Desde
que me conozco siempre
estoy «aquí». «Aquí»
es un aeropuerto, una estación de tren, un barco, un
parapente, un globo. «Aquí» es la habitación
de hotel donde suelo escribir en el reverso de los cuadros
de serie que cuelgan sobre la cabecera de la cama como una
amenaza a tu sueño. «Aquí» es la
621, la 616, la 313. «Aquí» es el «aquí»
de ahora, ante el folio en blanco en el que pinto un túnel
a través del cual pretendo llegar al «aquí»
que hay detrás de todo, esa página que el Destino
tiene ya escrita con tinta invisible.
Hace
poco asistí a un «aquí» que guardaré
en el alma como un tesoro. Fue el concierto organizado en
honor de George Harrison, evento del que me traje la impresión
de haber vivido un «aquí» congelado para
hacerlo despertar mañana. En el escenario no estaba
él, pero sí su obra, su formidable obra, mimada
por la London Metropolitan Orchestra, Eric Clapton,
Paul McCartney, Billy Preston, Ringo Starr y tantos otros
tipos geniales de un tiempo que fue un «aquí»
único en la música y en el estar de una generación;
un «aquí» que permanece y expande sus ecos
hacia las lindes de la historia por venir.
McCartney cantó Something acompañándose
de un simple ukelele; Clapton recreó los grandes solos
de guitarra, como el de Here comes the sun;
Preston hizo los coros a casi todo; Ringo sacó de su
breve repertorio Photograph y Honey don't,
sin olvidar con voz rota al amigo; la familia Shankar brilló
con el son del sitar, que tanto puso a volar la mente de George,
y el auditorio, gradas y tablas, se convirtió en un
mágico «aquí» irrepetible.
Brendan
Kemp, venido de Dublín para el caso, me proporcionó
la ocasión de hablar un rato con McCartney sobre su
presencia en el Algarve y de la gestación en el vecino
país de su Yesterday. Paul recordaba
su estancia en la zona de Lagos con cierta emoción,
sitio al que regresó tres veces cuando aún eran
cuatro los componentes del grupo. Después no quiso
volver más. Lo consideraba un «aquí»
merecedor de quedarse en el recuerdo tal como en aquel entonces
lo vio: una especie de apasionado Let it be.
No en balde parió en aquel viaje de los años
sesenta la melodía que fue cumbre: quizás el
«aquí» musical más bello del siglo
veinte. Esbozó las primeras notas de Yesterday
tras una siesta, medio la construyó esa noche y le
dio forma definitiva mientras el coche lo trasladaba a Lisboa.
Así fue. No vino a Huelva.
El «aquí» del concierto lo fijó
McCartney con una frase; diré mejor: con la palabra
que da nombre y adorna esta columna. Dijo: «George está
aquí». Harrison estaba en Taxman,
en I need you, y en toda su poesía universal
expuesta en la treintena de temas que tomaron forma sobre
las tablas. Poesía compartida por un auditorio en trance.
Y no digo mal.
Esta no es la reseña de lo que fue aquello; es no más
que la de un «aquí». No sé quién
decía, o si lo dijo alguien alguna vez, que la felicidad
no existe; sólo hay momentos felices. En ese tono añado
que un «aquí» feliz fue el concierto. Sin
nostalgia, sin el ansia de volver a nada. Otro «Déjalo
así» sin más, sumando lo vivido al
maravilloso «aquí» de estar a la hora justa
en el sitio adecuado.
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