En
estos momentos nuestras tropas han completado la liberación
de la capital enemiga. Las imágenes que todos hemos podido
ver, gracias al magnífico esfuerzo de nuestros compañeros
en el equipo técnico, casi sustituyen a cualquier palabra.
A estas alturas del conflicto, pocos de entre nosotros no han visto
los documentos visuales llegados a través de una red de comunicaciones
insuperable, producto y símbolo de la superioridad técnica,
económica, política y social que ostentamos sobre
nuestros enemigos, y que justifica por derecho de preeminencia nuestra
liberadora intervención.
Tras las últimas operaciones de castigo y bombardeo aéreo,
que han acelerado la descomposición de sus sistemas logísticos
y de inteligencia, y destruido el grueso de sus fuerzas armadas,
nuestra gente ha entrado por fin esta mañana en el centro
de su capital, y se despliegan ahora en posiciones estratégicas,
en todo momento bienvenidos por las espontáneas demostraciones
de una población civil que recibe a los nuestros como liberadores
y ansía comenzar cuanto antes la reconstrucción.
"Aunque
la abrumadora superioridad de nuestra tecnología por
no hablar de la infinitamente mayor abundancia de nuestros recursos,
en comparación con los del enemigo nos ha permitido
derribar el régimen y acabar con la resistencia organizada
de sus líderes, no se debe esperar un rápido final
a las operaciones", afirmó uno de los máximos
responsables de la operación, apuntando a la posibilidad
de que los focos de resistencia se atrincheren en algunas zonas,
y desde ellas intenten perpetuar el conflicto mediante tácticas
de guerrilla urbana y/o terroristas. No obstante, y según
fuentes igualmente fidedignas, una gran mayoría de la población,
en especial en zonas urbanas y deprimidas, ha salido a las calles
para recibir con alegría desbordante nuestra llegada.
Símbolos de la opresión que el régimen anterior
representaba son ahora objeto generalizado de las iras de unos seres
que han sufrido durante demasiado tiempo la opresión y brutalidad
de un estado policial, entregado de la mano de una oligarquía
despótica a la fiebre del librecambismo deshumanizado;
gentes que han debido sufrir las injusticias de una sociedad segregada
y los caprichos de una minoría acaparadora, más dignos
del pasado oscuro de la especie que de sociedades avanzadas, como
es el caso de la nuestra, donde esas cosas definitivamente
no ocurren.
En
la que hasta hace poco fuera capital, en el emblemático epicentro
de un régimen hoy caído, las muchedumbres descontroladas,
llevadas por deseos de venganza, odios reprimidos durante demasiado
tiempo, y por la comprensible violencia inherente a los cambios
históricos que se están produciendo a su alrededor,
ha dado en el pillaje, y tomado los principales edificios representativos
del poder derrocado a sangre y fuego, valga la ambigüedad sintáctica.
En riguroso directo, y a pesar de la enorme distancia, podemos observar
en estos momentos el aspecto que ofrecen el Pentágono, el
Capitolio y la Casa Blanca, pasto de las llamas, que intentan adelantarse
a los ciudadanos hoy libres del antiguo imperio más poderoso
de este planeta del Sistema Solar, primero de los escenarios de
nuestra entrada en escena, como defensores de la libertad, la justicia,
el amor fraterno y la verdadera solidaridad más allá
de nuestra órbita.
Bien
es cierto que las protestas iniciales contra la operación
pusieron el dedo en la llaga cuestionando nuestro derecho de intervención
en el escenario pero, como muy bien supieron comunicar nuestros
líderes, la necesidad de mantener el equilibrio en una zona
de la Galaxia cuya estabilidad resulta indispensable para nuestra
economía terminó por convencer a la mayoría
de la conveniencia de liberar a los habitantes del planeta Tierra
del yugo férreo que se les ha impuesto desde muy pocos centros
de poder, establecidos éstos en el subcontinente Norteamericano.
Nombres, referencias geográficas y personajes desconocidos
hasta hace poco para el gran público, pero que han aparecido
con fuerza en la actualidad que nos rodea, si bien a distancia,
por supuesto.
Gracias
a una cobertura técnica e informativa sin precedentes, hemos
tenido la oportunidad de acercarnos a una realidad que por remota
no deja de afectarnos muy de lleno, y hemos sido testigos asombrados
de los sucesos acaecidos en gran número de aglomeraciones
urbanas. Sirva como ejemplo la imagen indeleble de Nueva York, la
primera ciudad en importancia, verdadero centro social y cultural
del fenecido imperio, siendo tomada por nuestros efectivos, a quienes
cientos de miles de ciudadanos de barrios como Harlem o Bronx acogieron
con la alegría y el homenaje que se dispensa a los héroes.
El
caos y la conmoción tras la caída del régimen
han derivado en multitud de actos violentos. Masas enardecidas por
el vergonzante espectáculo de la ingente riqueza en manos
de unos pocos han tomado las calles en busca de venganza. Muchos
de los que ahora se dedican al pillaje y a los ajustes de cuentas
vivían hasta hace poco embelesados por discursos somníferos
de preponderancia mundial, cuando no apartados de opiniones disidentes
por un sistema educativo que promovía la ignorancia y unos
medios de comunicación fusionados en un manojo de accionistas
mayoritarios. Así conseguía perpetuarse un régimen
que disfrazaba su legalidad bajo un entramado de falacias pretendidamente
democráticas, y así conservaban sus prerrogativas
las oligarquías gobernantes, en dolorosa comparación
con la vida cotidiana de una gran parte de pueblo americano, condenado
por un sistema depredador a una existencia precaria y triste. Hoy
por hoy yacen destruidos muchos de los símbolos de ostentación
de una sociedad que se regodeaba en el despilfarro más inhumano
mientras un gran porcentaje de sus miembros malvivía sin
servicios mínimos que garantizasen la salud y la educación
de sus jóvenes. Entre el desorden que está siguiendo
al vacío de poder, símbolos del odio desbordado aparecen
por todas partes, como en el caso del saqueo a la clínica
veterinaria especializada en cirugía plástica para
mascotas que, tras ser tomada por las masas encendidas, ha sido
rehabilitada por los nuestros como hospital para atender a los heridos
de una guerra justa y necesaria.
Ahora que la libertad se impone con un costo sorprendentemente
bajo de vidas humanas y un insignificante desgaste por parte de
nuestros efectivos, todo sea dicho de nuevo amanece su sol bajo
una atmósfera más limpia y resplandeciente, y la ignorancia
a la que millones de seres habían sido condenados empieza
a dar paso a la luz del entendimiento. Llega ahora el momento de
encontrar el equilibrio de fuerzas y opiniones que asegure la recuperación
de una sociedad que, según se apresuran a recordar algunos
de sus más distinguidos representantes (hasta hace poco enterrados
bajo la pesada losa del anonimato impuesto por la ignorancia generalizada)
ha producido ingente cantidad de personajes y valores de importancia
esencial para el conocimiento adecuado de la especie humana.
Esperemos
que la luz de este nuevo día (unidad que divide casi a la
perfección el movimiento de rotación del planeta,
y que los indígenas han dividido en otras unidades hasta
el infinito, según una curiosa costumbre observada en muchas
de sus culturas) traiga para los habitantes de la Tierra en general
y para nuestros antiguos enemigos un futuro resplandeciente y un
viaje seguro y tranquilo por el universo de la existencia.
©
Torcuato
Taxi / Ángel González
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