Paraíso
Un día de estos
cuando el tiempo no pase sobre el tiempo
Un año de estos
cuando el tiempo no sea tiempo
Un siglo de estos
cuando
la nieve
no sea invierno
ni
el amor
la primavera
entonces
podré decir
que el Paraíso
fue
una hermosa ilusión
en la mente de Dios.
1
Ese lugar
que tú mencionas en tus sueños,
sigue ahí,
donde
siempre estuvo.
Pero la lluvia aún no llega
para lavar las cenizas ni la sangre coagulada
de lo que fuera el dintel de tu casa.
2
Mi madre
me daba besos
y mi padre libros;
así se me iba la infancia,
navegando en sueños.
3
Aquellos niños miraban,
miraban,
miraban,
el corretear alegre de las hormigas
por el soleado sendero verde
de
los potreros.
Nunca dudan de su destino
-las
hormigas-,
pensaba uno de los chiquillos,
vislumbrando en su camino
el azaroso sentido de su existencia:
lo inexorable y trágico de su propio destino.
4
La abuela tenía muchos
pájaros enjaulados
en el patio de las palmeras;
todos ellos de variado plumaje
y exquisito canto: -petirrojos,
sinsontes, turpiales, azulejos-.
Siempre madrugaba
a cambiarles el agua
y a servirles papaya, naranja
o plátano maduro,
antes de atender sus asuntos de casa.
Algunas noches de luna,
antes de acostarse,
salía al patio,
abría
las jaulas
y hablaba largo, muy largo con ellos.
No se conoce la materia ni el alcance de sus peroratas.
En todo caso, ninguno volaba ni cantaba
en ese punto, permanecían absortos,
engañados, con las alas mojadas;
y yo me preguntaba
¿es la negada libertad la afirmación de que
el alma
se corrompe a través de los sentidos y las palabras,
o es ella un mero gesto ambiguo del silencio?
5
Agripina
duermevela y ronronea
a los pies de la abuela
después del almuerzo.
¿Con qué sueñan las gatas
de ahora y nombres de siempre,
si hoy no hubo queso, leche ni ratones
en el menú de la casa?
¿Será la eternidad del sueño su única
ambición
o acaso el hambre la despierte para cobrar
venganza de Nerón -mi perro guardián-
y proclamarse emperatriz de mis dominios?
No hay certeza de ello,
pero en sus ojos he creído ver la espesura densa
del odio y el anuncio premonitorio de las traiciones.
9
Y llevan
en sus alforjas
algunas pocas pertenencias;
habitan en el día oscuros rincones
de caballerizas y galpones malolientes
y en las noches recorren sudorosos
caminos marginales de niebla
entre susurros y plegarias.
Al alba, siempre al alba, buscan riachuelos,
pequeñas fuentes de agua, donde sacian su sed
y se lavan la angustia de sus pieles rotas. A veces los peces
tocan
sus cuerpos desnudos y se anegan de amor e inciertas promesas.
Se aman, se seguirán amando, buscando el mar o las
ciudades,
así el miedo los obligue a seguir andando
con las alforjas ya vacías pero los sueños intactos.
13
Acostarse lentamente
sobre la hierba:
a
morir o a soñar.
Así no más.
14
Alguien tendrá que detener esto.
Alguien, no sé quién,
debería abrir alguna puerta de su morada,
-su
corazón incluso-
y generoso decir, a pesar de sus heridas:
-Entra,
esta es mi casa,
bebe
de mi agua
y
reposa para siempre de la huída.
|