ESPUMEAS
EL PUCHERO
y amasas la esencia de la espiga
y las aceitunas.
Y
al rescoldo de la lumbre,
arrimas tus manos.
Hueles
a brega, a leño,
a pan de gloria
CABALLERÍAS Y LOS HOMBRES
que raciman soledad.
Entonces
tú,
te vuelves diminuta
por la orilla del camino.
Digo
tu nombre,
y a las primeras gotas,
eres púrpura y eres nueva,
en la quietud de mayo.
TIENES EL RESPLANDOR
que alumbra la campiña,
el canto del equinoccio...
Y
marcas el sendero,
donde corona el trigo
y el vino joven,
que refugia la tiranía
de la tarde.
TUS MANOS COMO SUR,
y sobre el campo seco,
la jícara del agua nueva.
Por
febrero,
la tierra prometida
del no volverás, el cuello frágil
del corazón
que se vuelve novio
y talismán de la palabra.
Ser
tu héroe
que busca toda la lluvia
del universo.
Tanto
buscarte
y no verte en cada gota.
TE MIRO
y cuando la mirada vuelve,
ya no es mía.
Te
hablo y el otoño
se lleva las palabras
al resplandor de los ciegos.
Ya no verás mi cuerpo,
ni su sudario,
que he marchado
hasta donde permite
mi locura.
REGRESA UN TIEMPO
que ya no es tuyo,
y antes del frío,
iré al altozano
donde se crían la cebada
y los trinos de la tarde.
Y
en los días muy tersos,
vislumbraré la costa africana,
donde también las nubes
son de esparto.
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