De
nuevo convocados a la guerra estúpida que estremece
la Tierra. Con la punta del siglo en el costado, cargando
las muertes que otros nos dan de alimento. Los secuestros
que anuncian la humanidad partida en pedazos, trastabillando
bajo el dominio de una ráfaga de mentiras. Cobardía
incendiaria que se instala en los rincones que la calle permite,
mientras se contrabandea el ánimo, la libertad, la
alegría. Hambruna desfigurada que corroe el camino
de los vivos, el juego de los niños que brincan en
las camas sangrantes donde agoniza la paz. El rugido ahuyenta
el rebaño, las trompetas suenan sin que ningún
profeta las anuncie. ¿Dónde crecen los espejos
que nos muestran la luz que compartimos desde el principio?
¿dónde el milagro que nos asegura la continuación
de nuestros hijos? Pero a quien podría doler esto,
es sólo poesía, de la que no truena, de la que
dejan olvidada los que toman la quijada para fracturar la
cabeza de su hermano. Aquí vamos de la mano de la mierda
que nos venden cada mañana. Cada día que pasa
nos levantamos envueltos en farsas que nos niegan el centro,
que nos alejan del alma. Ninguna razón nos da la magnitud
del otro, su nerviosismo lo pone a bailar a la orilla de la
realidad. El cuerpo plural de los días estalla y nadie
lo reconoce, ningún signo, su voz ha caído,
los ojos los han sacado; la calavera rueda por los pasillos
del poder, mala señal; los súbditos corren en
turba, alguien tropezará; los ángeles observan,
llevan las cuentas; los demonios devoran, al fin y al cabo
no todos los días nos atrevemos a la guerra del fin
del mundo.
De
Alas para el escorpión (1999)
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