Octavio
Escobar Giraldo:
del Hotel
en Shangri-Lá
a La posada
del Almirante Benbow
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Tenía
que encontrarme con Coldplay para entender que todos los universos
referenciales de la música y el cine podían ser transmitios
a través de la literatura.
Mi
encuentro con la banda fue tardío y casi puedo arriesgarme
en afirmar que llegué a ellos gracias a Octavio Escobar Giraldo,
un escritor que pese a su juventud ha sabido constituirse en uno
de los mejores espejos para marcar un derrotero en la narrativa
nacional del nuevo milenio.
Pero
muchos preguntaran, ¿qué tiene que ver Coldplay con
Octavio? La respuesta es triplemente sencilla. Por un lado, Octavio
fue el primer escritor colombiano que encontré en el horizonte
editorial con un libro cuyo título llevaba el nombre de una
canción de Soda Stéreo, uno de los grupos que más
me había tocado en los 80's. La canción: De música
ligera. De otro lado, el libro (ganador del Premio Nacional
de Literatura del Ministerio de Cultura en 1998) hace alusión,
algo que ocasionó un mezcla de sorpresas y descubrimientos,
a muchas películas que había presenciado en mis años
de cinéfilo y a muchas otras canciones o agrupaciones que
responsablemente nos habían colaborado en la trasformación
síquica propia de la pre-madurez, pre-madurez que supera
con creces a su sucedánea, pues la segunda no es sino una
ausencia de la primera, en donde subyace lo verdaderamente valioso
y significativo. Finalmente, Octavio narra la ciudad, las trasformaciones
de Manizales a través del cine, los bares, la música;
las metamorfosis de la pequeña localidad a través
de los imaginarios de los jóvenes y adolescentes, prueba
de eso, Las láminas más difíciles del álbum,
Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 1995.
Lo
que encontraba en Octavio me parecía novedoso, sobre todo
si se tiene en cuenta que lo que narraba en sus prosas tenía
que ver con nuestro universo referencial. Si bien es cierto que
amo a Camus, ¿qué tiene que ver con mi presente inmediato
el Orán de La Peste? Lo mismo puedo decir de Joyce,
Kafka, Hermann Broch o Yasunari Kawabata. Sin embargo, esto no quiere
decir que halle en los universos estéticos de nuestros padres
literarios grandes falencias, lo que sucede es que Octavio nos obliga
a volver la cara sobre el flujo del río que nos bordea, el
río nuestro, no el Sena, el Yangtzé o el Mississippi.
Octavio nos habla de los ríos de ladrillo, aquellos que crecen
caótica y amorosamente bajo nuestros pies. Ya sé que
el Orán de Camus es la condición universal de un sujeto-objeto
que se sitúa en un supraespacio y un supratiempo, pero déjenme
perseverar en mi visión sobre las literaturas nacionales,
sobre todo si estas se levantan de lo particular a lo universal
como ocurre en La Posada del Almirante Benbow, El último
Diario de Tony Flowers o el más reciente, El Álbum
de Mónica Pont.
Alguna
vez entramos con Octavio a una de las tantas librerías que
ostenta Manizales, algo que la sitúa por encima de Neiva,
y por recomendaciones suyas compré un libro de Nick Horby:
Alta fidelidad. Posteriormente, y este es un defecto que
heredé de él, pues yo no frecuentaba sino las literaturas
clásicas, empecé a divagar por los universos de narrativas
contemporáneas como De Noche, casa por casa, The Comminments,
La cabeza perdida de Damaseno Monteiro, los Detectives Salvajes
o la Lista de Latour, para nombrar unas pocas.
A
partir de esta circunstancia un tanto accidental todo accidente
es una elección, asimilé la literatura como
un todo integro, en donde la fusión de cine, música,
vida nocturna e imaginarios urbanos juegan un papel preponderante
en la literatura contemporánea nacional, algo que tenía
tradición en Argentina, México, Brasil o Estados Unidos,
pero que en Colombia no era tan habitual, hasta cuando abruptamente
aparecieron las primeras narrativas urbanas de la nación,
transformando no sólo la percepción de lo literario,
sino también de lo estético y lo sociológico.
En
el caso de Mónica Pont se confirma esta tesis. Octavio Escobar
en su transubstanciación reconstruye una serie de acaecimientos
nacionales desde la óptica muy personal de un hombre llamado
Leonel Orozco, quien pese a estar extraviado sentimentalmente en
Europa, guarda una conexión interna-metafísica con
el país, narrando una épica moderna que puede recordarnos
a Eneas en la búsqueda desenfrenada de un nuevo territorio.
Ese territorio es para Octavio la ciudad y concretamente la literatura.
Allí nos habla nuevamente de Cine, de Música, de libros
y hasta se atreve a mirarse a sí mismo como si fuera un heterónimo
de Octavio Escobar, el otro, el mismo. En El Álbum
de Mónica Pont casi que se reconstruye un fragmento perdido
de la nación, pues la literatura, a diferencia del periodismo,
tiende a recordar e instaurar y no a olvidar o a borrar que es lo
que hace este último, en su afán por establecernos
la memoria o lo memorístico en una porción de realidad
y cotidianidad específica.
En
Octavio Escobar Giraldo lo urbano se constituye en un elemento estético
como lo es para Yasunari Kawabata la Memoria. Sin lugar a dudas
que en este punto lo urbano es otra forma de remembranza; la memoria
desde la ciudad misma, como si fuese ella la que nos observara y
no nosotros, y profiriera sus narraciones desde las manos de sus
hijos. Pero existen en él muchos otros elementos en el que
se instauran, como en las fibras y los nervios de un gran oleoducto
literario por donde circulan buses, tabernas, adolescentes, luces
de neón y la música de la ciudad cada ciudad
posee su sello en ese aspecto el mapa de una Polis en permanente
movimiento, en constante cambio metafísico, pues se entiende
la ciudad como el gran río Heráclitano, donde el flujo
y el reflujo son fundamentales. Sin embargo, además de esa
sicología colectiva se encuentra en sus trabajos una sicología
individual que puede inscribirse en un todo o en la memoria colectiva
de un tiempo y un espacio concreto; los ojos del narrador de Música
ligera parecen ser los ojos no de un individuo sino los ojos
de un estado mental, de una conciencia, de una época y unos
años cuyo atavío es bastante sugestivo y personal:
los tiempos de la reconstrucción urbana de un cosmos colombiano,
el universo vivido por las gentes en su conversión de parroquianos
a citadinos, un paso que aún no termina de darse. Los ojos
de Leonel Orozco, en cambio, son los ojos de una nación madurada
por la guerra, una patria que se autoflagela y cuestiona, la percepción
de una generación que ha vivido de manera descarnada el conflicto,
de un país que lleva su sagrado corazón a cuestas,
de allí que el espejo que es Leonel hable peyorativamente
lo peyorativo es una impresión mía del
himno nacional y que la bandera de Colombia no sea sino un pedazo
de trapo que no terminaremos nunca de asumir.
En
la reciente Feria del libro de Bogotá el poeta Juan Manuel
Roca se refirió a Mónica Pont como la Octavia, por
aquello de Octava Bienal de Novela y por haber caído ésta
en manos de un hombre llamado Octavio. Tal vez la alocución
del poeta sea premonitoria, pues quién puede negar las alturas
y vuelos narrativos de un hombre, que si bien es cierto no puede
recordarse como el Primer Emperador Romano en haber restaurado la
unidad, sí por lo menos puede perpetuarse por haber hecho
una literatura bastante personal, que ya de por sí es un
sello ineludible de Manizales y, porqué no, del continente.
©
Winston
Morales Chavarro
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