A mi Padre, quien con palabras crea personajes.
Los seres humanos, desde el punto de vista vocal,
estamos más cercanos a las aves, pero en actitud,
de los felinos.
Ikram Antaki
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Alba
El
fuego es una fuerza primigenia recobrada en los soles que
bañaron los cuerpos desnudos de los pobladores homínidos
del valle africano del Rift, hace unos dos millones y medio
de años. Homo habilis y Homo ergaster
hicieron suyo el fuego tallando dos piedras o tomándolo
de las brasas de un árbol incendiado por una serpiente
de luz enviada con violencia desde el cielo. Nuestros ancestros
entendieron que el fuego tiene como esencia incorporar a su
condición aquello que toca y descubrieron que no acostumbra
compartir, que se alimenta de todo y que es un buen amigo
del viento, pero que huye de la esencia de nuestras vidas,
el agua. El fuego es tan intenso que quienes se queman, sienten
frío. En su flama habitan los ingrávidos azules
que recuerdan el espacio en el cual el horizonte fusiona al
mar con el cielo; amarillo es su rostro y en su centro habita
el blanco porque tiene la fuerza de la claridad.
El
fuego nos otorgó las sombras danzantes que fueron corporeizadas
inmediatamente por energías, conciencias y visiones.
La luz pudo ser dirigida y, en consecuencia, el fuego determinó
una distancia con nuestros predadores. Al marcar su territorio
con el fuego, nuestros antecesores se diferenciaron, ritualizaron
la necesidad gregaria y pudieron cocer la carne, lo que les
permitió tener un tracto digestivo más pequeño
y disfrutar de una experiencia onírica profunda. Más
tarde su laringe se desplazó a la parte inferior de
la garganta permitiendo así el nacimiento de una cámara
de resonancia que definió el lenguaje y en su proceso
evolutivo su masa encefálica se incrementó considerablemente.
Perdidas
en la neblina de la distancia, las primeras sílabas
pronunciadas por nuestros ancestros mostraron admiración
al producir fuego entre sus manos, y en su necesidad de compartir
el gozo, adjetivaron la causa-efecto del fenómeno.
Pasada la euforia colectiva llegaron a nuevas percepciones:
iluminar los rostros de manera intermitente, diferenciar entre
el sujeto y el objeto y, descubrir la fuerza de las sombras
producidas por el fuego. El lenguaje gesticular y corporal
fue paulatinamente reemplazado por las sílabas del
aire y su resonancia. Las voces decretaban, pedían,
exigían, modulaban el criterio de subsistencia de la
colectividad. Los cazadores desarrollaron la estrategia y
con ella un lenguaje de género. De igual forma, las
hembras resolvían sus raíces. Estas actividades
diferenciaron el tono y la intensidad de las palabras. Proveedores
y procuradoras coincidían alrededor del fuego: su luz
abrigaba la seguridad, sus aversiones se volvieron complejas
y dejaron de provocarles una respuesta inmediata y condicionada
descubrieron la magia de la confirmación visual: lo
etéreo tomó forma y en su lugar aparecieron
las fantasías y sus incógnitas
El
ritual tuvo su expresión plástica a través
de la danza que transfiguró al cuerpo en un vaso comunicante
con las entidades del universo y la pintura rupestre engendró
la comunicación entre la evocación y la inteligencia.
Los seres de aquellos soles, indagaron en las entrañas
de la tierra y se sirvieron de su sonoridad para que con luz,
movimiento y canto, su voluntad pudiera incidir en aquellos
espacios que se tornaron sagrados.
Nuestros
ancestros reconocieron que su sobrevivencia estaba condicionada
por las leyes naturales y con el habla disociaron su destino
del destino natural. La sociedad de cazadores creó
al individuo y su conciencia. Con el lenguaje los objetos
tuvieron una doble existencia: la real y la mental. Descubrieron
la espiritualidad, el universo subjetivo, y se ajustaron a
sus leyes: así nacieron los mitos, la magia, la estética
y posteriormente las religiones. Asimilar nuestro origen de
cazadores y predadores: "asesinar al otro para comerlo",
nos permite entendernos mejor y comprender que las palabras
son decretos y figuras mentales que nos dan sentido.
Selección
inducida
Resulta
sorprendente saber que los Neandertales fueron superados hasta
el punto de extinción por sus contemporáneos
Cromagnones, a pesar de que los Neandertales eran seres con
mayor capacidad craneana, que contaban con una percepción
elaborada del mundo metafísico y que desarrollaron
una incipiente tradición funeraria. La extinción
de los Neandertales se debe sin duda a la superioridad de
las armas y a la cohesión social de los Cromagnones
pero, sobre todo, a la comunicación que lograron gracias
a su desarrollo bélico; por otra parte, estudios recientes
de paleontología determinan que los Neandertales contaban
con un paladar plano, lo que les permitía hablar gangosamente.
Tenían dificultades para pronunciar las ís y
las ús
el sonido es, finalmente, un espejo del
criterio.
