BRIKSDALBREEN
(lengua
de glaciar)
No
te engañe la vista ni el corazón se exceda
al robarte la memoria de la sangre.
Frente a ti yace el mar. Sólido y rotundo
como antaño fuera sobre el fuego de la tierra.
Pero este mar llora en la ladera del tiempo
y su frialdad cede ante nuestras voces
y nuestras huellas de asfalto y carretera.
Mas no te engañen tus ojos rociados
por sales de plata. Esta quietud soberbia
imita el bandoneón de las olas y a ellas acuden
aves fugitivas de la noche eterna.
El mar fue hielo. Hielo azul. Azul misterio.
ÅLESUND
Es media tarde y llueve. El agua necesita agua
para reforzar su dominio, para hacerse fuerte
frente a mis palabras que pisan la hojarasca del tiempo.
Entre las calles que cercan la línea de la costa
pierdo mi rumbo y mi mirada austera. Aquí
encuentra la piedra el sabor latino del París bohemio,
el cristal opaco, el hierro retorcido en pétalo de rosa
que Barcelona ofrece desde el balcón de las Ramblas.
Pero es media tarde y llueve. Llueve con la insistencia
de la isla que lucha por ser isla azul en la distancia.
Para escapar de la lluvia busco un Café y una mesa
para escribir unas apretadas líneas que,
si maceran su mosto las palabras, dará en poema
aquello que fue pasto del ayer, pero no olvido.
Y la Cafetería está llena de libros, y de jóvenes
que leen en un rincón; que escapan
libres de equipaje
de la monotonía adversa que impone la lluvia cotidiana.
En un estante hay varios libros de poesía.
La poesía siempre trabó buen maridaje con la lluvia.
No siempre fue agua quieta
entre los ojos de aquel que la escribiera,
no siempre fue tinta seca en nuestros labios.
Es media tarde y llueve. Entre dos tazas de café
contemplo como el gris de la nostalgia
emborrona el color de las casas.
GUDVANGEN
(vikings)
En el espesor de la bruma,
cuando la madrugada aún confía
en las lanzas del sol,
suena un cuerno entre las gélidas aguas.
El rumor lento de los remos,
la ronca lejanía de una voces ásperas,
congela los ríos de la sangre.
No se ve nada en el corazón
de la espesa bruma
pero se presiente,
con filo de hierro y dientes apretados,
que llegan los hijos de la muerte.
LOS
HOMBRES DE BRYGGEN
El
frío hacía insensibles las yemas de los dedos
y la nieve quemaba más que el fuego. Las manos,
rojas de dolor y de sangre lenta, sostenían el cuchillo
que abría el vientre de los peces, que abría
la línea roja donde extraía sus vísceras
la muerte.
Los hombres de Bryggen luchaban cada día
contra las inclemencias del hielo y las espinas
que se clavaban debajo de las uñas. Ni un grito
salió de sus gargantas rudas, de sus bocas hechas
para escupir vapor de alcohol con el aliento.
El frío hacía insensible los dedos y los corazones.
Y aunque la nieve quemaba más que el fuego
ellos sonreían con el cuchillo en alto
desnudo el torso, heladas las puntas de las barbas
contemplando en los salmones sus ojos inmóviles.