Off the Beaten Track
o los vientos soplaron hacia el oeste
La
verdad que me cuesta recordar dónde escuché
por primera vez alguna referencia sobre la isla de Chiloé,
lo cierto es que después de un accidentado cruce de
los Andes en 1999 tuve que postergar un par de años
mi llegada hasta esas latitudes. En la guía de Chile
de Lonely Planet figura como uno de los destinos "off
the beaten track" y, un poco por azar otro poco por intuición,
aquella mañana de septiembre cuando todo indicaba que
el camino de regreso desde Bariloche iba ser a través
de Madryn, repentinamente, cambie el rumbo y la contundencia
del Nahuel Huapi y de aquella mañana de primavera patagónica
me condujeron mansamente primero hasta Villa la Angostura,
luego hasta el paso Cardenal Samoré y, cuando me quise
acordar, ya había cruzado la pesadillezca cordillera
con respeto y precaución. Contorneaba el majestuoso
volcán Osorno, con proa hasta Puerto Montt, de allí
sólo a 65 km, Pargua separa el continente de la isla.
Después
de cruzar el canal se llega a Chacao, ya uno puede empezar
a respirar otro aire, estaba en Chiloé, 1057 Km nos
separaban de Santiago de Chile. Aquí el valle central
se hunde en un mar interior y la cordillera se fragmenta en
múltiples grupos de islas, el archipiélago se
compone de cuarenta islas menores, de las cuales treinta y
cinco están habitadas por unas veinte mil personas,
gente amable y cálida, estas islas a su vez se agrupan
en archipiélagos menores del mar interior: Chauquenes,
Quinchao, Lemuy, Quehui-Chelin y Desertores, entre los golfos
de Ancud por el Norte y corcovado por el Sur. La Isla Grande
de Chiloé es una provincia que tiene 9.181,6 km2 de
superficie y 130.389 habitantes, con un extenso territorio,
de ensenadas y canales, golfos, lagos y lagunas, llamativas
construcciones, fortificaciones españolas y una zona
de iglesias de madera únicas en el mundo, varias declaradas
monumento nacional. Cruzar con el ferry hacia la isla no es
sólo un trayecto físico hacia un destino diferente,
es una invitación a descubrir este archipiélago
indígena y español que aún se resiste
a renunciar a sus tradiciones ancestrales.
Rosario de pueblos a lo largo de la ruta 5,
buen momento para un padrenuestro
Existen
dos grandes ciudades o mejor dicho pueblos grandes, que son:
Ancud y Castro, por tal motivo es preferente tomarlas como
base y desde ahí recorrer los pequeños pueblitos
que se van desglosando a medida que se recorre el ondulante
paisaje de la ruta panamericana, entre verdísimos valles
y lomadas llenas de curvas desde donde se atisba el mar, a
veces a cada lado de la ruta. Cuando uno camina por las calles
de la isla percibe desde el primer momento un aroma en el
aire muy particular, al principio indescifrable, cuando se
empiezan a decantar los usos y costumbres del lugar uno se
da cuenta que el olor de las maderas (de la casi totalidad
de las construcciones de cada pueblo), la utilización
de cocinas a leña, el kerosene de las lámparas,
todo se funde e impregna de un realismo mágico en cada
paso que uno deja atrás, incluso la misma ciudad de
Castro no pierde ese misticismo propio de viejos pueblos pesqueros.
