siquiera alcanzar el reflejo que ansía.
Sabe que allí se diluyen sin cesar las formas de la
nada más pura".
"Tristes
guerras si no son las palabras", decía
Miguel Hernández, muerto de frío una madrugada,
solo, en la innombrable trinchera del calabozo. Jover conoce
que las palabras son ese "dolor
contenido que apremia, ese cerciorarse a tientas del velo
ardido de estertor". La pena fluye del "incendio
antiguo de los días" para poner fechas
cada vez más cercanas, para intentar que esto sea otro
calabozo para el frío, "una
prisión de niebla diluida en el plasma laminado de
la arcilla, una senda sin luz".
Jover
el poeta ha querido "escribir los
versos más tristes esta noche", "postergando
el grito" hasta cuando la voz regrese del espanto.
Voz para dictar "verdad o sentencia
sin lindes" para que envuelva, como sudario de
ecos, "ese lugar candente"
en el que el suelo es "un lienzo
impenetrable".
Te pones a escribir al tiempo que "las
agujas de todos los relojes se bifurcan", y te
imaginas entonces cuánta luz hay "perdida
en el pozo de la memoria". Uno está en
su estudio cuando llega el libro Moratoria,
de Javier Jover, dedicado a la memoria de las víctimas
del atentado terrorista del 11 de Marzo en Madrid, y hecho
"a vivir siempre a expensas de
una precariedad turbada por la desesperanza impuesta día
a día", al leerlo siente de pronto que
aún queda fondo por tocar, allá abajo, en el
infinito abajo, donde ya no habitan ni las sombras. Fondo
frontera entre el ser y la nada. Fondo "implacable
de dudas, que la vehemencia renovada de su azogue"
pudiera ser un día "presagio
de vida".
Ante la sangre nunca supe qué decir. Sólo he
abierto el libro para que sus palabras vengan a posarse mansamente
en el aire tibio de la mañana.
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