P O R T A D A    

La Sebastiana. Detalle de una fotografía de Hilde Krassa. Hernán Andrés Vargas Leguás

 

Crecer
con Pablo

 


Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
tienes líneas de luna, caminos de manzana,
desnuda eres delgada como el trigo desnudo."

XXVII, Neruda

 

Habitualmente ascender por los cerros de Valparaíso es una aventura deliciosa en sí misma. Sin embargo, hay uno que guarda un tesoro especial. Subiendo el Cordillera, desde la Plaza de la Victoria, encontramos primero el Museo a Cielo Abierto, para luego de mucho sudor dar de cara con La Sebastiana. A ratos oculta, a ratos vigilante, observa en plenitud la casi totalidad del puerto, la mayoría de sus cerros, y al tocarla parece reír burlona después de la caminata. Cuento esto a razón de que este primer encuentro significó para mí hacer patente la figura mítica del poeta, compatriota del que había oído, leído y hasta dibujado desde que nací. No fuimos contemporáneos, sin embargo, al ascender, también por su casa, veo que su presencia ha sido constante en el aprendizaje de la palabra, de nuestra palabra y sus significados.

La Sebastiana. Salón. Fotografía de Cristina Alemparte.

Comenzando por el primer piso habitable y suyo[1], encontramos el espacio circular, azul y magnético del salón y comedor, regentado por una chimenea tubular que parece embarazada ("tinaja para el humo"), un caballo de madera de carrusel traído desde París, y el ventanal (debiera decir VENTANAL), porque semicircular, abarca cuanto podemos ver de la bahía, como caen los cerros al mar. Al parecer Don Pablo se sentaba aquí a ver como entraba esta poesía a su casa. En este espacio es fácil imaginarte cuando eres niño, cuando jugando descubres el mundo que harás tuyo después. Cuando te impresionas de verlo todo grande, todo pleno y donde todo parece estar comenzando. En estos años comencé a conocer a Pablo Neruda. Sin entenderlo bien, oía voces de "Puedo escribir los…" o "Me gustas cuando…" entre otros. Me sorprendía lo bien que podía sonar mi lengua, cómo se podía articular frases tan sonoras, hasta ese momento desconocidas en su significado. Este tal Pablo parecía un poeta importante. Eran también los primeros años de la dictadura, donde poetas hubo pocos y héroes muchos. Llegaron los años del colegio, la primera etapa del aprendizaje que no acabará nunca. Recuerdo mi libro de lenguaje donde me encontré con sus Odas. Odas a cuanto fuera (animal, persona o cosa). Pavor por La oda al caldillo de congrio. Tiempo para encontrar a su Mamadre (Trinidad Candia Marverde) cuya oda aún me resuena. Ni hablar por esta época de "cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos…" Eso lo conoceríamos más tarde.

Seguimos ascendiendo por esta casa y llegamos al lugar de la juerga. Porque siendo poeta, con alma de marinero de tierra, y casa en Valparaíso, no podíamos esperar otra cosa que un buen bar en su casa. Aquí preparaba su "Coquetelón"[2], recibía a los amigotes poetas como él y se preparaban para bajar a alguno de los bares del plan de la ciudad, saturados de bohemia porteña y niebla bucólica. Este bar está repleto de pequeños objetos traídos en sus innumerables viajes. Destaca la Bota, con la cual fundara el club de la bota junto a sus amigos. Manteniendo la niebla de abril y con menos bohemia inicié mi camino adolescente por los cerros del puerto. Ahora, Neruda se veía como el enamorado, como el poeta resorte en la oportunidad de alguna conquista, supe de sus amores y sus mujeres. Lo descubrí combativo y compañero. Entendía con mayor hondura sus versos bien entonados, lo vi adosado a la bandera y al escudo, nos sumergimos en las blancas colinas, y conocimos los muslos blancos. Nos asociamos con amigos en grupos de protesta, de borrachera, de reacción y enamoramiento. Adherimos a cuanta causa perecía justa, proletaria y poética. Amar comenzaba a conjugarse con dolor, tragedia y desengaño. Buscamos al poeta. Nacía el interés genuino por el personaje.

La Sebastiana. Dormitorio. Fotografía de Cristina Alemparte.

Llegamos al tercer piso donde se nos presenta el dormitorio, que mantiene la vista panorámica de Valparaíso. Podemos ver los veladores y la cómoda de un barco. Cabe destacar las ventanas de la escalera que son verdaderas claraboyas que marcan el ascenso a la siguiente cubierta. La cama, un catre de bronce, aún se mantiene. Aquí estuvo Doña Matilde. Desde este lugar comienza el conocimiento más pausado y acabado del poeta. Recordamos los cien sonetos y nuestro canto desesperado. Las alturas de Machu-Pichu y el Canto General. Me imagino en el camarote de un barco observando el despliegue seductor del viento en el mar. Es hora de comenzar a pensar nuestro futuro. Neruda ya había penetrado y formado parte del carácter. Ahora el empeño estaba en crearnos un oficio, un camino y un amor. Por estas ventanas es fácil sentir que los cerros te atraen, el cielo penetra por las paredes azules y nos impulsa al escritorio del poeta y sus libros. Estamos en la parte más alta de la casa del poeta. Sus palabras ya comienzan a decantar y comenzamos el descenso de este ejercicio. Al salir y chocar con la Avenida Alemania nos sorprende el viento. Esta casa es parte de Valparaíso y su dueño es parte de nuestro crecimiento. Sus palabras, parte de nuestro amor.

La Sebastiana. Fotografía de Hilde Krassa.

NOTAS:

1 1. Pablo Neruda compró esta casa junto a un matrimonio amigo quienes se quedaron con los dos primeros pisos de un lado de la vivienda.

2 2. Coquetelón: receta de su propiedad: "una copa de coñac francés, una de cointreau de Angers y dos de jugo de naranja. Mezclar bien y llenar con él un tercio de una copa. Agregar los dos tercios restantes de champaña Cordon Rouge Mumm. Las bondades de este brebaje son: primero actúa el champaña. De atrás vienen el coñac y el cointreau a reforzar el ataque para mantener la euforia en su alto y justo nivel. El jugo de naranja sólo sirve de distracción y camuflaje". La Sebastiana, pág 39.

© Hernán Andrés Vargas Leguás Datos sobre el autor
Jordi Graupera: Sólo puedo quererte con olas a la espalda. Hernán Andrés Vargas Leguás:  Crecer con Pablo. María José Sánchez-Cascado: Alacena elemental (la cocina de las Odas). Mercedes Serna Arnaiz:  El erotismo doliente. Nostalgia y soledad sexuales. Manuel Garrido Palacios: Nerudiana. César Antonio Sotelo: Que pase el mar... Pieza breve en tres escenas.
Andreu Navarra Ordoño:  Tendido sobre la última sombra (lecho de muerte). Juan Diego Incardona: Mañana de Cobre. Fabio Borquez: Isla Negra. Antología Enlaces Un juego
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