Un paseo por la isla nos puede llevar a conocer una riqueza
de manifestaciones que reflejan el universo cotidiano del
lemuyano. Dentro de éstas se destaca la religiosidad
chilota expresada en la construcción de iglesias de
madera, algunas con más de doscientos años de
antigüedad. Si bien para los ojos de un extraño
la construcción sobre palafitos, las casas totalmente
hechas en alerce, la tradición de las tiraduras (consiste
en el traslado por tierra o mar de edificios o casas de madera
ya sea por partes o completos para reubicarlos en la topografía
de la isla) son factores de especial interés, el hecho
de encontrar mas de 150 iglesias con una tipología
única en el mundo trastorna los sentidos y puebla la
vista de pequeñas joyas, que no tienen lo ostentoso
o lo magnánimo de la arquitectura europea, pero si
el concepto acabado de un trabajo auténtico que fue
declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Las Iglesias
tradicionales de Chiloé se emplazan cerca de la costa,
enfrentando una explanada. La diversidad de expresión
entre los diferentes templos está dada básicamente
por las variaciones que atañen a la dimensión,
la composición y la ornamentación. Colores chillones,
característicos de cualquier pueblo de pescadores donde,
por una cuestión práctica, si se pintaban los
barcos por qué no el mismísimo pueblo con la
contundencia del color. La técnica de construcción
y la arquitectura de las iglesias de Chiloé son propias
del lugar: los antecedentes (España, Bavaria) fueron
adaptados y reformulados. Debieron originarse en la conjunción
de las habilidades de la población local en el tratamiento
de la madera y en los conocimientos de los jesuitas y franciscanos
europeos. Los ejemplos de esta arquitectura son dignos de
encontrarse en Ancud, a lo largo de la ruta , en Quenchi,
Dalcahue, Curacao de Vélez, Achao, Castro, Puqueldon
(en la Isla de Lemay) Queilen , Chonchi y Quellon. Si uno
está entre los 41/46 grados de latitud Sur y 72/75
grados de longitud Oeste puede darse un tiempo para soñar
atravesando la mágica puerta que se nos abre al llegar
a Chiloé.
Curanto y otras yerbas, degustar
los sabores oscuros de la comida Chillota
Hablar
de frutos de mar en Chile es hablar de cholgas, almejas, choritos,
picorocos, locos, un océano de distancia con los mariscos
que vienen del Atlántico; otros sabores, otras texturas,
otros tamaños, quizás paladar para exigentes
o sólo para aquellos que abren su mente y su estómago
para entregarse a nuevos placeres por explorar. No se debe
abandonar la isla sin haber probado el plato típico
por naturaleza: el "curanto". Se hace un hoyo en
la tierra de más o menos medio metro. Para cubrir ese
hoyo se colocan piedras grandes, sobre las que se hace una
buena fogata para que las piedras calienten hasta ponerse
rojas, además se ponen hojas que son generalmente de
pangue. Luego se retiran los tizones y aunque queden algunas
hojas se vacían sobre ellos los sacos de mariscos.
Luego, en fuentes grandes se ponen las carnes, longanizas,
pollo, chancho ahumado y chorizos. Se tapa todo con hojas
de pangue o coles y, además, sacos paperos mojados,
dejando todo sumamente cubierto, a tal fin se emplean champas
(pedazos de tierra con pasto) y el pasto debe quedar hacia
abajo, dejándose cocer al vapor aproximadamente por
espacio de una hora. Este curanto al servir va acompañado
de un pebre que consiste en: sal, agua, cebollín, ají
de color, cilantro, perejil y otros. Puede degustarse en los
restaurantes o a la vera de algún camino, mejor la
segunda opción, que permite no sólo los sabores
sino tambien disfrutar el paisaje de Chiloé. La isla
cuenta con toda la infraestructura para el turismo, aunque
uno puede acceder por un par de pesos a alquilar una habitación
en la casa de algún habitante del pueblo y despertarse
con un desayuno típico de campo, pan casero, la leche
recien ordeñada se calienta sobre la cocina de leña,
y la mermelada de frutillas tiene el sello de hecho en casa.
Una
isla donde la leyenda y la realidad corren por la misma senda
con una mitologia poblada de seres fantásticos, algunos
de los cuales se enlazan con los fundamentos cristianos y
cobran vida a través de la fe de la gente. Casas sobre
palafitos, iglesias de madera, sabores vedados a nuestro espectro
culinario, paisajes de cuento que se reflejan una y otra vez
sobre las tranquilas aguas de un mar sin nombre, visitar Chiloé
es un viaje de ida, volver es más difícil, uno
se resiste a despertar...
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