|
|
Nací porque me llenaste de bronces. El agua, de un solo gesto, se hizo ópalo. La savia se aceleró como si careciese de órganos. La materia se mezcló con el trabajo. Qué reunión de fuentes apagadas, cuánta precisión en las ingles, qué fricción de paredes solas. Me devoro con tus dientes, pero esa destrucción tiene forma de espiga. Estoy cerca de mí: con tus anclas he alcanzado mi propio cuerpo; con tu liquido he recobrado la respiración. Las encías me saben a alma. El dolor respira como las campanas. La infancia no está en venta. El tiempo no se infiltra en el sueño, sino que permanece, con sus blandos revólveres, junto a la puerta inmortal, sintiéndose más pez, más cueva enajenada. Todo el territorio está a la vista: por primera vez, el camino no concluye en la pupila. Ahí estoy, con mis verdugos y mis alfiles y mis compraventas, con los trozos de tabaco que la noche ha coloreado, con las novelas perpetuas y los pedúnculos de una flor extraterrestre y las ojivas que he robado. Soy sin fragmentos, sin aunques, desde la era hasta la cúspide, desde la ría hasta el satélite. Y en la casa que has construido con tu lengua, en las zanjas que ha abierto tu memoria, los fluidos se enderezan, yo escojo sin sangre, las arterias desembocan en tus cestas, la materia se depura como si Dios la interrogara, los ojos se disculpan, ya no quedan cosas ni catafalcos ni mesanas. Y sólo ambos. Y sólo el amor huyendo de su óvulo. Y sólo la persona que multiplica su todo, que persigue el lugar donde a las pústulas no les importa ser pústulas. Y sólo quien se construye con otros ríos, cuando las hogueras apenas murmuran. No es verdad: la lengua es mutua; un único paso basta para que crezcan más hombros, más cielos. Todo es tuyo, pero soy yo: un aislado libro entre tus cepas; una celda fugaz donde vemos las llamas como si fuéramos gatos, donde se comete el estío, donde todo ocurre, como si un cántaro nos hubiese absorbido. He recordado mi nombre. Tu incisión renueva mi tierra. Tu mar alivia mi boca rodeada de tejas. Por fin un enigma que no conduce al yermo. Por fin un hombre completo de ti que mira a la muerte interminablemente prevista.
|