P O R T A D A    

Casa de Isla Negra. Dormitorio. Fotografía de Hilde Krassa. Mercedes Serna Arnaiz

El erotismo doliente

Nostalgia y soledad sexuales

 

El mismo lecho cobija formas antagónicas de concebir y recordar el amor, porque, de eso trata toda la poesía de Neruda, de la evocación del amor. "Ella me quiso, a veces yo también la quería", confiesa en el vigésimo poema de amor. El poeta, náufrago, rememora a la ausente muda y distante, a la mujer que amo y perdió, con un dolor complaciente, masoquista y vengativo. Pero Neruda no permanece en el ausentismo melancólico, ni en el recuerdo; a partir de la pérdida amorosa reconoce que la naturaleza del ser humano es cambiante y el sentimiento efímero, porque estamos hechos de tiempo: "La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". El amor se ve entonces como pérdida inevitable, refugio pasajero: "Ya no la quiero, es cierto, pero cuanto la quise". Es la acción del tiempo la causa de que el amor se conjugue siempre en pasado. Sin embargo, las imágenes del pasado son tan intensas, "Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido", los recuerdos son tan dolorosos que modifican y transforman sus sentimientos presentes. Es la nostalgia lo que hace revivir el amor perdido, "Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido". El recuerdo, en esta primera etapa poética de Neruda, embellece todo. El poeta romántico exalta a la amada, a la mujer que amó y perdió y, a pesar de sentirse abandonado, su sed amorosa es infinita.

Años después, la "residencia" del poeta ya no se ubicará en los espacios infinitos del amor, en el mundo de los sueños, sino en la tierra solitaria. Esta Residencia enlaza tres continentes: América del Sur, Asia Suroriental y Europa. El poeta tiene la voluntad de instalarse en el mundo concreto y real. La inmersión en lo terrestre le lleva a la angustia vital y sexual, al reconocimiento de las ruinas de la civilización moderna, "como un naufragio hacia adentro nos morimos". Su poesía, como el mundo que habita, se torna impura, materializante, sensual, una poesía que nombra podredumbres y erosiones, que llega a lo oscuro del hombre, que brega por los mandatos del corazón, de un corazón cansado: "Sucede que me canso de ser hombre", "Sucede que me canso de mis pies y mis uñas".

El poeta se arroga el derecho a inscribir su poesía incluso en la zona más visceral e inadmisible de su memoria personal. El agua se convierte en símbolo sexual del subconsciente, representa el ahondamiento en su memoria sexual, en las represiones, misterios y secretos más íntimos, "cae el agua, como un desgarrador río de vidrio, cae mordiendo, a gotas como dientes, a espesos goterones de mermelada y sangre". El poeta siente la necesidad, "como un párpado atrozmente levantado a la fuerza", de mirar, es decir, de explorar en su historia sexual, en un análisis freudiano, y lo hace con los ojos internos, "veo árboles de médula, erizados como gatos rabiosos, veo sangre, puñales y medias de mujer, y pelos de hombre, veo camas, veo corredores donde grita una virgen veo frazadas y órganos y hoteles". El sexo entonces deviene un "Trabajo frío", "Secas sales y sangres aéreas, atropellado correr ríos, temblando el testigo constata".

Pero el "Caballero solo", dada la soledad que padece, no sólo se contempla asediado por sus recuerdos sino también por la sexualidad ajena, la de cualquiera, la de sus vecinos, la del mundo:


Los jóvenes homosexuales y las muchachas amorosas,
y las largas viudas que sufren el delirante insomnio,
y las jóvenes señoras preñadas hace treinta horas,
y los roncos gatos que cruzan mi jardín en tinieblas,
como un collar de palpitantes ostras sexuales,
rodean mi residencia solitaria,
como enemigos establecidos contra mi alma...

 

El yo del poeta se siente acorralado por la soledad y por la hostilidad del mundo. El sexo, lejos de ser un regodeo erótico, se torna, como en The Waste Land, de Eliot o como en Ulysses, de Joyce, vomitivo, vulgar y sórdido, autodestructivo; el mundo sexual refleja, en definitiva, la vida mental y la ruina incesante de todo, la vida psíquica desintegrada. Residencia en la tierra expresa un proceso de autodestrucción a través de lo erótico puesto que la sexualidad se siente como uno de los ejes turbadores más importantes del ser.

A pesar de que Neruda, tras su conversión al prójimo, se arrepintió de haber escrito estos versos monótonos y rituales, dolorosos y pesimistas; a pesar de que el ahondamiento en la sexualidad y su revelación al mundo introduce al sujeto que lo sufre en el vértigo de su propia fragilidad, Residencia supone la liberación, sin pudor ni censuras, de las partes malditas de la experiencia humana: lo no dicho, lo innombrable, lo oscuro, el autoerotismo siempre escondido que produce agitación, incomodidad o repudio por los convencionalismos de la vida.

La poesía de Residencia conjura anatemas. Adelantándose o escudriñando el terreno de la psiquiatría y el sicoanálisis, el poeta, al acercase a las regiones inmemoriales donde dominan los instintos básicos de la vida, el sexo y la muerte, al ahondar en el mundo del subconsciente, en sus obsesiones, se libera de sus fantasmas.

Casa de Isla Negra. Dormitorio. Fotografía de Hilde Krassa.

© Mercedes Serna Arnaiz Datos sobre el autor
Jordi Graupera: Sólo puedo quererte con olas a la espalda. Hernán Andrés Vargas Leguás:  Crecer con Pablo. María José Sánchez-Cascado: Alacena elemental (la cocina de las Odas). Mercedes Serna Arnaiz:  El erotismo doliente. Nostalgia y soledad sexuales. Manuel Garrido Palacios: Nerudiana. César Antonio Sotelo: Que pase el mar... Pieza breve en tres escenas.
Andreu Navarra Ordoño:  Tendido sobre la última sombra (lecho de muerte). Juan Diego Incardona: Mañana de Cobre. Fabio Borquez: Isla Negra. Antología Enlaces Un juego
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