Habitualmente
ascender por los cerros de Valparaíso es una aventura
deliciosa en sí misma. Sin embargo, hay uno que guarda
un tesoro especial. Subiendo el Cordillera, desde la Plaza
de la Victoria, encontramos primero el Museo a Cielo Abierto,
para luego de mucho sudor dar de cara con La Sebastiana. A
ratos oculta, a ratos vigilante, observa en plenitud la casi
totalidad del puerto, la mayoría de sus cerros, y al
tocarla parece reír burlona después de la caminata.
Cuento esto a razón de que este primer encuentro significó
para mí hacer patente la figura mítica del poeta,
compatriota del que había oído, leído
y hasta dibujado desde que nací. No fuimos contemporáneos,
sin embargo, al ascender, también por su casa, veo
que su presencia ha sido constante en el aprendizaje de la
palabra, de nuestra palabra y sus significados.
Comenzando
por el primer piso habitable y suyo[1],
encontramos el espacio circular, azul y magnético del
salón y comedor, regentado por una chimenea tubular
que parece embarazada ("tinaja para el humo"), un
caballo de madera de carrusel traído desde París,
y el ventanal (debiera decir VENTANAL), porque semicircular,
abarca cuanto podemos ver de la bahía, como caen los
cerros al mar. Al parecer Don Pablo se sentaba aquí
a ver como entraba esta poesía a su casa. En este espacio
es fácil imaginarte cuando eres niño, cuando
jugando descubres el mundo que harás tuyo después.
Cuando te impresionas de verlo todo grande, todo pleno y donde
todo parece estar comenzando. En estos años comencé
a conocer a Pablo Neruda. Sin entenderlo bien, oía
voces de "Puedo escribir los
" o "Me gustas
cuando
" entre otros. Me sorprendía lo bien
que podía sonar mi lengua, cómo se podía
articular frases tan sonoras, hasta ese momento desconocidas
en su significado. Este tal Pablo parecía un poeta
importante. Eran también los primeros años de
la dictadura, donde poetas hubo pocos y héroes muchos.
Llegaron los años del colegio, la primera etapa del
aprendizaje que no acabará nunca. Recuerdo mi libro
de lenguaje donde me encontré con sus Odas. Odas a
cuanto fuera (animal, persona o cosa). Pavor por La oda al
caldillo de congrio. Tiempo para encontrar a su Mamadre (Trinidad
Candia Marverde) cuya oda aún me resuena. Ni hablar
por esta época de "cuerpo de mujer, blancas colinas,
muslos
" Eso lo conoceríamos más tarde.
Seguimos
ascendiendo por esta casa y llegamos al lugar de la juerga.
Porque siendo poeta, con alma de marinero de tierra, y casa
en Valparaíso, no podíamos esperar otra cosa
que un buen bar en su casa. Aquí preparaba su "Coquetelón"[2],
recibía a los amigotes poetas como él y se preparaban
para bajar a alguno de los bares del plan de la ciudad, saturados
de bohemia porteña y niebla bucólica. Este bar
está repleto de pequeños objetos traídos
en sus innumerables viajes. Destaca la Bota, con la cual fundara
el club de la bota junto a sus amigos. Manteniendo la niebla
de abril y con menos bohemia inicié mi camino adolescente
por los cerros del puerto. Ahora, Neruda se veía como
el enamorado, como el poeta resorte en la oportunidad de alguna
conquista, supe de sus amores y sus mujeres. Lo descubrí
combativo y compañero. Entendía con mayor hondura
sus versos bien entonados, lo vi adosado a la bandera y al
escudo, nos sumergimos en las blancas colinas, y conocimos
los muslos blancos. Nos asociamos con amigos en grupos de
protesta, de borrachera, de reacción y enamoramiento.
Adherimos a cuanta causa perecía justa, proletaria
y poética. Amar comenzaba a conjugarse con dolor, tragedia
y desengaño. Buscamos al poeta. Nacía el interés
genuino por el personaje.
Llegamos al tercer piso donde se nos presenta el dormitorio,
que mantiene la vista panorámica de Valparaíso.
Podemos ver los veladores y la cómoda de un barco.
Cabe destacar las ventanas de la escalera que son verdaderas
claraboyas que marcan el ascenso a la siguiente cubierta.
La cama, un catre de bronce, aún se mantiene. Aquí
estuvo Doña Matilde. Desde este lugar comienza el conocimiento
más pausado y acabado del poeta. Recordamos los cien
sonetos y nuestro canto desesperado. Las alturas de Machu-Pichu
y el Canto General. Me imagino en el camarote de un barco
observando el despliegue seductor del viento en el mar. Es
hora de comenzar a pensar nuestro futuro. Neruda ya había
penetrado y formado parte del carácter. Ahora el empeño
estaba en crearnos un oficio, un camino y un amor. Por estas
ventanas es fácil sentir que los cerros te atraen,
el cielo penetra por las paredes azules y nos impulsa al escritorio
del poeta y sus libros. Estamos en la parte más alta
de la casa del poeta. Sus palabras ya comienzan a decantar
y comenzamos el descenso de este ejercicio. Al salir y chocar
con la Avenida Alemania nos sorprende el viento. Esta casa
es parte de Valparaíso y su dueño es parte de
nuestro crecimiento. Sus palabras, parte de nuestro amor.
NOTAS:
1.
Pablo Neruda compró esta casa junto a un matrimonio
amigo quienes se quedaron con los dos primeros pisos
de un lado de la vivienda.
2.
Coquetelón: receta de su propiedad: "una
copa de coñac francés, una de cointreau
de Angers y dos de jugo de naranja. Mezclar bien y llenar
con él un tercio de una copa. Agregar los dos
tercios restantes de champaña Cordon Rouge Mumm.
Las bondades de este brebaje son: primero actúa
el champaña. De atrás vienen el coñac
y el cointreau a reforzar el ataque para mantener la
euforia en su alto y justo nivel. El jugo de naranja
sólo sirve de distracción y camuflaje".
La Sebastiana, pág 39.
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