El
lenguaje es una gran diferenciación del hombre con
las otras especies, resultado de su capacidad de observación
y atención y, en consecuencia, del desarrollo de acuerdos
y negaciones. El lenguaje, al igual que el bipedismo y la
creación del fuego, tuvo una evolución lenta
y azarosa. Esta afirmación contradice el planteamiento
del maestro Noam Chomsky, quien lo ubica como un proceso reciente
en la evolución humana situándolo en el Homo
sapiens; sin embargo, creo que el lenguaje se desarrolló
desde tiempos inmemoriales como resultado de condicionamientos
primarios creados por un mundo emergente de conciencia grupal.
No podemos ubicar a la comunicación verbal como un
evento espontáneo, ni tampoco es plausible que el gen
que nos permitió desarrollar el lenguaje fuera una
mutación instantánea; ningún proceso
evolutivo tiene la particularidad de la rapidez.
Los
homínidos contaban con un lenguaje rudimentario de
códigos sonoros: seguramente balbuceaban con su mandíbula
prógnata y labios planos, pero lograban comunicarse.
Además de la experiencia que les provocaba el reflejo
de sus rostros en los espejos de agua, la voz dio pauta al
lento desarrollo de la conciencia de sí mismos. Surgió
en ellos la imperiosa necesidad de transmitir sensaciones
y lograr acuerdos de subsistencia, así, se sirvieron
de un lenguaje que permitió al Homo ergaster
predominar sobre sus contemporáneos homínidos
de manera que, dos millones y medio de años más
tarde, sus descendientes podamos reflexionar sobre su existencia
y sus sombras.
Poseemos
una información genética para desarrollar el
lenguaje en la zona del cerebro denominada "área
de Broca", pero no necesariamente arribamos al mundo
con una gramática universal tal y como lo afirma el
maestro Chomsky. La evolución de los animales humanos
nos ha programado para recordar, coincidir e interactuar con
nuestros congéneres independientemente de los idiomas
de su preferencia. Los idiomas son cosmovisiones que dibujan
la condición vital de quienes los hablan. Los factores
socioeconómicos son una excelente guía para
comprender la evolución del lenguaje y por ende, de
las circunstancias de la historia humana. En este sentido,
para entender las transformaciones del lenguaje en función
de circunstancias específicas de desarrollo, resulta
saludable recordar que la escritura apareció como una
necesidad económica. En Sumeria, la contabilidad permitió
el nacimiento de las palabras escritas con la finalidad de
controlar los excedentes de producción. La vida social
fue reglamentada con códigos y palabras; surgieron
entonces la esclavitud, la prostitución femenina, el
condicionamiento del libre albedrío, la sumisión
y el encumbramiento de una sociedad machista en el poder.
Todo, legalmente escrito.
Espejos
Con
la aparición de la escritura, el diálogo personal
dejó su espacio a la reflexión de los conceptos
y creaciones humanas: la literatura se volvió un acto
de libertad, el mundo de la utopía y el sentido de
la realidad se mezclaron, las palabras crearon atmósferas
que abrieron las ventanas de la imaginación a las realidades
tangibles, aunque alternas. Al irrumpir con la luz nocturna,
los seres humanos dibujaron con sus palabras a sus sombras.
Nuestros
ancestros mesoamericanos entendían que el fuego se
debía apagar y crear de nuevo cuando los ciclos concluían.
Platicaban con los dioses en presencia del fuego.
En
épocas de oscuridad, otros hombres quemaron en la luz
del fuego a miles de mujeres acusadas de brujas y hechiceras.
¡Tan limitados estaban que no veían que las mujeres
son poseedoras de infinitos misterios! El fuego las liberó
de un tiempo regido por el miedo y la intolerancia, las llamas
ocuparon el espacio de sus cuerpos y de sus cenizas surgió
la cada vez más cercana posibilidad de que hombres
y mujeres transitemos por la desafiante atmósfera de
la equidad.
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Apenas unas cuantas generaciones han transcurrido desde que
el universo de las sombras danzantes sufrió una severa
transformación: con la luz eléctrica, las sombras
se quedaron quietas. El milenario y sinuoso relieve de las
sombras agitadas por el viento y la combustión, cedió
su espacio a una atmósfera plana, el sonido dejó
de acompañarlas y nuestro entendimiento nocturno se
convirtió en una línea donde plácidamente
se acomodó la mesopotámica versión del
bien y del mal. Aún así, el fuego nos sigue
acompañando cuando anhelamos llegar a las luces celestes
o en su defecto, cuando preferimos liquidarnos, tal y como
lo exige nuestra imperfecta condición humana.
Pareciera
que el fuego es un elemento indomable, pero en pequeñas
cantidades se puede colocar seco en los cerillos o gaseoso
en los encendedores y así, de manera ritual hacerlo
nuestro al encender un cigarro o un incienso. El fuego no
tiene una forma definida porque se adhiere a lo que consume,
está siempre sonriendo y no por malévolo, sino
porque ejerce el pleno derecho de saludar sus conquistas.
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