Guardar
silencio
en tanto nuestros labios se cuentan de la saliva cosas.
Dejarles jugar como mar, como embrujo,
como serpientes de agua al descifrar acertijos primitivos.
(Guardar
los ojos detrás de cada poro)
Desterrar
del cuerpo aquello ausente de nervio;
que el nervio continúe en la grieta del muro, en el
trueno,
en la raíz del sabino camino al infierno.
Tomar
suavemente la seda de tu seno,
llevarlo hacia la boca
como la hostia a la hora de la comunión;
paladear con mi lengua el pezón alerta,
hasta que esté listo para germinar en un cristal de
sal,
o en el suspiro de una piedra.
Oler tu sudor de diosa:
proteo flogisto, humor primordial.
Seguir el rastro desde la tibia axila
hasta el cáliz incendiario de tu entrepierna temblorosa;
hasta embriagarme,
hasta más no saber.
Vencer
con un latigazo de inocencia
la guardia de la amazona tela
que resguarda los secretos de tus noches,
la humedad de tus sueños,
las caricias con la almohada,
con tu mano incestuosa.
¡Que caiga!
Saborear
el lúcido opio ofrecido por tu sexo:
dulce pan de centeno, negro tulipán, amoroso cuervo.
Sentir el pulso de la sangre
sitiando desesperada a la atalaya del placer:
ahí donde Dios puso el índice el octavo día
de la creación.
Sean
nuestros cuerpos violento barro
mineral suspiro / omnívora desnudez.
Gambusinos en busca del Grial, del origen del gemido.
Sean viento para poder hacerse el amor desde adentro.
Envolverte
toda con mi desierta saliva para incrementar la sed.
Hacer del amor, polvo, llama, mármol, mantra.
Hacer el amor en el hilo del volatinero,
con las manos atadas a la nuca,
sin temor a caer empujados por algún ángel ebrio.
Amarnos
como se aman los dioses a nuestras espaldas.
Amarte con la carne dispuesta a ser herida,
a sangrar jadeante magma.
Amarnos con los sentidos embrutecidos,
consumiéndonos para la resurrección.
Amarte a gritos.
Tan
sólo eso,
y una leve caricia,
es todo lo que te pido.
Publicado
originalmente en el libro Imago,
Universidad Autónoma Metropolitana, 1996.
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